PRÁCTICA DE LIMPIEZA. Una experiencia de Meta de acompañar a la gente a limpiar de basura el cerro.
¿Cómo se educa para no ensuciar en un entorno saturado de descartables? ¿Cómo enseñar a cuidar el espacio común si desde bebés les damos a los niños objetos de plástico, juguetes con pilas, golosinas con tres capas de envoltorio y agua en botellas que se usan una sola vez? La contradicción no es solo cultural, es también estructural y política. Y el desafío -coinciden especialistas y funcionarios- es enorme: empezar desde el origen.
“Mensualmente, unas 18.500 toneladas de basura van a disposición final. Pero hace dos años, los residuos reciclados eran cero”, advierte la arquitecta Florencia Camino, subdirectora de Ambiente de San Miguel de Tucumán. Desde su rol técnico y educativo, insiste en que el cambio se nota: “Pasamos de recolectar 3.500 kilos de secos y limpios a 65.000. Eso marca que la cultura está cambiando, pero falta trabajar mucho más con los grandes generadores de residuos”. El programa Educà, creado bajo la gestión de la intendenta Rossana Chahla y la secretaria Julieta Migliavaca, visita dos a tres escuelas por día, en todos los niveles, para abordar el tema de la basura desde una perspectiva pedagógica. “Llevamos principalmente a los chicos de secundario a conocer el recorrido completo: desde el camión recolector, hasta la planta de transferencia y la disposición final en Overo Pozo. Esa experiencia visual impacta profundamente”, dice Camino. Lo que enseñan en las aulas empieza a replicarse. Algunas escuelas con comedor ya separan cartón y plástico, y solicitan recolección diferenciada hasta dos veces por semana. Aun así, el desánimo aparece al ver parques y plazas sucios después de fechas festivas. “Nos conmueve ver que todavía no logramos cambiar una cultura muy profunda. Pero soy positiva, porque hay gestión política, infraestructura y compromiso. Y eso antes no estaba”, asegura. En agosto se inaugurará el primer Campus de Educación Ambiental en La Madrid al 3.700, con salas temáticas, juegos interactivos y talleres abiertos al público. “Será una escuela ambiental para chicos, familias y docentes. Un paso más para que la gente entienda que el residuo tiene un impacto ambiental, pero también social: hay familias que viven del material recuperado”, señala.
PROPUESTA. Ya se abre el Campus de Educación Ambiental.
No se genera
Romina Ruedas es licenciada en Gestión Ambiental y docente del Instituto Superior de Educación Tecnológica. Desde su trabajo en el sector privado, insiste en que la solución está en la prevención: “El mejor residuo es el que no se genera”. Para ella, no basta con más tachos ni más carteles: hay que trabajar con el ejemplo en el hogar, en las escuelas y en los clubes. “Tirar un papelito parece nada, pero multiplicado por miles genera un impacto que desborda. Hay una desconexión con el entorno y con los demás”, dice.
Ruedas cree que la educación ambiental debe ser transversal y constante, y que el cambio de hábitos requiere tiempo. “Queremos que los chicos entiendan, pero les damos snacks con exceso de packaging o juguetes descartables. Hay que pensarlo desde el origen, no desde el residuo”, plantea. Y agrega que el Estado también debe involucrarse más con normativas y campañas de sanción: “En Río de Janeiro, si tirás una colilla en la vía pública, te multan, entonces ese rol de control del estado local también a veces puede funcionar o acompañar.”.
Francisco de Rosa, presidente de la ONG Meta Tucumán, plantea una mirada más estructural: “El problema es cultural: el plástico, el consumo, la falta de educación, la ausencia de sanciones y la desconexión con el espacio público. En Tucumán falta una construcción cultural coherente. La gente no considera malo usar plástico porque nadie se lo enseñò”. En Meta proponen un modelo práctico: que los niños salgan con sus padres a limpiar, pintar cordones, plantar árboles. “Si uno levanta basura ajena, nunca más va a tirar un papel. Eso es educación vivencial y sostenida, como hacen en Japón o Finlandia”, afirma. También cuestiona que la responsabilidad se cargue sobre los municipios: “El cambio cultural debe impulsarlo la provincia. Y para eso se necesita un plan educativo con base científica y a largo plazo”.
La ONG presentó hace tres años un programa al Ministerio de Educación llamado “De habitantes a ciudadanos”, pero no fue implementado. De Rosa cree que hay voluntad ciudadana, pero falta un proyecto coherente desde el Estado. “Si construimos valores colectivos claros, las normas acompañan. Pero sin eso, ninguna ordenanza de bolsas de plástico va a prosperar. Hay que educar para que las normas se cumplan y tengan sentido”.






