PROTAGONISTAS. Sánchez y Fagalde van describiendo la recuperación de dos esculturas: a la izquierda, la Venus de Milo; a la derecha, el Apolo. la gaceta / fotos de guillermo monti - gentileza m.e. fagalde
Algo en el Apolo de Belvedere mantiene cautivada a María Eugenia Fagalde. Se le nota en la minuciosa pasión con la que describe el perfil del dios, siguiendo con el índice la línea de la nariz sin rozar el mármol. En la mirada de Fagalde se lee “perfección”. El original, encontrado en pleno Renacimiento, reposa en los museos vaticanos. Este clon, firmado en Francia por el taller de los hermanos Gorini, llegó a Tucumán como parte del lote encargado hace 100 años por Juan B. Terán para jerarquizar el parque 9 de Julio. Es una de las esculturas que Fagalde y su equipo están restaurando. Porque Apolo, tan bello e irresistible, será un dios, pero su poder no alcanzó para detener el vandalismo del que fue víctima. Seguramente porque a la cosmovisión del Olimpo se le escapó la tucumanidad.
Es una mañana más primaveral que invernal en la Casa Thays, a metros de dos bares emblemáticos: el Americano y el Tótem. El Apolo y el Fauno Danzante descansan en el taller adyacente a la casona; la Venus de Milo mira el tiempo pasar desde la galería. Mientras, Ricardo Sánchez narra algunos de los numerosos vejámenes que las esculturas sufrieron.
Al Apolo lo usaron como blanco y las pedradas le quedaron grabadas en el pecho; el Fauno perdió sus manos; la Venus de Milo padeció alguna clase de ritual de Halloween que incluyó embadurnarla con una sustancia y rodearla de sal. Además, a la Venus la usaron para atarle una piola en el cuello y colgar toda clase de cosas para vender. Desde volantines hasta... corpiños. “Dijimos basta y la trajimos para acá”, revela Fagalde.
INTERIOR DE LA VENUS DE MILO. El perno de hierro no pudo removerse.
El trabajo es lento, complejo, requiere paciencia y muchísimo estudio. Fagalde asumió la dirección técnica con experiencia de sobra: es licenciada en Artes Plásticas, docente, y viajó a España y a Italia para especializarse en conservación del patrimonio histórico y en restauración. Se encargó de poner en valor numerosos monumentos, empezando por la Libertad, de Lola Mora. Sánchez también es licenciado en Artes Plásticas, es escultor y enseña en la UNT. Colaboran con ellos Nicolás Reyes, Martina Carbajal y Alejandra Nirich.
Hay una fecha en el horizonte y no falta mucho. Para el 23 de septiembre está prevista la inauguración de la primera etapa de este proyecto. Son más de 20 las esculturas que importó Terán de Europa, y de ellas se tomaron 13, todas ubicadas sobre la avenida Paz Posse, para ponerlas en valor. Hay siete que lucirán a pleno ese día, la víspera del aniversario de la Batalla de Tucumán. Tras sufrir décadas de deterioro y de vandalismo, básicamente debido a la ausencia de políticas de conservación, hay un nuevo comienzo en ciernes: un museo a cielo abierto.
LIMPIEZA. Fagalde va despojando a la escultura de restos de materiales.
En detalle
Siete esculturas, siete procesos delicadísimos, extensos. Dos de ellas ya retornaron a su emplazamiento original. La Venus de Médici se luce en la fuente junto al reloj floral, y el Galo Moribundo, en la esquina del Americano. Las dos son de mármol de Carrara, al igual que la Venus de Milo, el Apolo de Belvedere y el Fauno Danzante. Por otro lado, Laocoonte y sus Hijos y la Venus del Baño, ya restauradas y listas para su montaje, son de hierro fundido.
Se trata de esculturas dañadas por demás. “El material se va alterando con los años, pero además hubo intervenciones desafortunadas. No existió un plan estratégico de conservación y los intentos previos no fueron los adecuados”, señala Fagalde.
Un ejemplo paradigmático es la Venus de Milo, que en algún momento se partió en tres. “Para unirla le colocaron un perno de hierro que, con la humedad y los cambios de temperatura, terminó dañando aún más el mármol -describe-. Intentamos retirarlo con herramientas especiales, pero fue imposible. Optamos por estabilizarla aplicando criterios de conservación restaurativa”.
Ese concepto implica trabajar bajo tres principios: reversibilidad (lo agregado debe poder retirarse), retratabilidad (el tratamiento puede rehacerse) y legibilidad (las intervenciones deben distinguirse del original sin alterar la unidad visual).
