Después del parto, ¿qué pasa con el sexo? Lo que atraviesan muchas parejas

Después del parto, ¿qué pasa con el sexo? Lo que atraviesan muchas parejas

Dicen que lo último que se pierde es el deseo. Pero hay etapas donde se desdibuja, se esconde, se calla. En un streaming reciente, Daniela Celis, ex participante de Gran Hermano, lo dijo sin rodeos: “Thiago (Medina, ex participante de Gran Hermano) me dejó porque no teníamos mucho sexo”. Lo contó sin lágrimas, como quien acepta una pérdida que no termina de entender. La frase podría ser el disparador para una conversación más amplia que muchas mujeres reconocen en silencio, aunque pocas pongan en palabras: ¿qué pasa con el deseo después del parto?

En las semanas posteriores al nacimiento de un hijo, la vida cotidiana cambia de manera radical. Se altera el sueño, los horarios, las prioridades. La mujer atraviesa un proceso físico intenso, a veces doloroso, al que se suma la demanda emocional y logística de un recién nacido. Pero lo que menos se suele decir es que también se transforma la identidad. “El posparto implica un gran cambio psíquico”, explica la psicóloga y sexóloga clínica Agustina Soria Gómez. Ese reordenamiento interno, muchas veces silencioso, se traduce en una disponibilidad erótica mucho más baja, algo que —advierte la especialista— no sólo es esperable, sino que también puede considerarse sano en esa etapa.

Lo que se rompe no es sólo el ritmo sexual, sino el espejo en el que una mujer solía mirarse. Las marcas del cuerpo, el cansancio, la falta de tiempo propio, la presión de “recuperarse” rápido, todo opera como un ruido de fondo que interfiere con el deseo. Si una mujer se siente ajena a su propio cuerpo o medida bajo estándares que no puede —ni quiere— alcanzar, es difícil que logre conectarse con el placer. Ni hablar si además recibe señales externas que refuerzan esa exigencia.

No hay una fórmula para sortear este momento. A veces el deseo regresa solo, como si el cuerpo y la mente encontraran un nuevo equilibrio. Otras veces no. Lo importante, según Soria Gómez, es que la pareja transite ese período con honestidad y sin presiones. Hablar sin juzgar, validar las emociones del otro, construir acuerdos desde el respeto mutuo. Parece simple, pero no siempre lo es.

Porque cuando el sexo desaparece —o se vuelve esporádico, o simplemente cambia de forma— no desaparece sólo un acto físico. Lo que muchas parejas pierden, sin darse cuenta, es el espacio simbólico donde antes se encontraban: ese gesto cotidiano que decía “estamos bien”, “nos elegimos”, “todavía somos nosotros”. Cuando eso falta, la relación se resiente. Pero forzarlo también tiene consecuencias. “El deseo no se impone”, dice la especialista. Sentir culpa solo empeora el malestar.

En esa zona ambigua, donde la pareja ya no es la de antes pero todavía no sabe qué será, muchas mujeres se sienten solas. Se les pide estar disponibles emocionalmente para su bebé, funcionales para lo doméstico, enérgicas para sus trabajos, y también conectadas sexualmente con sus parejas. Nadie pregunta qué necesitan ellas, ni quién las habilita a vivir ese tiempo de forma más real y menos performática.

“Como antes”

No se trata de volver a lo que fue. Esa expectativa —volver a tener relaciones “como antes”, recuperar el cuerpo “de antes”, sentir lo mismo “de antes”— no hace más que generar frustración. “El posparto invita a construir una nueva intimidad”, dice Soria Gómez, y en esa frase hay una clave. La nueva intimidad no siempre tiene que ver con el sexo como se lo concebía antes del nacimiento del hijo. A veces aparece en una conversación sin interrupciones. O en una caricia que no espera nada. O incluso en compartir el silencio sin que pese.

Volver a encontrarse como pareja no es un regreso, sino una reinvención. Una nueva versión de la intimidad, menos idealizada, más concreta. A veces más lenta. Pero también más sostenible.

El caso de Celis y Medina volvió visible algo que a menudo se esconde bajo el peso del tabú. No se separaron por una infidelidad, ni por una pelea, ni por un desacuerdo fundamental. Se separaron porque el sexo se volvió escaso. En un mundo que valora la disponibilidad sexual como signo de amor o compromiso, eso puede parecer un motivo legítimo. Pero también puede leerse como el síntoma de algo más profundo: una desconexión con la experiencia del otro, una falta de herramientas para atravesar juntos una etapa compleja, una dificultad para esperar sin reclamar.

Quizás no haga falta convertir cada separación en un juicio ni cada crisis en una falla. Lo que sí parece necesario es abrir la conversación sobre lo que el posparto realmente implica. No sólo para las mujeres que lo atraviesan, sino también para quienes comparten con ellas una vida. La intimidad, como el deseo, no se impone. Se cuida. Se construye. Y a veces, también se espera.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios