Carlos Abeldaño y un debut inolvidable con Atlético Tucumán frente a River: "Ahora quiero hacer un gol en Primera"

Con 20 años, el delantero tucumano cumplió su gran sueño de jugar en la Primera del “Decano”. Hijo de una familia humilde y marcado por el sacrificio y la fe, ahora apunta a dejar su huella en el equipo de Lucas Pusineri.

En la avenida Alem al 2300, entre calles que alternan pavimento y tierra, se levanta una casa chiquita pero acogedora. A simple vista no se distingue de las demás viviendas de la zona: un local en la entrada donde se vende mercadería, un comedor que hace de corazón familiar y, en el fondo, las piezas donde descansan los sueños. Allí vive Carlos Abeldaño junto a sus padres, en un barrio que crece de a poco, con esfuerzo y esperanza.

Ese fue el escenario donde se gestó una de las historias más recientes del fútbol tucumano: la de un chico de 20 años que cumplió el sueño de debutar en la Primera de Atlético frente a River.

“Fue una sensación hermosa, algo que soñaba desde chico. Cumplir una de las metas que tanto deseaba es un recuerdo que me va a quedar para siempre”, cuenta Carlos, en diálogo con Fuerte al Medio, la propuesta deportiva de LA GACETA.

El debut frente a River

La escena se dio en el Monumental José Fierro, ante un rival que impone respeto en cualquier cancha: River. El juvenil esperaba en el banco cuando Lucas Pusineri lo llamó. El corazón le latía más fuerte que nunca.

“Cuando me llamaron para sumar minutos en el debut, fue una alegría enorme. Te voy a ser sincero: cuando me habló (Lucas) Pusineri no lo escuché, solamente quería entrar, jugar y divertirme. Ya en la cancha, más tranquilo, me acordaba un poco de sus palabras”, reconoce.

El sueño se había concretado y la fe que lo acompañó desde chico encontraba su recompensa. “Tenía mucha fe en Dios de que el debut se iba a dar pronto. Soñaba con que fuese contra River y se cumplió”, afirma con una sonrisa.

Una vida de sacrificio

El camino de Abeldaño estuvo marcado por el esfuerzo. Sus primeros pasos fueron en Amalia y luego en Tucumán Central, donde vivió en carne propia lo que significa luchar contra las limitaciones.

“Se me juntó todo: el sacrificio grande de entrenar en Amalia, después en Tucumán Central. A veces íbamos atrás de la terminal nueva en el parque. Iba en bicicleta, y cuando no podía, caminando. Gracias a Dios, después de tanto esfuerzo y dedicación, estoy donde estoy”, recuerda.

Su padre recuerda esa etapa con crudeza. “Mi hijo es un David, porque la vida es dura y él aprendió desde chico a luchar. Somos una familia humilde, que muchas veces tuvo que compartir un sándwich entre cuatro. Pero Dios le dio la oportunidad de llegar, y eso es un milagro”, dice su papá, que tambiéns se llama Carlos Abeldaño.

La soledad y la fe

El talento lo llevó lejos. Una prueba en Argentinos Juniors lo obligó a mudarse a Buenos Aires siendo apenas un adolescente. Pasó semanas difíciles, pero logró quedarse.

“Me vieron en Tucumán Central y me llevaron a probar a Argentinos. Estuve una semana y quedé. Me costó, pero me fue bien, tuve mucho recorrido allá”, recuerda Carlos.

Su papá aporta el otro lado de la historia.“Fue duro. Económicamente el club se hacía cargo de una parte, pero era difícil tener un hijo solo en Buenos Aires con 13 o 14 años. Nosotros le mandábamos lo que podíamos, un giro de $4.000, que para nosotros era plata de dos días de comida. Pero con sacrificio se llega”, cuenta.

El desarraigo lo marcó, pero también lo fortaleció. “El sacrificio grande de entrenar en Tucumán Central, de volver caminando a casa cuando no tenía nada, me impulsa a seguir sacrificándome y querer el doble”, reflexiona.

Y en medio de esas pruebas encontró refugio en la fe. “Mi vínculo con Dios arrancó el año pasado, a principio de año, con mi papá. Desde entonces mi vida cambió mucho. Tengo metas más claras. Voy a una iglesia que queda a cinco o seis cuadras. Siempre que puedo voy, a veces con mi papá, otras solo”, dice.