Por todo esto, la restauración requiere un delicado equilibrio entre el conocimiento científico y la creatividad artesanal. “Se trata de un trabajo interdisciplinario: escultores, químicos, restauradores, técnicos. Siempre recurrimos a otros profesionales para tomar decisiones”, destaca Fagalde.
Por caso, Sánchez tiene un rol fundamental en la reconstrucción de partes faltantes. El Fauno Danzante, mutilado y sin manos, recuperó sus extremidades gracias a un molde realizado con las manos de Martina Carbajal, lo que permitió respetar proporciones y naturalidad. ¿Tendrán mucho de dionisíaco las manos de Martina para haber calzado con absoluta precisión?
En otros casos, como el del Apolo, se decidió no reponer una parte del brazo faltante. Al dios le falta el codo derecho. “Desde la teoría de la Gestalt sabemos que el espectador completa la forma. No es necesario reponer cada parte perdida; lo importante es mantener la unidad de la obra”, sintetiza Fagalde.
El equipo también incorporó nuevas tecnologías. Con la colaboración de la Facultad de Odontología se experimentó con modelados en yeso y pruebas en impresoras 3D para reconstruir partes faltantes. “Todavía estamos investigando qué material resiste mejor a la intemperie, porque algunas pruebas no dieron el resultado esperado -apunta la restauradora-. Pero es un camino interesante para futuras intervenciones”.
Toda clase de desafíos
El mármol de Carrara, noble y apreciado desde la antigüedad, presenta particularidades que dificultan la conservación. “Es carbonato de calcio metamórfico, con distintas composiciones según la veta. La humedad, la lluvia, el viento y las variaciones de temperatura generan fisuras, manchas y cambios de porosidad”, cuenta Fagalde. El hierro fundido, en cambio, sufre oxidaciones severas y requiere otro tipo de intervenciones. “Son dos materiales totalmente diferentes, que exigen técnicas y productos específicos”, agrega.
El ataque biológico también es un problema común, ya que las esculturas se convierten en hábitat de microorganismos, hongos y algas. “Lo primero que hacemos es una limpieza en seco y desinfección. Luego buscamos homogeneizar el color de la piedra, evitando los contrastes que generan las manchas de óxido o de intervenciones previas, como las capas de cera o esmaltes sintéticos que en su momento se les aplicaron y que terminaron dañando más la superficie”, detalla la especialista.
El trabajo no pretende devolver la obra a su estado original, algo imposible después de tantos años de deterioro. “Lo único que podemos hacer es estabilizar, recuperar el color y garantizar que la obra tenga una lectura homogénea”, subraya Fagalde.
De hecho, algunas decisiones responden más a criterios de conservación que de reconstrucción. En la Venus de Médici, por ejemplo, se añadieron dedos faltantes para completar la lectura visual, mientras que en el Apolo se prefirió dejar incompleta la figura. “No podemos intervenir demasiado en la obra ni inventar partes que no existen. El equilibrio es fundamental”, insiste.
AL MILÍMETRO. Así se completa la restauración. Aquí, Sánchez trabaja con resina para reintegrar partes faltantes.
¿Y de aquí en más?
Fagalde advierte que lo más importante es lo que vendrá. “Lo que hicimos fue conservación restaurativa o curativa. Pero lo esencial es la conservación preventiva: limpiezas periódicas, control de patologías, reposición de protecciones. Si no se continúa, el deterioro volverá a avanzar”, anticipa.
En ese sentido, destaca la decisión política de la intendenta Rossana Chahla de impulsar este proyecto, y a la vez considera fundamental dar continuidad al cuidado del patrimonio. “Nosotros entregamos las esculturas en condiciones, pero el trabajo no termina aquí -enfatiza-. El futuro depende de la constancia”.
La Venus de Milo es un ícono de París y del Louvre; el Fauno Danzante y la Venus de Médici integran la colección de la Galería Uffizi, en Florencia; el conjunto de Laocoonte y sus hijos está en los museos vaticanos, al igual que el Apolo de Belvedere; la Venus del Baño puede apreciarse en el florentino Palacio Pitti; y el Galo Moribundo, en los Museos Capitolinos de Roma. Sus réplicas llegaron a partir de un razonamiento de Terán que hace escuela: “si los tucumanos no pueden viajar a verlas, lo justo es que las disfruten aquí”.
Terán se salvó de ver cómo a esas esculturas las rompieron, robaron o agarraron a pedradas. Mejor así, al fundador de la UNT le hubiera agarrado un soponcio. Pues bien; hoy se da la posibilidad de un nuevo comienzo.







