HOGAR DE LOS PUMAS. El estadio de Vélez es, desdde 1986, el escenario que alberga gran parte de los partidos oficiales del seleccionado de rugby nacional. Foto de María Sofía Lucena/LA GACETA.
Entre tantos estadios recorridos, pocos logran convertirse en hogar y, a la vez, en un personaje más de la historia. El José Amalfitani pertenece a esa estirpe. No se conformó con ser cemento y césped, y se transformó en el escenario donde el rugby argentino encontró refugio y pertenencia.
En 1986, cuando Ferro empezó a quedar chico para la pasión, Los Pumas comprendieron que necesitaban otro espacio. Fue entonces cuando la puerta de Liniers se abrió y todo cambió. Ese 31 de mayo ante Francia, con Hugo Porta manejando el partido y un try de Ernesto “Flaco” Ure como “frutilla del postre” de la jornada, quedó como el inicio de un vínculo que subsiste 39 años después. “El lazo empezó esa tarde de otoño, cuando ya había que buscar un estadio más grande. Desde entonces siempre hubo una muy buena relación con Vélez”, recordó Gabriel Travaglini, presidente de la UAR.
El Amalfitani fue desde entonces una especie de santuario irregular. Se cantó victoria, pero también se aprendió a soportar derrotas que ponían a prueba la paciencia y la fe. Como todo hogar, fue escenario de júbilo y de desconsuelo.
En esas tribunas quedaron grabadas páginas que el tiempo no pudo borrar. Y mucho más cerca, en 2016, irrumpieron los Jaguares: lo que empezó con ocho mil curiosos en un estadio que parecía inmenso, terminó tres años más tarde con un lleno absoluto, una semifinal contra Brumbies y la sensación de que el rugby argentino estaba habitando un sueño improbable. “Al principio nos sobraban butacas, en 2019 quedó gente afuera. Así se construyó este sueño”, expresó Miguel Dupont, gerente comercial de la UAR.
Fue una consagración íntima, con la certeza de que la camiseta podía llenar cualquier escenario.
HAZAÑA HISTÓRICA. En 2019, con el tucumano Matías Orlando en el equipo, Jaguares clasificó a la final del Súper Rugby. Foto de Germán García Adrasti
Ese mismo 2019, la UAR y Vélez renovaron un papel: seis años más de alquiler, hasta diciembre de 2025. De todas formas, lo que une a ambas instituciones trasciende la “letra chica” y se sostiene en la confianza y la costumbre. “Es un estadio cómodo, bien ubicado, con accesos claros. Podríamos jugar en otros lugares, pero la relación con Vélez siempre fue impecable”, afirmó Travaglini.
No hace falta explicar mucho más. Cuando Los Pumas vuelven a Liniers, saben que entran a su casa. Pablo Matera lo dijo alguna vez, sin rodeos. “La de Vélez es una cancha que nos representa mucho; sentimos que es nuestro estadio”, había afirmado en su momento el forward.
Este Rugby Championship vuelve a poner a los All Blacks en el Amalfitani. Será una escala entre el récord de espectadores del Kempes y la despedida en Londres. En Buenos Aires se espera un sold out, porque los espectadores saben que, más allá del resultado, lo que ocurre ahí siempre se escribe en tinta indeleble.
“Cada vez que volvemos sentimos que jugamos en casa. Los años pasan, cambian las autoridades, pero todos entienden que Vélez también es el hogar de Los Pumas”, aseguró Dupont.
El rugby argentino pasó por muchos lugares: el Campo de Polo, GEBA, Ferro, River, La Plata, estadios de todo el país. Todos dejaron huellas, pero ninguno logró la intimidad de Vélez. Porque Vélez fue más que un espacio de triunfos o derrotas, y se convirtió en un hilo conductor, un espejo de lo que el equipo fue y de lo que soñó ser.
Hoy, cuando los jugadores caminan ese túnel y salen a la cancha, pisan sobre capas de tiempo: las de Porta, las de Ure, las de los Jaguares, las de tantas generaciones que miraron hacia adelante con la convicción de que ese lugar les pertenecía.
Quizás por eso, aunque el calendario lleve a Los Pumas por todo el mundo, siempre queda la certeza de que volverán. Porque hay estadios que se olvidan y hay estadios que son casa. Y en la biografía del rugby argentino, la casa se llama Vélez.






