Primero en la tabla, pero último en paciencia: por qué el hincha de San Martín ya no se banca nada

El "Santo" volvió a la cima, pero ni eso alcanza para calmar la ansiedad; el malestar crece y el “proceso” se volvió una mala palabra.

MALESTAR. Muchos hinchas de San Martín expresaron su descontento luego de que el equipo empatara de local contra Tristán Suárez. MALESTAR. Muchos hinchas de San Martín expresaron su descontento luego de que el equipo empatara de local contra Tristán Suárez. LA GACETA / Diego Aráoz
20 Julio 2025

“No podemos perder la calma”, dijo Jesús Soraire después del empate contra Tristán Suárez en La Ciudadela, unas horas antes de que la derrota de Atlanta en Lomas de Zamora contra Los Andes volviera a dejar a San Martín como líder de la zona de la Primera Nacional.

 Lo dijo con la serenidad de quien conoce de cerca las turbulencias. Lo dijo mientras la tribuna hervía, mientras el murmullo volvía a colarse por cada uno de los rincones del estadio, y mientras el resultado no alcanzaba para apagar la ansiedad. Y aunque no lo haya nombrado, habló de eso que ya no se puede decir en el fútbol argentino: el proceso.

En San Martín, como en otros tantos clubes de nuestra tierra el “proceso” se volvió una palabra incómoda, peligrosa, impopular. Una bandera que antes se levantaba con orgullo, y que ahora se esconde para no generar rechazo. Como si trabajar a largo plazo fuera un lujo, o peor: una excusa. Justamente en Bolívar y Pellegrini, en donde durante muchos años los hinchas se jactaron de ser los más seguidores, de alentar sin importar los resultados ni las categorías.

Sí; hoy en La Ciudadela no hay paciencia para nada. Ni para aguantar un pase mal dado, ni para bancar un mal resultado. Mucho menos para soportar un año más en la Primera Nacional luego de que el equipo haya perdido la final por el ascenso en la última temporada.

Hoy el fútbol se juega con el cronómetro en la mano. No alcanza con competir. Ni siquiera con ganar. Hay que gustar, golear, no sufrir, no errar. Todo eso, ya; ahora mismo. La ansiedad se convirtió en identidad, y la paciencia, en sospecha.

Ni bien Fabricio Llobet pitó el final del juego contra el “Lechero” desde varios sectores del estadio bajaron silbidos, insultos y cuestionamientos. Nadie se detuvo a mirar que con el empate el “Santo” había alcanzado a Atlanta en el primer lugar y que el equipo está logrando lo que se necesita en esta etapa: clasificar en el mejor lugar posible para tener una mejor chance cuando el campeonato entre en la etapa de definiciones.

Y San Martín está ahí. Pueden gustar o no las formas, pero el “Santo” es uno de los líderes de la zona A, es el cuarto equipo que más puntos cosechó en lo que va de la temporada y es uno de los que mejor rendimiento ostenta jugando de visitante (hasta acá sacó el 63,64% de los puntos).

Pero ese fenómeno que se vive en muchos escenarios no es nuevo. Nació de tantas promesas rotas como ilusiones acumuladas. Campañas que arrancaron con fuego y terminaron en humo. Técnicos que hablaron de proyectos pero que no lograron sostenerlo en el tiempo.

La Ciudadela es un estadio en el que se siente. No sólo en las tribunas; también en el aire, en los pasillos, en las preguntas de cada conferencia. Y aunque nadie lo diga en voz alta, todos lo saben: San Martín ya no se banca absolutamente nada.

“Anímicamente el plantel no está triste ni golpeado, pero sí con mucha bronca”, resaltó Ariel Martos durante la conferencia de prensa. Y no es para menos. Puertas adentro el grupo se siente en deuda jugando en casa. Esa es la mayor bronca, pero aunque muchos no se animen a decirlo públicamente como sí lo hizo Soraire, el mayor enojo es porque no sienten respaldo y porque en cada juego se sienten observados con una lupa.

El proceso es fundamental para poder lograr los objetivos

Y hay una trampa ahí. Porque el fútbol premia a quienes resisten el corto plazo. Lo hizo River con Marcelo Gallardo; también Platense que bancó a Sergio Gómez y Favio Orsi cuando el descenso lo acechaba, y San Martín de San Juan, que supo capear el temporal en la pasada temporada cuando sus hinchas le criticaban al equipo haberse caído en la parte final de la etapa regular.

En todos esos casos nadie apostó por la histeria: todos eligieron un camino, lo defendieron y, sobre todo, lo sostuvieron. Y así llegaron las alegrías.

En La Ciudadela, en cambio, esa palabra parece costar y mucho. El “proceso” tiene mala prensa. Parece una excusa, una demora, una promesa. Pero en el fondo es la única salida posible. Lo otro es la ruleta: si ganás, seguís; si empatás, dudan; si perdés, afuera.

Soraire pidió calma. Dijo que el equipo también quiere ganar, pero que hay que sostenerse. No hablaba sólo de este último partido, sino de todo: del club, del momento y de una necesidad colectiva de creer, pero también de esperar.

Porque el fútbol, como la vida, no se construye desde la urgencia. Y los equipos grandes no son los que más gritan: son los que más resisten.

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