Carlos Duguech
Analista internacional
El transcurrir de 80 años desde las matanzas y destrucción en Hiroshima y Nagasaki -por el novísimo artefacto bélico de 1945- no debería quedarse en eso de la conmemoración. Muy necesaria y solidaria. Todos los países del orbe, tengan o no relación con arsenales nucleares y/o pertenezca a zonas aledañas a países o regiones que podrían resultar protagonistas de un bombardeo nuclear, activo o pasivo, deberían pertenecer al listado de los que -a tiempo- advierten los riesgos. Y además procurar disminuirlos o eliminarlos. Es un asunto inevitable de abordar en todo tiempo por los estados. Se nos ocurre imaginar que tenemos presente, por análisis técnicos de especialistas, que se produciría la mayor erupción en los siglos de un volcán. Y que esa erupción, aún y pese a esos estudios, no puede preverse ni por aproximación. En paralelo, sucede frente a una posible conflagración con uso de armas nucleares. Ni cuándo ni dónde, pero con una potencialidad que cada vez se retroalimenta, sin precisiones respecto a estos adverbios de tiempo y lugar. Esa incertidumbre no roza el hecho en sí mismo porque, por añadidura inesperada, el factor error o el factor accidente encumbran los guarismos rojos de las estadísticas fatales. En un jardín de flores y frutos de la inteligencia humana que sorprende cada vez, no obstante, con sus creaciones y proposiciones, anidan agazapados, los gusanos roedores y las larvas de la aniquilación de toda vida. De la vida humana de millones de personas sometidas a la implacable condena como la sufrida por los japoneses en 1945. Esta vez, 80 años más tarde, con evolución tecnológica a la par de la experimentada por el automovilismo, la aviación, la medicina, la tecnología de materiales, la electrónica, las comunicaciones, la exploración del espacio, y tantas otras. Es muy probable que las cifras de víctimas de Hiroshima y Nagasaki y sus edificaciones aparezcan como reducidas con los muy nuevos artefactos nucleares. Esta vez de potencia y efectividad incrementados por los 80 años de desarrollo tecnológico. Es advertible que su efectividad resulte descomunal.
Comunidad internacional
De tanto mencionarla ya alcanzó un estatus permanente y con cierta capacidad de predicamento. Pero, debemos decirlo, de un fatuo predicamento. A la hora de las realidades nada aparece como la prédica universal sobre la esencia de las cosas, de los hechos, de los valores. Si hubiera que atribuirle méritos a esa “Comunidad internacional” con mayúscula, atendiendo a la singular importancia que se le atribuye como actora en el devenir del Mundo. El “de liderazgo mundial”. Y nada de eso ocurre efectivamente. Y no podrá ocurrir en tanto ese colectivo supremo diagramado por las esperables aspiraciones de los ciudadanos y los gobernantes del mundo alberga en sus orígenes -muy diferenciados e irreconciliables (en muchos casos)- en cuestiones políticas, sociales, religiosas, raciales. En el único rincón del universo humano donde debería recalar aquello tan multiforme e impreciso a la vez como es eso de la “Comunidad internacional” es en el ámbito de las Naciones Unidas. Claro que, impuro ese ámbito, en tanto tiene privilegiados poderosos. Sólo cinco de entre los 193. Los que, siendo algo menos del 3% del total de los países miembros, son dueños y señores de las resoluciones vinculantes del Consejo de Seguridad (CS). Y, para más, con un facón afilado, por si acaso: el veto, aunque la votación en el CS resulte 14 a 1. El uno “perdedor” gana cuando veta. La “menor minoría” vence a la “mayor mayoría”. Juego de palabras, insolencia del sistema contra el mínimo equilibrio para amparar códigos transparentes de justicia.
