Hay algo que la dirigencia argentina no alcanza a comprender: la mayoría de los votantes argentinos tiene más experiencia democrática que los políticos que se postulan para agarrar las riendas. La Argentina hace muchos años que es gobernada por improvisados que cuando empiezan a bailar con el poder, se marean.
Las últimas elecciones patentizaron la impericia. Los procesos electorales tienen la virtud de que destapan la realidad. Ni los más entusiastas opositores imaginaron una diferencia tan grande de votos en su favor. Y, por lo tanto, la derrota fue más estruendosa.
Las urnas desempolvaron la política que se quería esconder bajo la alfombra y se vieron los errores: 1) Se nacionalizó una elección que apenas eran unos comicios legislativos. Semejante disparate puso en riesgo la figura presidencial y la expuso más de la cuenta. 2) La Libertad Avanza, siendo hija de una coalición política y de intereses disímiles se creyó una creación de las fuerzas del cielo como un Adán posmoderno de la política Argentina. Se olvidaron que son el resultado del matrimonio contraído por el hartazgo a la corrupción con la desilusión económica con sus diversos intérpretes. 3) No estudiaron una materia fundamental para gobernar, cual es la química política. Entonces confundieron kirchnerismo con peronismo. Cristina, presa, asomada a un balcón no era la rival. Lo mismo le ocurrió a Mauricio Macri cuando en su mira sólo estaba Cristina, por eso cuando se lo pusieron a Alberto no supo qué hacer. La soberbia de la fuerza gobernante no quiso ni estudiar ni aprender de las experiencias ajenas.
Callejeros
Tras la polvareda se volvió a ver y a entender. El primer impacto ocurrió en los mercados que detectaron las patas flojas del programa y la falta de consenso en esta patria agrietada elevó el riesgo país como un globo aerostático alimentado por el aire caliente de las internas. La calle es el mejor termómetro de la política. El gobierno con la doctora Bullrich a la cabeza supo calmar la fiebre protestadora y desalojó a la oposición de la calle. Pero nadie se preocupó por ocupar el espacio vacío. Por ello a medida que el gobierno iba dando malos pasos, volvieron a tomar la calle en el nombre de los jubilados, de los discapacitados y de los universitarios.
El dólar en tanto, también se desbandó y como un adolescente caprichoso parece no estar dispuesto a que le pongan límites. Los padres de la criatura, lejos de aleccionar al joven díscolo con nuevas medidas, le advierten que están dispuestos a seguir poniendo plata para que el chico la dilapide. Los argentinos son expertos en estas historias y las muestras de descontrol disimuladas con discursos elocuentes no los tranquilizan; al contrario, crispan sus nervios.
El cuarto error
Los evangelios de las fuerzas del cielo profetizan que el diablo habita en la corrupción y en la inflación. Hasta tiene rima. Las denuncias que aparecieron fueron letales. Sembraron la sospecha de corrupción en el círculo más íntimo del poder y paralizaron todo. Fue como esas piñas inesperadas que sorprenden al campeón en los últimos rounds y hasta el público se queda con la boca abierta por unos segundos que parecen -o son- una eternidad. Y, ahí, el cuarto error: un país acostumbrado a que ante una falta nimia el máximo referente reaccione, vocifere, insulte y defienda a su equipo -o eche al que lo desilusiona- y tire golpes por las redes y por los diarios aún cuando dice odiarlos. Sin embargo, ante las denuncias de corrupción se escucharon los gritos del silencio. Durante 72 horas todo fue nada. El primero en reaccionar fue el más político de todos: el jefe de Gabinete, Guillermo Francos. Su voz los despertó a todos que estaban groggy por la piña recibida. Tres días de silencio fueron mucho para el monstruo peronista hambriento y sediento de poder.
Cuando pasan estas cosas, el deterioro político empieza a hacer mella, primero, en los integrantes del equipo de gobierno y en este caso la estrella principal del plantel es nada menos que la hermana del Presidente. Pero una vez que se deteriora el entorno, pierden sustentos las teorías del cerco y queda al descubierto el líder. Por eso también no fueron convincentes los cambios, porque al fin y al cabo, las figuras son las mismas con diferente distribución de poder. El fútbol enseña que un cambio a tiempo puede dar vuelta el resultado adverso.
Palabra de cocinero
Los inquilinos de la Casa Rosada sellaron el contrato de alquiler con la sociedad asegurando que tenían la receta para parar la inflación y para erradicar la corrupción. Dos años después se revisan las cláusulas del contrato. Está claro que hay un sistema político en la Argentina donde los canales de la corrupción se alimentan a través de venas y arterias por donde circula el dinero y pocos lo ven. Hay veces que logran detectarlo como las cámaras ocultas de Jorge Lanata o los cuadernos de un señor periodista como Diego Cabot. Pero no alcanza. Por eso es ilusorio el discurso oficialista de que de la noche a la mañana la corrupción desaparecerá como por arte de magia. Son demasiadas las cosas que hay que cambiar para desterrarla o al menos para disminuirla. Hay una vieja anécdota cuyo autor se desconoce -no podía ser de otra manera tratándose de la corrupción- que dice: había una vez un cocinero de la Quinta de Olivos que supo decir que él después de estar mucho tiempo entre las ollas y sartenes del poder ha visto pasar a muchos presidentes de diferentes ideologías, pero sin embargo los invitados a comer y los comensales han sido siempre los mismos.
