Con alma y corazón: San Martín se puso el overol y cortó la racha negativa

Después de cuatro partidos sin triunfos en La Ciudadela, el equipo de Ariel Martos sumó de a tres y quedó a un punto de la cima. Hubo sacrificio, cambios tácticos y un desahogo tan justo como necesario.

El Santo sumó tres puntos El "Santo" sumó tres puntos LA GACETA / OSVALDO RIPOLL

Volvió a ganar en casa, y no fue una victoria más: fue como volver a respirar después de estar bajo el agua. San Martín se impuso en La Ciudadela luego de cuatro partidos de angustia y espera (dos empates y dos derrotas), con el corazón en la mano, los dientes apretados y el alma en modo supervivencia. Lo hizo como se ganan las batallas en tiempos difíciles; con entrega sin cálculo, con sacrificio sin quejas, con una efectividad quirúrgica y con esa cuota de sufrimiento que parece tatuada en su presente. Como un boxeador golpeado que se niega a caer, el equipo respondió en el momento en el que más lo necesitaba, y aprovechó la caída de Atlanta (perdió en su visita a Colegiales) para volver a quedar a un punto de la cima de la zona A de la Primera Nacional.

Ariel Martos entendió que, en medio de la tormenta, no bastaba con ajustar las velas sino que tenía que cambiar el rumbo. Obligado por ausencias y por el clamor de una reacción, modificó nombres y esquema, y el nuevo 4-1-3-2 le ofreció al equipo algo más que orden. El nuevo dibujo le dio sacrificio, músculo y alma en la mitad de la cancha. Jesús Soraire, más guerrero que arquitecto, puso el cuerpo y el carácter, mientras que Nicolás Castro fue ese destello de claridad en medio de tanto barro; ese destello que le devolvió al equipo una pizca de fútbol cuando más lo necesitaba. Esta vez, la posesión fue un lujo prescindible. El “Santo” no quiso lucirse, quiso ganar y eso le costó que en muchos pasajes del partido Los Andes manejara la pelota y los tiempos. Pero San Martín consiguió lo que buscaba como se adquieren los triunfos en tiempos de urgencia: con el cuchillo entre los dientes y el orgullo a flor de piel.

Es cierto que todavía San Martín debe ajustar varios tornillos para que la máquina llegue a funcionar como pretende su entrenador y como también lo exige su gente. Los pelotazos a espaldas de Federico Murillo y de Hernán Zuliani parecen ser un problema que por ahora no tiene solución. Esa fue la gran estrategia que implementó la visita y por esa vía llegó a inquietar en algunos momentos a Darío Sand.

Esta vez, el regreso de Juan Orellana le entregó una solución al equipo. Si bien en los primeros minutos el central mostró algunos signos de un futbolista que lleva tiempo sin sumar minutos, con el correr del juego se afianzó y aportó su experiencia cuando la mano podía llegar a complicarse.

Antes de los dos minutos, San Martín tuvo su chance porque a falta de posesión se hizo un equipo bien vertical. Martín Pino se encontró con un pase filtrado de Franco García, pero no pudo darle dirección. Y después de ese arranque que parecía ser furioso el equipo debió calzarse el overol para luchar, para disputar cada pelota con el corazón en la mano y para evitar que los fantasmas volvieran a sobrevolar un estadio que esta vez no jugó en contra.

Los hinchas entendieron el mensaje que habían lanzado Martos y Sand en la semana. Sabían que al peor momento del equipo en la temporada (nunca había perdido dos partidos en fila) se lo iba a superar con el aporte de todos y así fue. No hubo reproches; sí aliento y empuje.

Por eso el gol de Pino antes del final de la primera mitad fue un desahogo necesario. Y así el equipo salió a jugar el complemento con otra “cabeza”. Tuvo situaciones para sentenciar el juego gracias a la claridad de Castro y al desequilibrio individual de Franco García. Sin embargo faltó el toque de gracia. Para colmo Pino falló un penal que le hubiera dado la tranquilidad cuando el duelo ingresaba en la recta final.

Martos leyó bien la situación. El “Milrrayitas” dejó de lado el juego asociado y comenzó a buscar el empate con pelotazos frontales, y por eso del DT mandó a la cancha a Tiago Peñalba para armar una línea de cinco defensores.

El salteño tuvo un error que casi tira abajo el esfuerzo de todos. No escuchó el grito de su arquero y para colmo cabeceó al medio. Pero Tomás Pérez le erró al arco desde una posición inmejorable y en La Ciudadela respiraron todos.

El pitazo final no fue sólo el cierre de un partido, sino la confirmación de que en el fútbol, como en la vida, resistir también es ganar. San Martín volvió a abrazarse con su gente; no por un despliegue brillante ni por una sinfonía de toques, sino por algo mucho más visceral como la capacidad de sobreponerse cuando todo parece pesar el doble.

Quedan batallas, dudas y detalles por pulir. Pero hay algo que no se negocia en La Ciudadela; el fuego que arde cuando todo arde. Porque la fe nunca se fue, sólo esperaba el momento justo para volver a nacer.

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