Recuerdos fotográficos: 1978. Borges pasea por San Javier

En este espacio de “Recuerdos” LA GACETA busca revivir el pasado a través de imágenes que se encuentran guardadas en ese tesoro que es el Archivo de LA GACETA. Esperamos que a ustedes, lectores, los haga reencontrarse con el pasado y que puedan retroalimentar con sus propios recuerdos esta nueva sección.

Recuerdos fotográficos: 1978. Borges pasea por San Javier
Por Roberto Delgado y Jorge Olmos Sgrosso 07 Septiembre 2025

Aquel domingo 7 de mayo de 1978 fue el segundo de los cuatro días que Jorge Luis Borges paseó por Tucumán. El autor de Ficciones, que esa semana recibió el Honoris Causa de la UNT, fue una estrella reconocida y elogiada a su paso por las calles tucumanas, cuenta la profesora Nilda Flawiá de Fernández, quien fue su acompañante en todas esas jornadas.

Por ello el paseo por la cumbre del cerro fue un remanso para él. Antes de subir pasaron por una casa en Marcos Paz para un café y una breve charla de temas culturales; en el ascenso se detuvieron en el descanso cercano a la Primera Confitería donde se encuentran los restos de Pablo Rojas Paz y recordó su amistad con el escritor, con quien había fundado la revista Proa en la década del 20.

La crónica de LA GACETA cuenta que al arribar a San Javier manifestó su agrado por la brisa, demostró su curiosidad por el canto de algunos pájaros y escuchó atentamente la descripción del paisaje que le realizaban sus acompañantes. Allí recordó poemas de Rubén Darío y repasó en griego antiguo algunos versos de La Ilíada.

En la foto se encuentran en el acceso a la hostería (hoy hotel Sol San Javier) el escritor con la profesora Flawiá; a la derecha, el escritor Ezequiel de Olaso, que lo acompañó en todo el periplo tucumano; a la izquierda, Jorge Hernán Zucchi, entonces decano de Filosofía y Letras; el periodista de LA GACETA Alberto Rojas Paz y la profesora Lelia Marañón.

Después almorzó en un restaurante del parque 9 de Julio, donde probó dos empanadas tucumanas, una ensalada de papas y una porción de dulce de leche. En la sobremesa, mientras dialogaba sobre literaturas anglosajonas e idiomas antiguos y modernos, llegó a entonar el tango “Yo quiero ser canflinflero”.

Disfrutó del habla de Tucumán porque en las provincias “el castellano que se habla es más suave que en Buenos Aires” y dijo que no le gustaría que una calle llevase su nombre, porque le disgustaban las estatuas y los monumentos. Ya había entonces una arteria con su nombre en Yerba Buena.

“Creo que eso de haber vivido una experiencia para poder escribir no es cierto, porque el mundo de un escritor son sus sueños, su imaginación”, dijo en la entrevista que le hizo LA GACETA ese fin de semana. Y agregó con serenidad: “¿Quién sabe si este vaso de agua que acabo de tomar no será el último? Tucumán me ha asombrado, me ha llenado de honores, este doctorado... Me voy el miércoles, pero quizá todo tenga el sabor de una despedida, porque ¿quién podría asegurar que volveré?”

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