El barrio y la familia

De regreso en Tucumán, la vida de Carlos volvió a girar en torno a su casa en Alem al 2300. Allí, entre el negocio familiar y los afectos, se guardan ahora dos tesoros: las camisetas de su debut.

“Las camisetas tienen un lugar especial, sobre todo para mi papá y mamá. Seguramente les hagan un cuadro. Van a estar guardadas para siempre, como un regalo especial para ellos”, asegura.

El barrio lo rodea de cariño. “Mucha gente del barrio me pregunta qué sentí en ese momento contra River, qué experiencia tomé. La gente me felicita y está contenta, eso me gusta”, dice. Su padre lo confirma. Mientras estaba en la tribuna con la camiseta de la primera convocatoria, varios hinchas del “Decano” se acercaron a felicitarlo.

“Había de todo, gente buena y gente mala. Pero en ese momento la mayoría me felicitaba, me abrazaba. Sentí el calor de la gente. Siempre le digo a mi hijo que no cambie, que siga siendo un tipo normal. Es algo impensable que debutara contra River, un orgullo muy grande”, describe.

Entre ídolos y apodos

Adaptarse al plantel de Primera no fue sencillo para él. “Es muy diferente a la Reserva. Tengo un poco de vergüenza de juntarme con los chicos y conversar. Me está costando integrarme, pero de a poco me están haciendo parte. Es un grupo lindo, grande y humilde”

La sensación de compartir vestuario con referentes todavía lo sorprende. “Nunca imaginé estar con jugadores de esa clase, de nivel mundial, como Carlos Auzqui, Leandro Díaz o ‘Bebe’ Acosta. Compartir vestuario con ellos es algo que jamás pensé”, asegura.

En medio de ese proceso, surgió un apodo que lo identifica: “El apodo de ‘Ogro’ me lo pusieron unos periodistas, y el festejo con baile lo inventamos con mis amigos del lavadero. Quedó como cábala”, indica.

La mirada del padre

La emoción del debut no solo fue de Carlos. Su papá lo vivió como una confirmación espiritual. “Fue algo muy importante para la vida de mi hijo y de nuestra familia. Venimos de abajo, sin muchas posibilidades. Gracias al fútbol y a Dios, él está ahí. Creemos que la palabra se cumple: tenemos fe de que Dios lo va a hacer grande”, indica.

Y recuerda con claridad lo que sintió en ese momento. “Uno siempre tiene la esperanza de que Dios ponga las cosas en su lugar. Yo siempre lo creí. El Señor me dijo que lo iba a ver debutar en Primera. Y lo vi, contra un equipo mundial como River. Es un orgullo muy grande”, reflexiona.

El futuro y los sueños

El presente lo encuentra disfrutando, pero sin perder de vista lo que viene. “Hemos cumplido un sueño, el mío y el de mi papá. Y esto recién empieza”, afirma Carlos.

Su próximo gran anhelo es marcar su primer gol en Primera. “Ese es mi sueño hoy. Ojalá siga siendo una inspiración para los chicos, un ejemplo en lo deportivo”, indica.

Y como mensaje final, deja unas palabras para los hinchas: “Que confíen y tengan fe en nosotros. Vamos a dar lo mejor siempre para que el club llegue muy lejos.”

La historia de Carlos Abeldaño no es solo la de un juvenil que debutó con la camiseta de Atlético Tucumán. Es también la de un chico de barrio, hijo de un vendedor ambulante, que caminaba kilómetros para entrenar, que conoció la soledad de Buenos Aires en la adolescencia, que encontró en la fe un sostén y que hoy, con apenas 20, se asoma al fútbol profesional con humildad y esperanza.

Su debut frente a River no fue solo un instante deportivo: fue la confirmación de que los sueños construidos en casas pequeñas, en barrios de calles de tierra, también pueden hacerse realidad en el césped iluminado de un estadio lleno.

La pelota ya está en movimiento para él. Lo que viene será escribir el resto de la historia: marcar ese primer gol en Primera, consolidarse en Atlético y, quién sabe, llevar aquel sueño de Alem al 2300 hasta las canchas más grandes del continente.

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