Con las tareas de restauración de las esculturas en marcha, el desafío que se abre en el parque 9 de Julio es doble. Por un lado, cómo preservar esas obras para que resistan el paso del tiempo; y no menos importante, cómo lograr que la sociedad las valore como parte de su propia historia.
Según la licenciada Cecilia Albo, coordinadora del parque, el concepto que mejor define ese camino es el de museo a cielo abierto. “La idea es que haya un circuito cultural donde el patrimonio esté disponible y la gente pueda disfrutarlo y apreciarlo -explica-. Se trata de un museo que no tiene límites, que se funde con la naturaleza, que cohabita entre los árboles, entre la gente que circula y en los diferentes rincones del espacio público”.
Ese carácter abierto y sin paredes marca una diferencia con otros sitios de la provincia que también guardan obras artísticas o arqueológicas al aire libre, como los menhires o Ibatín. “El parque propone otro vínculo, ya que la obra convive con la vida cotidiana de la ciudad”, puntualiza.
En ese contexto, la idea es que las esculturas no queden libradas al deterioro ni al vandalismo. Por eso se pondrán en marcha medidas de resguardo. “Lo que vamos a hacer es cercar las esculturas, enrejarlas: esa va a ser la protección más inmediata -detalla Albo-. Y a partir de septiembre se instalarán entre 50 y 100 cámaras de seguridad en el parque”.
María Eugenia Fagalde subraya que será clave un seguimiento a largo plazo sobre los tratamientos aplicados. “Hay que ver cómo se comportan los materiales que agregamos en las partes faltantes de las obras, controlar el entorno, la incidencia del follaje y programar las tareas de mantenimiento”, resumió.
Tanto Albo como Fagalde coinciden en que el cuidado de las esculturas no depende únicamente de rejas y cámaras, sino también de la apropiación social. Para lograrlo, se pondrá en marcha un programa de visitas guiadas semanales. “Queremos organizar recorridos con horarios fijos en los que se explique la historia y el valor de las piezas. Así la gente empieza a internalizarlas y a sentirlas propias. Uno cuida lo que siente como propio”, sostiene la restauradora.
El público joven, señalan, es el que más distancia muestra frente a este legado. “Muchos no saben que las esculturas están allí, no las valoran ni sienten que sean importantes -advierte Fagalde-. Tal vez porque provienen de culturas distintas a la nuestra, pero eso no significa que no sean parte de la historia del arte”.







