Independizarse: un sueño que los jóvenes ven alejarse cada vez más

Entre sueldos que no alcanzan, alquileres altos y requisitos cada vez más exigentes, se posterga el deseo de irse de la casa familiar. Según un informe, más de la mitad de los jóvenes sigue viviendo con sus padres.

LA CONVIVENCIA CON LOS PADRES. Los jóvenes actuales retrasan cada vez más su salida del hogar familiar. LA CONVIVENCIA CON LOS PADRES. Los jóvenes actuales retrasan cada vez más su salida del hogar familiar.

El sueldo no alcanza para un alquiler. Mucho menos para comprar muebles y llenar una heladera. Ni hablar de pagar las expensas y los servicios. Por eso, a la hora de hacer números, cada vez son más los jóvenes que deciden quedarse a vivir con sus padres. Aunque ya tengan casi 30 (o más) años, no pueden cumplir el sueño de mudarse solos.

Independizarse se vuelve año a año un desafío cada vez más difícil en Argentina. Los últimos dos censos han demostrado cómo crece la proporción de “nidos llenos”; es decir, las casas en las que la partida de los hijos se demora más que hace una o dos décadas, o a la que los hijos vuelven por alguna circunstancia.

Un reciente informe de la consultora Bumeran mostró que el 85% de las personas trabajadoras en el país considera que irse de la vivienda de los padres es hoy en día es más complicado que hace 10 años. De hecho, más de la mitad (54%) de los consultados menciona que aún vive en el hogar familiar.

Tres de cada 10 jóvenes tuvieron que regresar a la casa de sus padres tras independizarse. Lo hicieron porque perdieron su empleo, porque el salario no le alcanza (aumentaron los costos y no pudieron afrontar los gastos) o porque se separaron de su pareja.

Según este estudio, el 96% de los encuestados dice que tiene ganas de independizarse. Dentro de las razones por las cuales no lo hace, el 54% menciona que no tiene trabajo y el 31% que su salario es insuficiente.

De esta forma, mientras los sueldos crecen a un ritmo mucho menor que los alquileres y otros costos, la independencia se transforma en un proyecto cada vez más difícil de concretar. Muchos jóvenes terminan extendiendo su estadía en la casa familiar, aun cuando el deseo de autonomía sea fuerte.

Meta inalcanzable

Sofía Carlino, de 26 años, lleva meses mirando departamentos en alquiler sin éxito. “Intenté ahorrar, comparé precios, fui a ver varios, pero todo se fue de presupuesto. Hoy vivo con mis padres en barrio Modelo y no veo posible mudarme en el corto plazo”, relata la joven, que trabaja en un comercio y gana $450.000 mensuales.

Según sus cálculos, el monto a desembolsar al momento de alquilar un monoambiente puede arrancar en $200.000 y llegar hasta $300.000 o más, a lo que se agregan unos $100.000 en concepto de expensas. Si se toman propiedades un poquito más grandes, el precio del alquiler asciende por encima de los $400.000 o $500.000. A esto se suman las condiciones iniciales: honorarios inmobiliarios (equivalentes a un mes y medio de alquiler), depósito y al menos dos meses de renta adelantada. Y eso sin considerar gastos de mudanza, electrodomésticos o muebles básicos.

Dos intentos

A los 25 años, Facundo Aragón intentó vivir solo en dos ocasiones durante 2023. La primera experiencia fue a comienzos de año, cuando decidió dejar la casa familiar para instalarse en una pensión en San Miguel de Tucumán. Allí trabajaba en un drugstore, pero el dinero no alcanzaba. “Estuve casi dos meses y tuve que volver a mi casa porque no llegaba con la plata”, explica.

Su idea de independencia no se apagó allí. A fin de año se propuso probar suerte en Buenos Aires. Consiguió un empleo en una casa de ropa, ahorró lo suficiente y viajó en diciembre junto a una amiga. Se alojó en una residencia universitaria y se empleó primero en un drugstore y luego en una cafetería. Sin embargo, la experiencia no resultó como esperaba: “la vida en Buenos Aires me encanta, pero me comió la ciudad. Todavía no estaba preparado para irme a otra provincia solo y eso me jugó en contra”. En febrero decidió regresar a Tucumán.

Desde su perspectiva, independizarse hoy es un objetivo difícil para la mayoría de los jóvenes. “Necesitás un buen sueldo estable para pagar un alquiler y sobrevivir. Además, los trabajos son cada vez más complicados de conseguir: dejás currículums y nunca te llaman”, explica. A eso se suman los requisitos de entrada que exigen los propietarios: garantes, depósitos y varios meses de alquiler por adelantado. “Cuando uno quiere irse, no tiene esa plata ahorrada de golpe”, señala.