Potencias internacionales
Una nación es potencia en el mundo en tanto su capacidad económica es a la vez sustento de una poderosa capacidad militar. Los EEUU y la ex URSS, en su tiempo, los ejes del sistema bipolar de superpotencias en los años que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial (IIGM). Y hoy son las que poseen, en conjunto, el 88% del total de bombas nucleares en el mundo. Ello configura una fotografía en blanco y negro que, sin variantes, ha venido mostrándose al mundo en el último medio siglo. Los otros poseedores de arsenales nucleares: China, Reino Unido, Francia, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte conforman ese especial cortejo de muy menores recursos nucleares pero abonan en contra de lo expuesto con pretensiones universales en el “Tratado de no proliferación Nuclear” (TNP), vigente desde 1970. Un juego de palabras dentro de un envoltorio en papel celofán que no oculta, consecuentemente, su estridente inconsistencia. Se previene “la propagación de las armas nucleares”. Se dispone “la no proliferación” más allá “de quienes ya las vienen teniendo en sus arsenales”. Por parte de los poseedores y autorizados con ese “privilegio” de ser legalmente poseedores de armamento nuclear que, sin embargo, vienen incumpliendo el artículo VI del TNP que reza: “Cada parte en el Tratado se compromete a proseguir negociaciones de buena fe sobre medidas eficaces relativas a la cesación de la carrera de armamentos nucleares en fecha cercana y al desarme nuclear,…”. Como si no existiera para “los Cinco” toda la responsabilidad asumida al suscribir el TNP. Los mismísimos actores con otro privilegio irritante en el CS de ONU. ¡Llevan 80 años! cada uno de ellos en sus bancas y con derecho a vetar lo que no les conviene. Esta parte de la Carta deviene en “privilegios monárquicos”, distantes del espíritu fundador de ONU.
La “no proliferación”
Analizado el TNP (Tratado de no Proliferación Nuclear) prima facie puede decirse que es muy importante (entró en vigor en 1970) y que lo suscribieron 191 países. Pero… deja casi intactos a los cinco países nucleares que no son otros que los mismos cinco que tienen asiento permanente (desde hace 80 años) en el Consejo de Seguridad (CS-ONU). Y el irritante privilegio de vetar resoluciones del CS a su antojo. Pero, están “obligados” (aunque no evidencian sentir esa carga) por el Art. VI: “Cada Parte en el Tratado se compromete a proseguir negociaciones de buena fe sobre medidas eficaces relativas a la cesación de la carrera de armamentos nucleares en fecha cercana y al desarme nuclear…”. Nada hicieron.
Corea del Norte, con capacidad nuclear, experimentó misiles largo alcance. Posee uno de los ejércitos más grandes del mundo: 1,3 millones de soldados. La pobreza se evidencia en la nómina del PBI per cápita en el puesto 189 de una lista de 196. Una incongruencia frente a su equipamiento nuclear. En reiteradas veces EE.UU. intentó colaborar. Se resistieron por el “interés” estadounidense. Y por la rigidez del régimen de Kim Jong-un, dictatorial en extremo.
En el ejercicio de una diplomacia creativa se le debería comprar el sistema nuclear y pagarlo con lo suficiente como para resolver, en principio, la pobreza. Mil intentos, si hiciera falta, pero no dejar en esas manos el arma nuclear y más aún en el supuesto de que se cumplieran los objetivos de TPAN.
Tratado de Tlatelolco
En ocasión de reunirse en Tucumán los representantes de los presidentes del Grupo de los Seis por la Paz el representante de México Dr. Rafael García Robles, premio Nobel de la Paz (1982) al que entrevistamos, enfatizó entusiasmado la significación y la diferencia del Tratado de Tlatelolco (uno de sus creadores): Insistió en la proscripción las armas nucleares en la región en Latinoamérica y el Caribe. Contundente.
Zona libre
Zona Libre de Armas Nucleares es la denominación explícita del conjunto regional de países que aseguran lo enunciado en la denominación. Hacia fines de 2024 la Asamblea General (ONU) recomienda un estudio sobre las ZLAN.
Resultados de la votación: 172 a favor. Los únicos votos negativos: Israel y Argentina. Abandono de nuestro país de su tradicional posición por el desarme nuclear. Israel, sin embargo, coherente: nunca firmó el TNP (Tratado de no proliferación). Dato curioso: Irán, sí, sin embargo.










