GRAN CONVOCATORIA. El jockey Facundo Morán levanta la copa del "Batalla"; atrás una multitud vibra con el emocionante momento. LA GACETA / Osvaldo Ripoll
El Gran Premio “Batalla de Tucumán” ya no necesita presentaciones. Año tras año, la reunión hípica más importante del interior del país se consolida como un verdadero acontecimiento deportivo y social, y la edición número 70 lo ratificó con creces. Más que una carrera, el “Batalla” se transformó en una vidriera donde se mide la capacidad organizativa, el nivel de los protagonistas y la pasión del público. Y en todos esos aspectos, la jornada superó las expectativas.
La victoria de Suffok fue la punta de lanza de un espectáculo que dejó señales claras: la competencia goza de buena salud y el turf tucumano es capaz de sostener su lugar en el mapa nacional. El triunfo, tras un final electrizante en el que cinco caballos ingresaron con chances a la recta, no sólo coronó al ejemplar sino que confirmó el atractivo deportivo del “Batalla”. En un turf que muchas veces se debate entre la tradición y la necesidad de modernizarse, el espectáculo vivido en Tucumán mostró que ambas cosas pueden convivir.
Otro factor que elevó la jerarquía del evento fue la presencia de nombres propios de talla internacional. La llegada del brasileño Jorge Ricardo, el jockey más ganador del mundo con más de 13.300 victorias, fue un símbolo en sí mismo. Aunque no logró imponerse en ninguna de las tres carreras que corrió, su figura fue un imán para el público y dejó elogios que no son menores: destacó la pista, las instalaciones y, sobre todo, la pasión con la que se vive el turf en el norte. Que un referente mundial se lleve esa impresión es un aval difícil de ignorar.
También se sumaron al análisis las voces de Gustavo Emiliano Calvente y de William Pereyra, dos de los jinetes más exitosos de Buenos Aires. Ambos coincidieron en la misma línea: Tucumán no sólo está a la altura de los grandes hipódromos del país, sino que tiene un condimento extra que lo hace único. Para Calvente, la organización mejora año a año y sorprende en cada edición. Para Pereyra, que llegó por primera vez al “Jardín de la República”, la fiesta superó las expectativas.
Ese reconocimiento externo es fundamental para comprender el momento que atraviesa el turf local. Si durante décadas el desafío fue ganarse un lugar en el calendario nacional, hoy el objetivo es sostenerlo y seguir creciendo. Y la edición 70 demostró que existe un camino sólido. La combinación de figuras convocantes y un público fervoroso conforma un círculo virtuoso que retroalimenta al espectáculo.
Por eso, la victoria de Suffok debe leerse más allá del resultado. Su nombre se inscribe en la lista de ganadores ilustres, pero también representa la capacidad del turf tucumano para generar protagonistas propios y atraer a los mejores. La emoción que se vivió en los metros finales fue un reflejo de lo que significa la carrera: no hay margen para lo previsible, cada edición tiene la capacidad de sorprender y de sostener la tensión hasta el último salto.
El "Batalla" dejó de ser únicamente un clásico del interior
El cierre de la jornada dejó una sensación compartida entre protagonistas y público: Tucumán no solo organiza la mejor carrera del interior, sino que ya juega en la misma liga que Palermo y San Isidro. La frase puede sonar ambiciosa, pero la evidencia está sobre la mesa: organización impecable, presencia internacional, competitividad en pista y un marco de público difícil de igualar.
El análisis de lo que dejó esta edición apunta a una conclusión clara: el Gran Premio “Batalla de Tucumán” ya no es solo un clásico del interior, es un evento que interpela al turf argentino en su conjunto. Cada año se convierte en termómetro de la pasión y en plataforma de proyección. Suffok fue el gran ganador del día, pero la victoria más resonante fue la del hipódromo tucumano, que ratificó su lugar de privilegio y demostró que el norte tiene voz propia en la hípica nacional.






