En la física política, los espacios que liberan algunos cuerpos son ocupados por otros. La ausencia de la habitual postal del 9 de julio, con la Casa Histórica de fondo, encabezada por el presidente de la Nación y secundado por otros dirigentes, fue reemplazada a nivel local por la foto del abrazo del gobernador Osvaldo Jaldo con el senador Juan Manzur impulsado, más que por amor, por el espanto de una derrota electoral. La otra imagen destacada de la jornada en Tucumán fue la de la vicepresidenta, cuyo cargo indica que debe llenar los vacíos presidenciales pero que, en su caso, inevitablemente los resalta. “¿Cómo no estar acá y no venir a hacerme parte del pueblo tucumano?”, dijo Victoria Villarruel en su contacto con la prensa.
La niebla porteña existió y generó la suspensión de vuelos en la noche del 8 de julio, cuando tenía previsto despegar el avión que transportaría al presidente. También existió el debate sobre el impacto de una eventual foto de Javier Milei acompañado de escasos gobernadores, contrastando con la placa de la vigilia del 9 de julio del año pasado, en la que 18 sobre 24 cabezas de distrito dieron el presente.
Victoria vuelve
La vicepresidenta dijo que en Tucumán se siente en su casa. Cuando cumplió un año, su padre -comando del Ejército- estaba en el monte tucumano, donde fue herido en un muslo y en la cadera. Seis años más tarde, en mayo de 1982, partió a Malvinas, donde combatió junto a Jorge Vizoso Posse, militar tucumano que salvó su vida por la cuenta de un rosario que le dio Villarruel y que frenó una bala inglesa.
Siendo adulta, Victoria visitó la provincia en varias oportunidades, dando charlas en colegios y en salones de hoteles sobre las víctimas de ataques de Montoneros y el ERP, o presentando alguno de sus libros, como Los llaman…jóvenes idealistas.
En su visita a la Casa Histórica, este miércoles, fue recibida por su director, José María Posse, con el cumplimiento del protocolo previsto para las máximas autoridades. Villarruel saludó con particular amabilidad a cada uno de los empleados y a los miembros de la Guardia de Honor del Regimiento 10. Destacó que el nuevo guion de la Casa no albergara elementos divisivos para los argentinos. Antes de partir hacia la Catedral, comió un sánguche de milanesa de “Los eléctricos” pero criticó que no le hayan ofrecido Mirinda manzana.
“Romper todo”
“Yo quiero dar un mensaje federal, de respeto a todos los argentinos, de amor a la Patria”, dijo Villarruel, cubierta por un poncho ornamentado con dos escarapelas y un escudo de Tucumán, en la puerta de la Casa Histórica. Aclaraba que su visita a la provincia era breve porque debía volver al Senado por los preparativos de la sesión que debía presidir, en la que se debatiría una redistribución de fondos para las provincias y aumentos en las jubilaciones. Mientras Villarruel hablaba de respeto, amor y federalismo se viralizaban declaraciones del presidente, formuladas un par de horas antes. “(Los gobernadores) quieren destruir al gobierno nacional” sentenciaba en una entrevista con Luis Majul, en el estudio radial de El Observador en Buenos Aires. “A ellos –ilustró, sin hacer salvedad alguna- no les importa si los argentinos van a estar peor o mejor; les importa el poder y ‘la de ellos’…La intención es romper todo”. El cálculo presidencial indica que los proyectos impulsados por las provincias representan un 2,5% del PBI. Milei defiende con uñas y dientes el superávit fiscal, el eje de su plan de gobierno. Al describir los logros de este último, en la tarde del jueves en la Bolsa de Comercio, puntualizó que lo llevaron adelante con el “15% de la Cámara de Diputados”, “siete senadores” y “una traidora”, por su vice.
“Me votaron para defender la institucionalidad y hacerla respetar, no para levantarme cuando las papas queman o cuando el Ejecutivo recuerda que soy Vicepresidente”, replicó Villarruel en un áspero cruce virtual con Patricia Bullrich –quien planteó su “complicidad” con el kirchnerismo- y en respuesta a Milei.
Origen del desencuentro
“Por mi parte no hay un diálogo cortado” contestó Villarruel cuando le preguntaron en Tucumán sobre su relación con el Presidente. El problema es que la otra parte no tiene interés alguno en dialogar con ella. Ni siquiera en ofrecer gestos elementales de cortesía, como quedó evidenciado con el saludo que Milei le negó a su vice –y también al jefe de gobierno porteño- en el Tedeum del 25 de mayo pasado.
Todo nació casi en la sala de parto de la gestión. Antes de que se cumpliera un mes de la asunción del nuevo gobierno, el primer fin de semana de enero de 2024, Villarruel estuvo en Cumelén, el country más conocido de La Angostura, en el Sur del país. El propósito secreto, por pedido de confidencialidad de la casa real holandesa, era un encuentro con Máxima Zorreguieta, quien quería conocer a la flamante vice. La lectura que se hizo en el entorno presidencial es que el objetivo del viaje era una reunión oculta con Mauricio Macri, quien veraneaba en el mismo barrio cerrado. “La que quiere voltear a Milei es Villarruel con Macri” dijo el dirigente social Juan Grabois, en un programa televisivo, en medio de un verano caliente en el que otro dirigente pronosticaba fechas posibles para una caída del Presidente. Distintas señales de diferenciación de Villarruel alimentaron la inquina presidencial. Una reunión con un directivo periodístico, la presencia de carteles con el nombre de la vice en un acto público, la proximidad con senadores de la oposición, una llamativa visita a Isabel Perón y versiones sobre apodos despectivos aumentaron el malestar en la Casa Rosada. “Está cerca de la casta”, dijo Milei.