A pesar de los obstáculos, Facundo no pierde de vista su meta: “sí, me gustaría poder encontrar un buen trabajo e independizarme. Hoy en mi casa no estoy incómodo porque pautamos normas de convivencia, pero es algo que tengo pendiente”.

Actualmente, Facundo estudia el último año de la carrera de Ciencias de la Comunicación y reconoce el respaldo de su entorno familiar: “siempre me apoyan en las decisiones que tomo. Incluso cuando las cosas no salen como esperaba, como en Buenos Aires, me reciben bien. Eso me da fuerzas para volver a intentarlo”.

Difícil de sostener

A los 23 años, Camila Ávila decidió vivir sola en San Miguel de Tucumán para estudiar y trabajar. Hoy, cinco años después y a punto de recibirse de psicóloga social, enfrenta las dificultades económicas de sostener esa independencia. Ella es de Simoca y se mudó a la capital cuando terminó el secundario.

La joven admite que la organización económica fue su mayor obstáculo. Los primeros años trabajaba como niñera. “Nunca tuve un sueldo fijo en ese momento. Siempre trabajé, pero estuve muchos años precarizada. Recién hace un año y medio tengo contrato y aportes”, cuenta Ávila, que ahora cuenta con un empleo público. Igualmente le cuesta poder cubrir todas sus necesidades, porque además es celíaca. “La alimentación me implica un gasto mucho mayor. Un paquete de fideos sin TACC cuesta el doble que el común. Por eso, en este último tiempo, mi mamá me ayuda cuando puede con la comida”, admite. Esa colaboración le permite aliviar un gasto, pero el aumento constante del alquiler y los servicios la obligan a replantearse su situación.

“Estoy analizando si seguir viviendo sola”, confiesa. La alternativa es compartir vivienda con una amiga para reducir costos. Sin embargo, no le resulta fácil la idea: “hace cuatro años que vivo completamente sola y me cuesta imaginarme conviviendo con otra persona, porque ya tengo mis mañas, como cualquiera. Pero la situación lo amerita”.

Por sus horarios de estudio, no puede tomar otro empleo que le brinde mayor estabilidad económica. Aun así, se aferra a la convicción de sostener su independencia: “es difícil, pero lo sigo intentando porque sé que este esfuerzo es parte de mi camino”.

Un mercado chico: poca oferta para la demanda

En las inmobiliarias son conscientes de la dificultad que enfrentan los jóvenes a la hora de independizarse. “Muchos dependen de la ayuda de un familiar o terminan optando por irse con amigos para compartir los gastos”, remarca Carolina Soria, agente de un local céntrico. Y admite que, además, hay un faltante en la oferta de alquileres para esta franja etaria. El diseño de unidades pensadas para este mercado ha empezado a cambiar para adaptarse a la realidad, especialmente para quienes desean ser propietarios de su primera vivienda, reconoce Matías Alonso. En ese sentido, aclara que han comenzado a aparecer lo que se llama microdepartamentos o unidades más chicas y de menor tamaño que compiten por un precio final o un ticket más bajo y esto ayuda a poder acceder.

Opinión I

Economía, cultura y una nueva forma de ser adulto

“Según datos recientes, casi cuatro de cada 10 jóvenes de entre 25 y 35 años viven con sus padres (38 %). Esto no solo se explica por la crisis económica, habitacional y la precariedad laboral, sino también por un profundo cambio generacional y transformaciones culturales acompañantes. Este fenómeno se alinea con el concepto sociológico del ‘nido lleno’, según el cual la precariedad laboral y económica frena el proceso de emancipación”, explica Mariela Ventura, doctora en Psicología.

Independizarse: un sueño que los jóvenes ven alejarse cada vez más

Citando a Pierre Bourdieu, remarca que la juventud no es una etapa biológica universalmente definida, sino una construcción social. “Esto significa que la sociedad establece, en cada época y clase social, qué se espera de una persona ‘joven’ y cuándo se considera que pasa a ser ‘adulta’. No existe un límite etario ‘natural’ sino que es una frontera socialmente fijada y desigual”, explica, y luego aclara que hoy esa frontera se ha corrido.

Los padres de estos jóvenes, nacidos entre fines de los 60 y mediados de los 80, crecieron con una narrativa clara: terminar estudios, conseguir trabajo, formar pareja y adquirir vivienda. “Para ellos, la adultez empezaba con la independencia económica. La emancipación, aunque difícil, era un objetivo alcanzable en la veintena. Los alquileres representaban una proporción menor del ingreso y el trabajo formal era la vía de estabilidad”, señala. Hoy, en cambio, la edad promedio para formar pareja o tener hijos supera los 30 años, lo que hace más natural la convivencia prolongada en casa de los padres.

