¿Cuántas posibilidades había de ganarle a este River? Esa fue la pregunta que sobrevoló durante toda la semana en Bolívar y Pellegrini. Se repetía en los pasillos del club, en las mesas de café, en las redes y en los grupos de WhatsApp. ¿Había chances reales de eliminar a uno de los mejores equipos del país en una noche de Copa Argentina? La ilusión creció con la llegada de Mariano Campodónico y se potenció con la marea roja y blanca que cruzó kilómetros hasta Santiago del Estero. La previa en el Madre de Ciudades olía a epopeya, como si la historia estuviera esperando por un sacudón. Pero ese atisbo de hazaña comenzó a desvanecerse demasiado pronto.
Fue con una volea perfecta de Gonzalo Montiel, que dejó en evidencia lo que todos sabían pero nadie quería admitir: la jerarquía entre planteles era abismal.
Durante los primeros minutos, sin embargo, San Martín mostró otra cara. La incógnita de la semana era qué idea traería Campodónico. En ese sentido, el “Santo” sorprendió: presión alta, marca personal y orden defensivo. La mitad de la cancha fue una trinchera donde Jesús Soraire, Gabriel Hachen y Nicolás Castro se multiplicaban para cortar y salir rápido. Pero el esfuerzo no se tradujo en peligro. Y en ataque, la presencia de Aaron Spetale -titular en lugar de Martín Pino- no generó el sacrificio necesario para incomodar al “Millonario”.
Mientras tanto, la defensa se sostenía como podía. Miguel Borja acechaba, pero Darío Sand -como tantas otras veces- respondió con firmeza. En uno de esos rechazos, River ganó un córner. Ahí todo se quebró: la ilusión, el orden, la concentración.
Desde una de las tribunas, un grupo de fanáticos -por llamarlos de alguna manera- empezó a arrojar proyectiles al campo de juego. El partido se demoró y ese fervor inicial se diluyó. Cuando se reanudó, Germán Pezzella peinó un centro y Montiel, en una posición tan ajustada como polémica, definió de volea para el 1-0. La jugada dejó sensaciones encontradas: había una milimétrica posición adelantada, pero también una distracción defensiva clave. Mauro Osores perdió la marca y la diferencia se hizo realidad.
San Martín no se rindió. Soraire, el mejor del equipo, tuvo dos chances claras para empatar, pero en el arco estaba Franco Armani, que volvió a demostrar por qué es figura internacional. A cada intento de reacción, River contestaba con vértigo. Así, Borja seguía buscando su gol, pero Sand le ganó el duelo una y otra vez.
Otra versión
El segundo tiempo trajo esperanza con un cabezazo de Federico Murillo que pasó cerca. No obstante, Marcelo Gallardo movió el banco y River cambió el ritmo. El ingreso de Giuliano Galoppo desestabilizó todo. Luego de una jugada sucia, con rebotes y piernas cruzadas, su remate se desvió en Guillermo Rodríguez y terminó adentro. Gol en contra, injusto por su esfuerzo, pero marcador al fin.
A esa altura, San Martín ya era más ímpetu que fútbol. Los cambios buscaban aire, pero el golpe final no tardó. Tras una serie de toques a pura jerarquía, Montiel apareció otra vez y con una definición sutil ante la salida de Sand selló su doblete y la clasificación de River.
La imagen final no fue el marcador. Fue el gesto. Los jugadores del “Santo” cruzaron el campo, caminaron hasta su gente y agradecieron con aplausos, con camisetas, con miradas sinceras. Del otro lado, los hinchas devolvieron la emoción. Porque entendieron que, más allá del resultado, hubo entrega. Porque saben que el fútbol tiene noches de sueños, pero también de realidad.
Ahora, el desafío será cambiar el chip. Enfrentar la ruta de regreso con la frente alta, corregir errores y volver a enfocarse en el objetivo más urgente: el torneo. Mientras San Martín soñaba en Santiago, la tabla no se detuvo. El equipo de Campodónico, ahora en la tercera posición, deberá recuperar terreno en Puerto Madryn. Y quizás ahí, cuando menos se espere, vuelva a sonar esa pregunta: ¿Cuántas posibilidades hay…?







