Lucas Pusineri ganó la batalla táctica y emocional ante Miguel Ángel Russo. LA GACETA / DIEGO ARAOZ
En Santiago del Estero no solo se jugó un partido: se libró una batalla. Y en esa guerra de detalles, de estrategia y de nervio, Lucas Pusineri fue el general que supo mover mejor sus piezas. Mientras el técnico del “Xeneize”, Miguel Ángel Russo, confiaba en los nombres, Atlético Tucumán apostaba por el orden, la garra y el factor sorpresa. El resultado fue inapelable: triunfo 2-1 y clasificación a los octavos de final de la Copa Argentina.
Atlético entendió desde el primer minuto cómo se juegan estos duelos. Los trató como lo que son: finales. Con intensidad, con compromiso y, sobre todo, con un plan claro que se ejecutó a la perfección. Pero lo más llamativo fue que esta victoria empezó a gestarse incluso antes de que la pelota comenzara a rodar.
En un fútbol donde todo se filtra, Pusineri jugó con la incertidumbre. Ocultó su esquema y lo reveló apenas minutos antes del pitazo inicial. Cambió el tradicional 4-4-2 por un inesperado 5-3-2: afuera Franco Nicola, adentro Miguel Brizuela como tercer central. Esa decisión le dio solidez defensiva y margen para liberar a los carrileros.
El mayor acierto del DT estuvo en ubicar a Lautaro Godoy como enganche. Desde ahí, dominó a un mediocampo “Xeneize” que tenía apellidos importantes pero escaso funcionamiento. Ni siquiera la presencia de Leandro Paredes fue suficiente. Boca apostó a la generación con Alan Velasco, Malcom Braida y Williams Alarcón, pero la presión y la inteligencia táctica de Kevin Ortíz y Adrián Sánchez les ganó el duelo. Además de recuperar, fueron claves en cada salida rápida.
Cada error de Boca fue aprovechado con voracidad. Atlético encontró ventajas con la velocidad de sus atacantes y mediocampistas, y esos espacios nacieron gracias a una defensa quirúrgica. Con Ortiz, Brizuela y Clever Ferreira —autor del primer gol— bien plantados, el fondo respondió con altura. Y los laterales brillaron con dos nombres que fueron apuestas directas del entrenador.
Por izquierda, un incansable Ignacio Galván fue ovacionado por su entrega. Por derecha, Maximiliano Villa justificó su lugar como titular, dejando en el banco a Damián Martínez. Pusineri eligió con precisión a los intérpretes de un plan que salió perfecto.
Con el aplomo de Matías Mansilla en el arco y la paciencia para golpear en el momento justo, Atlético sentenció la historia. El gol de Mateo Bajamich fue el golpe final que expuso las flaquezas de Boca. El equipo de Russo nunca logró romper el cerrojo defensivo y, en su desesperación, dejó los espacios que el “Decano” aprovechó con frialdad.
Porque para ganar este tipo de partidos no alcanza con tener nombres. Hay que tener plan, convicción y actitud. Y en todas esas áreas, Pusineri dio una clase magistral.







