Por Alejandro Urueña
Ética e Inteligencia Artificial (IA) - Founder & CEO Clever Hans Diseño de Arquitectura y Soluciones en Inteligencia Artificial. Magister en Inteligencia Artificial.
María S. Taboada
Lingüista y Mg. en Psicología Social. Prof. de Lingüística General I y Política y Planificación Lingüísticas de la Fac. de Filosofía y Letras de la UNT.
En nuestra columna de la semana pasada nos referimos a los modelos con los que ciertos algoritmos han sido diseñados para direccionar, de manera por lo general imperceptible para los usuarios, los modos de actuar, reaccionar y pensar. Hoy queremos mostrar la otra cara: cuando el uso de la tecnología nos da opciones para acceder a conocimientos científicos que tal vez no estaban en nuestro horizonte de expectativas. Esto es, cuando las alternativas no están prescriptas de antemano; se ponen a disposición para quien libremente quiera conocer.
Nos referimos a las decisiones del equipo de científicos del Conicet y de otras instituciones que están estudiando la plataforma submarina argentina, más específicamente el denominado Cañón Submarino Mar del Plata, de difundir públicamente su quehacer. El proyecto “Talud continental IV” se realiza con el apoyo de la fundación Ocean -Schmidt, a bordo del Falkor (too), un buque de investigación oceánica que cuenta con tecnología de avanzada que está posibilitando revelar aspectos ignorados de los fondos marinos. El robot submarino SuBastian graba y recolecta muestras de ese mundo oculto a casi 4000 metros de profundidad sin interferir ni destruir el hábitat marino. Permite -como han señalado científicos de diversas instituciones- registrar por primera vez en vivo imágenes de especies e individuos desconocidos o de los que se tenía conocimiento parcial.
La decisión del equipo de científicos de transmitir abiertamente por streaming todo el desarrollo de la indagación, para aquel que quiera seguirla, pone en evidencia el potencial democrático de conocimiento que implican la IA y los avances científico tecnológicos. Este posicionamiento de los científicos abre un abismo -mayor que el Cañón- con aquellas empresas que diseñan modelos destinados a cooptar los procesos de autonomía y autodeterminación de los sujetos y favorecen sesgos cognitivos y cognoscitivos.
Construcción colectiva
La iniciativa del equipo del Falkor de una transmisión sin límites, barreras, condiciones ni restricciones abre un horizonte infinito de posibilidades, elecciones, y redes -verdaderamente sociales- para la construcción colectiva del conocimiento y para el fortalecimiento del vínculo con un patrimonio ecológico que nos identifica como argentinos pero que pertenece a la humanidad.
Las estrategias para poner en común -en comunidad- la tarea que llevan a cabo los investigadores implica el otro polo de lo que venimos analizando en nuestra columna como el lado oscuro de la IA, que es en realidad, la faz opaca de las empresas que la diseñan y la ofertan. Lejos de la vertiginosidad, la sobreestimulación de información que ciertos algoritmos ponen en juego para colonizarnos, desde el Falkor lo que prima es la paciencia, la pausa rigurosa, el detenimiento en cada detalle que requiere el conocimiento científico. Es la antípoda de lo que nos proponen hoy las plataformas cotidianas de información: aprender a ver desde lo más pequeño, lo aparentemente trivial e insignificante hasta la inmensidad, aún cuando parezca que en ella nada hay. A ello se suma, el relato de los investigadores que durante 24 horas, por turnos, nos van describiendo, explicando -cuando pueden- lo que vemos. Interrogándose y explicitando sus dudas, sus desconocimientos, sus sorpresas, nos hacen vivir en directo el desafío de todo conocer que, como tal, comienza por aceptar lo que no se conoce. Otra enorme distancia con la aparente certeza absoluta (mano derecha de la soberbia) con que muchas plataformas de redes y chatbots presentan (y cierran) toda información. Cada uno del equipo expresa qué estudia y qué conoce y apela a los colegas cuando lo que aparece en la imagen no es parte de lo que sabe. Esta es otra dimensión central del conocimiento humano: su carácter cooperante y colaborativo, siempre abierto, que muchos modelos algorítmicos cercenan cuando se presentan como “la” (única) solución. Y todo este quehacer científico acompañado a cada instante de la pasión y la emoción -motores indispensables del conocer humano, de los que hasta ahora carece la IA.
Impacto multiplicador
La decisión de los científicos de compartir todo el proceso ha generado no pocas sorpresas debido al impacto multiplicador que ha tenido: miles de personas siguiendo la proyección paso a paso, conectándose y comunicándose, proyectando -más allá del “solo estar” ante la pantalla- nuevas inquietudes, necesidades, planes o imaginando juegos, en el caso de los más pequeños.
Los investigadores del Falkor han demostrado, una vez más, que el problema no es la tecnología en sí sino las decisiones con que se la produce y se la implementa. Puede ser un arma -solapada- de sojuzgamiento y colonización o una matriz de desarrollo cooperativo, solidario, para conocer mundos ignorados y generar universos infinitos
Nos han enseñado que una tecnología y una política científica pública es una cuestión de todos y para todos.
Y nos han hecho recordar desde el fondo del océano, con J. Keats, que “una cosa bella es alegría para siempre”.
Los universos infinitos que alumbra la tecnología, como el cañón submarino, encuentran en la arquitectura de agentes de IA un reflejo de su dualidad. Por un lado, las “arquitecturas de agente único” y los “flujos de trabajo ReAct” de las empresas que operan como chatbots y plataformas cotidianas: un ciclo de pensar-actuar-observar que, a menudo, está diseñado para ser cerrado y predecir nuestras acciones. Son sistemas que, como un “Robot Solitario” con un conjunto limitado de herramientas, buscan una respuesta rápida y, en su simplicidad, pueden caer en sesgos o en la “aparente certeza absoluta” . Su objetivo es la eficiencia para una tarea definida, no la exploración abierta. Esta es la “faz opaca” de la IA, donde la capacidad humana no se usa para expandir el conocimiento, sino para dirigirlo, creando un universo tal vez infinito, sí, pero con límites invisibles y preestablecidos por un algoritmo.
Por otro lado, la iniciativa de los científicos del Falkor (too) de difundir su quehacer en un “universo infinito” de conocimiento, encuentra su analogía en las “arquitecturas multi-agente” en la era agéntica que estamos transitando. El proyecto es, en sí mismo, un equipo de colaboración entre humanos y robots: un agente tecnológico “Robot Submarino” (SuBastian) que recolecta datos, un Buque de Investigación (Falkor) que provee la infraestructura, y un equipo “Comunidad Científica” que decide, direcciona y coordina. Este sistema se caracteriza por la “robustez” y la “escalabilidad”, ya que cada componente se especializa en una tarea (grabar, recolectar, analizar, difundir) y el sistema puede crecer y adaptarse a nuevas preguntas. Aquí, la IA no coarta la autonomía humana, sino que la amplifica, ofreciendo la posibilidad de co-crear conocimiento con horizontes infinitos.







