Regalar un tiempo: el lujo que San Martín no puede permitirse

Ariel Martos apostó por los creativos cuando el duelo ya se le había complicado, y el "Santo" terminó cediendo dos puntos importantes.

SOLITARIO. Juan Esquivel fue el único que intentó generar algo en ataque durante la primera mitad. No tuvo socios y sólo tuvo una chance que Sumavil desactivó con reflejos. SOLITARIO. Juan Esquivel fue el único que intentó generar algo en ataque durante la primera mitad. No tuvo socios y sólo tuvo una chance que Sumavil desactivó con reflejos. LA GACETA / Diego Aráoz

A veces en el fútbol regalar un tiempo equivale a tirar un vaso de agua en el desierto. No se lo recupera más. San Martín lo supo tarde, cuando ya era inútil el aluvión de cambios, las variantes ofensivas y la desesperación sobre el final de un partido que se complicó de manera inesperada. El 1 a 1 contra Tristán Suárez en La Ciudadela dejó más preguntas que respuestas, y un sabor amargo en el paladar de un equipo que no está para experimentos ni mucho menos para licencias tácticas.

Durante 20 minutos, el partido fue como esas novelas que comienzan con promesas de épica. El “Santo” encontró el gol en una jugada precisa; casi quirúrgica: una pelota cruzada de Hernán Zuliani, un buen control y un remate certero de Nicolás Castro, y el estallido de la tribuna como augurio de una tarde tranquila. El rival parecía rendido ante de la media hora de juego. Pero entonces, en lugar de ir por más, San Martín puso el freno de mano. Se confundió en su propio esquema, se enredó en una idea que no parecía la correcta para la ocasión, se perdió y dejó crecer a un equipo que acertó cuando tuvo su oportunidad.

El 4-1-3-2 que eligió Ariel Martos resultó más una declaración de confusión que un planteo estratégico. Sin un conductor, sin alguien que pensara, toda la responsabilidad recayó en Juan Cruz Esquivel. Y el extremo, a pesar de su voluntad y de una sola jugada en la que logró desequilibrar, no encontró socios ni espacios. Fue como pedirle a un violinista que dirija una orquesta sin partitura.

Tristán Suárez, mientras tanto, se mantuvo agazapado, como un boxeador que sabe que con un solo golpe puede cambiar la historia.

Y ese golpe llegó sobre el final del primer tiempo. Y como casi siempre ocurre en el fútbol, vino tras un error no forzado. Matías García dio un toque corto y esa imprecisión fue una fisura por la que se coló todo el desorden. Juan Da Rosa metió un pelotazo frontal, y Álvaro Veliez atacó el espacio para dejar sin reacción a Darío Sand y decretar el 1-1. Un castigo enorme para un San Martín que no supo cerrar la puerta.

El entretiempo fue más que un descanso. Fue un grito interno, una urgencia. Martos reaccionó con cambios que eran gritos en la oscuridad: Juan Cuevas, Mauro González, Franco García. Tres nombres para intentar construir el fútbol que no había aparecido en los primeros 60 minutos. Pero ya era tarde.

El partido se había estancado en el barro del empate. Tristán Suárez se replegó con oficio, tapó todos los caminos y convirtió cada falta en una pausa eterna. Incluso ni siquiera volvió a patear al arco. No necesitó hacerlo.

San Martín buscó, pero con más corazón que ideas y el reloj fue su peor enemigo. Porque en los segundos tiempos, cuando ya no hay margen, las decisiones pesan el doble y los errores no tienen red. El equipo empujó con centros, con pelotas detenidas, con alguna aparición aislada. Pero nunca logró quebrar la resistencia de un rival que, sin ser brillante, supo jugar su partido. Supo qué vino a buscar en La Ciudadela y dio una clase de cómo ejecutar su plan.

El empate dejó una certeza que duele: este equipo no puede darse el lujo de regalar minutos. Cada tiempo cuenta, cada pase vale y cada decisión del entrenador debe ser una declaración de convicción.

La Ciudadela, ese templo en el que los hinchas hacen del aliento una religión, se fue apagando con resignación. Porque el 1-1 no fue producto del azar, sino del desconcierto. Y en el fútbol, como en la vida misma, los errores no siempre encuentran la redención.

El tiempo fue el peor enemigo para San Martín

Martos tendrá que revisar el pizarrón. No alcanza con cambiar nombres si la estructura es endeble. El ingreso de Cuevas mostró destellos, pero llegó cuando el rival ya había plantado su trinchera. González pidió la pelota y lanzó algunos pelotazos precisos pero no tuvo tiempo ni socios. Franco García corrió, desbordó y buscó centros, pero nadie llegó a empujarla. Todo fue intento, pero sin conexión, sin sorpresa y sin ese desequilibrio que hace falta cuando los partidos se cierran.

Hay empates que dejan un sabor mucho más amargo que otros; que incluso sin perderse dejan heridas. Y el juego contra el “Lechero” fue uno de esos porque San Martín tenía la tarde a su merced y la dejó escapar por falta de determinación, por errores propios y por un planteo que dejó algunas dudas.

El “Santo” está en una carrera en la que no puede detenerse a mirar el paisaje. Debe acelerar a fondo y achicar el margen de error porque cada punto vale oro y tendrá mucho más valor cuando el torneo entre en la recta final. Para colmo, cada tiempo regalado es una mochila más pesada para la próxima fecha.

Comentarios