A eso se suma un cambio de crianza. Ventura indica que, según el psicólogo social Jonathan Haidt, en “La generación ansiosa” (2024), los jóvenes actuales crecieron con más protección, menos exposición a riesgos, más tiempo frente a pantallas que en la calle y un menor entrenamiento en afrontar incertidumbre y frustración.

La permanencia en el hogar paterno tiene dos caras, remarca. Por un lado, brinda seguridad económica y emocional, pertenencia y apoyo familiar. Por otro, puede retrasar la autonomía, generar conflictos entre generaciones y postergar proyectos personales. “Los padres se formaron en un mundo que premiaba el esfuerzo individual y miraba con recelo la dependencia prolongada. Hoy, la independencia es más un lujo que un deber”, analiza Ventura.

En una época de “vida líquida”, como la definió Zygmunt Bauman, los hitos clásicos de la adultez (casa propia, matrimonio, hijos) han cedido terreno a otros: viajes, tecnología, experiencias compartidas, explica la profesora de la Facultad de Psicología. “Ya no se trata solo de que los jóvenes no puedan irse, sino de que el mundo actual no premia esa partida de la misma manera”, añade.

Pese a los desafíos, Ventura rescata que los jóvenes no son pasivos: estudian más tiempo para especializarse, comparten gastos, trabajan de manera remota y buscan adaptarse a un mercado laboral inestable. “La familia funciona como refugio material y emocional, y en un contexto como el argentino, eso puede ser una estrategia racional”, destaca.

El reto, afirma, está en comprender las distintas reglas del juego. “Los padres vivieron en un mundo donde la independencia era una obligación; los hijos, en uno donde es un lujo. Entender la dimensión emocional y cultural de esta generación ansiosa es clave para fortalecer su autonomía, no juzgarla”, concluye.

Opinión II

Generación de hierro y generación de cristal, un espejo de la historia social y familiar

El psicólogo Arturo Gómez López propone mirar a los jóvenes actuales como parte de una continuidad histórica que tiene sus raíces en las generaciones anteriores. “El comportamiento de los jóvenes de hoy está naturalmente ligado a la historia de los padres y abuelos”, explica.

Según el especialista, quienes superan los 50 años pertenecen a la llamada “generación de hierro”, mientras que sus hijos, de 35 años o menos, son conocidos como la “generación de cristal”. La elección de estos términos no es casual: el contraste entre ambos conceptos refleja cambios profundos en la manera de relacionarse, educar y organizar la vida.

LA CONVIVENCIA CON LOS PADRES. Los jóvenes actuales retrasan cada vez más su salida del hogar familiar. LA CONVIVENCIA CON LOS PADRES. Los jóvenes actuales retrasan cada vez más su salida del hogar familiar.

La “generación de hierro”, señala Gómez López, creció con padres rígidos y autoritarios, bajo normas estrictas y pocas concesiones. “No era extraño que en algún momento surgiera, a escala social, la necesidad de flexibilizar todas las pautas, tanto a nivel familiar como institucional”, señala. Así, quienes fueron educados con dureza comenzaron a suavizar reglas y a ampliar los márgenes de tolerancia para con sus hijos. Esto se observa en múltiples aspectos: la puntualidad ya no es un valor tan inflexible como lo era antes y la educación también cambió radicalmente.

El psicólogo describe a la generación más joven como menos acostumbrada a la autogestión, con baja tolerancia a la frustración, más orientada al placer inmediato y con una capacidad de planificación más limitada. “Hay un predominio del egocentrismo y menor empatía”, agrega, aclarando que estas observaciones no deben leerse en términos morales de “bueno o malo”, sino como parte de un proceso social que ellos mismos, como padres, ayudaron a generar.

El análisis también incluye factores económicos. “En nuestra región, los salarios llevan años por debajo de lo necesario para lograr autonomía. A eso se suma que los padres de la generación de hierro no queremos que nuestros hijos sufran ni hagan grandes esfuerzos para desarrollarse. Así, muchos jóvenes permanecen más tiempo en el hogar familiar y, al sumar ingresos, se accede a un consumo un poco más cómodo”, detalla.

Gómez López remarca que toda época tiene sus propios modos de encarar la vida, y que ni el esfuerzo extremo ni la comodidad absoluta son saludables. “Está bien quedarse un tiempo más en casa de los padres o recibir ayuda, pero también es necesario que los padres puedan centrarse en su vida y prepararse para una vejez autónoma”, advierte.

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