Ataques de pánico
Años en el poder no aseguran sabiduría ni experiencia. La incapacidad y la improvisación también incluye a los dirigentes de la oposición actual. De lo contrario, el país no estaría como está: siempre al borde del infarto.
Algunos expertos en los males de este tiempo exacerbados por las redes sociales explican que la ansiedad es aquello que ocurre -y se vive- en el futuro. Los síntomas que muchas veces derivan en ataques de pánico -¿la unidad peronista tucumana? o la presidencia de Alberto, ¿habrá sido resultado de ella?- que se hacen inmanejables en el presente porque son parte del futuro. Esa ansiedad y esa desesperación por el poder aún cuando no sepan bien qué hacer con él determinó que el peronismo ya esté hablando de Asambleas Legislativas, de destitución, de la imposibilidad de seguir adelante de la actual gestión. No es eso lo que puede haberle dicho la sociedad en una elección legislativa. El peronismo ni siquiera tiene un líder a quien seguir.
La idea del peronismo de que le queda poco tiempo a Javier Milei y de que no gobierna son simplemente sus ganas, producto, una vez más de la incapacidad y de dirigentes improvisados y víctimas de una ansiedad de otro futuro. Si fueran sabios como esta sociedad de la democracia que tanto costó y se defiende, al ver flaquezas que afectarían a la institucionalidad, en vez de aventar el fuego, deberían convocar a la concordia para cumplir con el mandato del pueblo. Pero un hombre como José Mayans no puede con su genio y hasta le presume a la vicepresidenta Victoria Villarruel para sacarla a bailar en estos delirios de grandeza. Pero, por las dudas, en esta era de la moderación que se inauguró hace 15 días el ex gobernador Juan Schiaretti es el tuerto en el país de los ciegos para los sueños destituyentes.
La banda
Esta semana que nunca más volverá tuvo una escena que seguramente sí se repetirá: la aparición del gobernador de la Provincia atravesado por la banda gubernamental. Apenas se lo vio, llamó la atención y más de uno salió a revisar los manuales de protocolo. Consultado sobre el tema, Osvaldo Jaldo sólo utilizó el silencio como respuesta. Nada dicen los manuales sobre uso de la banda que suele lucirse en las fechas patrias. Al no estar limitado su uso, el mandatario provincial puede utilizar ese atributo cuando se le plazca. Podría ser como el poncho para Patoruzú.
Jaldo se puso la banda para la inauguración de la cárcel. La oportunidad lo ameritaba por ser una obra trascendental, prometida y cumplida que además descomprime el horror que se vivía en las comisarías tucumanas. Fue el mérito no de haberse puesto el poncho ni la banda sino el ropaje de Jaldei que le dio este tipo de frutos, pero también algunos dolores de cabeza en la interna. Finalmente, volvió a ser Jaldo y consiguió una pequeña hazaña casi inesperada: la unidad del peronismo. Ella le traerá réditos porque enfrenta a una parte de la oposición dividida en cinco: 1) La Libertad Avanza; 2) Fuerza Republicana; 3) el Radicalismo; 4) Creo y 5) Pueblo Unido de Silvio Bellomio. A ellos se suma la otra parte constituida por las dos estructuras de izquierda: el FIT y Política Obrera.
“Hoy un juramento, mañana una traición/ amores de estudiantes, flores de un día son”. La llegada de la primavera trae los sones de aquella tierna canción de Carlos Gardel. Es que por estos días el peronismo tucumano vive aquellos “Amores de estudiantes” gardelianos. Dirigentes que no pueden ni verse viven un intenso amor que se presume muy corto, hasta después del 26 de octubre. A las 12 de la noche como si Cenicienta fuera una jueza del foro local habrá decretado el divorcio exprés.
A propósito de las cuestiones del Poder Judicial, en los pasillos ya se instaló la idea de que el presidente de la Corte volverá a ser elegido, aun cuando siguen pendientes sus cuestiones por exabruptos en la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Paralelamente, en el Ministerio Público Fiscal hay una suerte de rebelión silenciosa de los fiscales a raíz de los últimos movimientos que se hicieron en esa estructura.
Volvió para quedarse
La política en la Argentina ha vuelto a asomar la cara para avisar que no puede -ni va a aceptar- ser soslayada ni menospreciada por muy pobres que sean sus intérpretes. Aristóteles arriesgaba que la política es inherente al ser humano. Quien no puede vivir en sociedad es un Dios o una bestia. Los argentinos no somos ni dioses ni bestias y necesitamos de la política, aunque los invitados a la cena sigan siendo los mismos como dice el cuento del cocinero.