Lo que ahondó la grieta que separó irremediablemente a los integrantes de la fórmula presidencial fue el abierto cuestionamiento de Villarruel al juez Ariel Lijo, el candidato de Milei a ocupar una de las vacantes de la Corte Suprema.
De la TV a la política
Villarruel, como fenómeno mediático, tiene un origen similar y casi contemporáneo al de Milei. Ernesto Tenembaum, autor de una de las biografías sobre el Presidente, sitúa el minuto cero del boom Milei en la medianoche del 27 de julio de 2016, cuando el economista apareció en un programa de Alejandro Fantino y el rating casi se triplicó.
Poco después se convirtió en invitado habitual de Intratables, programa que también instaló a Villarruel como figura. El acontecimiento que abrió las puertas de la atención pública a la futura vicepresidenta fue el debate televisivo que sostuvo, en el programa A fuego lento, con el ex número 2 de Montoneros Roberto Perdía y el ex integrante del ERP Luis Mattini. Mostró una foto del Capitán Viola con su hija –luego asesinada- en brazos. “De este lado hay muertos, heridos, mutilados…Del otro lado, dos personas que están impunes hasta el día de hoy” les dijo, mirándolos a la cara. El video tuvo medio millón de visualizaciones.
Un asesor de Milei fue quien la propuso como segunda de la lista del candidato libertario en las elecciones legislativas de 2021. Era, en términos del asesor, “la novia de Recoleta” para “el motoquero sureño”. Durante los dos años que compartieron en la Cámara de Diputados, la relación fue muy buena. Convivieron “espalda con espalda” en absoluta minoría.
En la fórmula presidencial, Villarruel aportaba la pata nacionalista al proyecto libertario, posibilitando una combinación que sintonizaba con los principales exponentes de la nueva derecha a nivel global. Era el “J.D. Vance” de Trump, el contrapeso conservador de la volatilidad discursiva. La Libertad Avanza empaquetaba, de ese modo, batalla cultural, memoria completa, orden en las calles, defensa de las dos vidas junto a reducción del Estado, eliminación de privilegios, ataque a la inflación, dolarización y alianza con Estados Unidos e Israel. También se cocinaba en la fórmula una contradicción, insospechada a esa altura, entre dialoguismo y “apego a las formas” de la candidata a vice con pulsión al conflicto y “juego al fleje” de la cabeza del binomio.
La maldición del vice
En las novelas policiales, el heredero es el sospechoso natural ante el homicidio del dueño de la fortuna. En los regímenes presidencialistas, el encargado de reemplazar a la cabeza del Ejecutivo –por ausencia, renuncia, destitución o muerte- es un personaje ineludible en cualquier relato conspirativo. Esa condición generó tensiones en muchos de los binomios presidenciales desde el regreso de la democracia. Las tuvieron Duhalde y Menem, Scioli y Kirchner. En ciertas circunstancias las fricciones pusieron en riesgo la continuidad del principal mandatario, como ocurrió en la madrugada del “voto no positivo” de Julio Cobos o, en inversión de roles, en la presidencia de Alberto Fernández, ante las presiones de Cristina. Con mayor dramatismo, la renuncia de Chacho Álvarez dejó sin suplencia a un gobierno que colapsó, generando una crisis institucional. No renunciar, para Álvarez, implicaba complicidad con la corrupción que había detectado en el Senado. “La función de vicepresidente es excesivamente pasiva para una figura que aparenta ser la número dos del país”, afirmó. Esa pasividad genera el riesgo de desdibujamiento político. Lo experimentaron vices como Víctor Martínez o Gabriela Michetti.
Princesa en reino hostil
“Victoria Villarruel es vicepresidenta pero a veces parece reducida a una función meramente protocolar, como una princesa en un reino hostil”. Así la pinta la periodista Emilia Delfino, autora de La Generala, biografía no autorizada de “la vicepresidenta que desafía a los Milei”, publicada la semana pasada. La diputada Lilia Lemoine dijo que lo que le molestaba de la vicepresidenta es que prioriza su imagen antes que el proyecto de país. “Todo lo que tiene se lo debe a Milei”, plantea el mileísmo. En el entorno de Villarruel creen que su incapacidad para la obsecuencia, los “baños de conexión popular” que suele darse en distintos puntos del país, los choques con Karina y algunos sondeos que le adjudicaban un nivel de imagen positiva equivalente a la del presidente son los factores que alimentaron el rechazo.
Villarruel quiere ser presidenta pero, sostienen sus allegados, necesita tiempo para aprender. Sabe que es un animal político distinto al presidente y, a través de intervenciones puntuales, marca sus diferencias. Vocera de una derecha que siempre tuvo problemas de representación, puede construir con el Pro y el peronismo ortodoxo, con riesgos de desperfilarse.
Su dilema se parece al de Macri. Si al presidente le va muy mal, puede terminar arrastrada por el fracaso. Si le fuera muy bien, licuada por su éxito. No tiene estructura y enfrenta ataques orquestados que reducen su margen de error. Pero no sufre el desgaste ni los riesgos de la gestión.
Acaba de cumplir 50 años. Es joven para la política y lo seguirá siendo en 2027 y en 2031, cuando se agote el tiempo constitucional de un presidente eventualmente reelecto. ¿Se agotará también –como en tantos casos- el combustible político de la vice? Mientras tanto, vive en el limbo del suplente, aquel cuya función está signada por la contingencia.








