Por Federico Lix Klett - Fundador de FALK AI, FALK Impellers y FALK Advertising Matters. Es pensador, hacedor, comunicador, formador e impulsor de innovación y transformación en las organizaciones.
¿Alguna vez te pusiste a pensar cuánto tiempo tardamos en llegar hasta acá? No me refiero al bondi que no pasa nunca, sino a nosotros, como especie. Nuestra historia es una carrera de postas larguísima, a veces a paso de tortuga y ahora, de repente, a la velocidad de la Starship de Elon Musk con sobredosis de cesteroides.
Te regalo un viaje, ¿querés? Un recorrido con dos paradas clave, dos momentos en los que un "invento" nos cambió las reglas del juego para siempre. Dos fuegos. Uno nos hizo humanos. El otro, nos está convirtiendo en algo nuevo.
El primer fuego: la chispa que nos regaló el bocho
Hace unos 1.5 millones de años (sí, un palo y medio de años), en algún lugar de la sabana africana. Un grupo de nuestros tatarabuelos, los Homo Erectus, están temblando de frío en la oscuridad, cacareados de miedo por los bichitos que andan dando vueltas con hambre. La vida es corta, brutal y, sobre todo, muy ocupada. Se pasan el día entero buscando comida, masticando raíces duras y tratando de no convertirse en el almuerzo de un tigre dientes de sable. No hay tiempo para el arte, ni para la filosofía, ni siquiera para un chusmerío decente, menos para leer LA GACETA el domingo.
Hasta que un día, ¡zas! Un rayo, una brasa olvidada, un accidente genial. Uno de esos changos peludos logra lo imposible: el dominio del fuego.
Este no fue un invento más. Fue el invento. El catalizador. Porque el fuego no solo les dio calor y protección. Les regaló algo infinitamente más valioso: tiempo.
La Revolución de la Olla Primitiva: Con el fuego, podían cocinar la comida. La carne y los tubérculos se volvían más blandos, más fáciles de digerir. ¿La consecuencia? Nuestras mandíbulas, que eran unos aparatos enormes diseñados para triturar, empezaron a achicarse. Y ese espacio liberado en el cráneo fue ocupado por más materia gris. Posta, cocinar nos hizo más inteligentes.
El After Office de la Caverna: La noche dejó de ser un toque de queda. Alrededor del fuego, empezaron a pasar cosas nuevas. La gente charlaba. Se contaban historias. Se fortalecían los lazos sociales. Nació la comunidad.
Desde que dominamos ese primer fuego hasta que a un genio en Sumeria se le ocurrió inventar la rueda (alrededor del 3,500 a.C.), pasaron, hacé la cuenta, casi 1,496,500 años y 5 minutos. ¡Un millón y medio de años para pasar del fuego a la rueda! Un ritmo leeeento, casi geológico.
La carrera de postas: un acelere gradual
Después de la rueda, la cosa empezó a tomar un poco más de velocidad, pero todavía a nuestro ritmo humano.
- De la rueda a la imprenta de Gutenberg (aprox. 1440), pasaron unos 4,940 años. Un salto gigante, pero todavía medible en milenios.
- De la imprenta a la máquina de vapor de Watt (aprox. 1776), la chispa de la Primera Revolución Industrial, "solo" 336 años. Ya estamos hablando de siglos.
- De la máquina de vapor al primer microchip funcional (aprox. 1958), el corazón de la Tercera Revolución Industrial, pasaron 182 años.
- Del microchip al nacimiento de Internet para uso público (aprox. 1991), apenas 33 años.
¿Ves el patrón? La curva se empina. Los saltos que antes nos llevaban milenios, ahora nos llevan décadas. Es lo que el futurista Ray Kurzweil llama la "Ley de Rendimientos Acelerados": cada avance tecnológico acelera el ritmo del próximo avance.
Como decía el personaje de Matthew McConaughey en Interestelar (2014), hablando del viaje en el tiempo: "Un par de años para mí, décadas para ustedes". Bueno, la tecnología nos está metiendo en nuestro propio agujero de gusano temporal.
El segundo fuego: el que nos está quemando los papeles
Y entonces llegamos a hoy. Y a la aparición del "segundo fuego": el Razonamiento Computacional (RC) o con su nombre más famoso: la Inteligencia Artificial Generativa.
Este nuevo fuego, a diferencia del primero, no calienta nuestras manos, sino que ilumina (y a veces incendia) nuestras mentes. Y su mayor regalo es el mismo que el de hace un millón y medio de años: tiempo. Pero esta vez, tiempo cognitivo.
Al automatizar no solo tareas físicas, sino tareas de razonamiento, análisis y creación, nos libera. Y esa liberación está provocando una aceleración recursiva que hace que la curva de Kurzweil parezca un tobogán para niños. El Razonamiento Computacional se usa para diseñar mejores versiones. La ciencia se potencia a sí misma, como una bola de nieve que se convierte en avalancha.
Mira estos ejemplos que ya son una realidad:
- AlphaFold, la IA de Google DeepMind, resolvió el problema del plegamiento de proteínas, un desafío que tenía a los biólogos rascándose la cabeza por 50 años. Lo hizo en un par de años. Esto acelera el diseño de medicamentos de una forma que era impensable.
- AlphaGenome, su hermana, está descubriendo cientos de miles de nuevos materiales potenciales (como mejores baterías o superconductores) analizando la tabla periódica con una creatividad que ningún químico humano podría igualar.
- Y ni hablemos de la nanotecnología, donde estamos diseñando "robots" a escala molecular.
Esta es la cuna del Homo Augmentus, el nuevo humano que nace de la fusión con este segundo fuego. Un ser que ya no solo usa herramientas externas, sino que empieza a integrar el poder del cálculo masivo en su propio proceso de ser y de crear.
Ok, la historia de cómo llegamos hasta acá es alucinante y la aceleración nos marea a todos. Pero, ¿por qué insisto tanto en que este "segundo fuego" es mucho más que una "Quinta Revolución Industrial"? ¿Qué tiene de diferente que nos obliga a hablar de una verdadera re-evolución de la especie, y no solo de una revolución en nuestras fábricas?
De eso, de esa diferencia fundamental que se mete con lo más íntimo de nuestra humanidad, charlamos el próximo domingo. No te lo pierdas, porque es la clave para entender todo lo que viene después.
Te leo, como todos los domingos en los comentarios. Enriquecé la nota para los otros dejando tus ideas.






