¿Le devolvemos la calle a Roca o lo bajamos del bronce?

¿Le devolvemos la calle a Roca o lo bajamos del bronce?

¿No va siendo hora de devolverle a Julio Argentino Roca el nombre de una calle en San Miguel de Tucumán? De lo contrario, si hay un consenso en contra de su figura, ¿cómo se justifica que lo hayan “bajado” de una avenida pero a nadie se le haya ocurrido remover la estatua que lo inmortaliza frente al parque 9 de Julio? Respuesta: porque todo se hizo mal, a las apuradas, producto de la obsecuencia de turno. No se planteó un debate serio, amplio, con la participación de actores calificados. Fue pura chapucería institucional y, desde ese punto de vista, un arrebato de injusticia.

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Ocho días después de la muerte de Néstor Kirchner, el 4 de noviembre de 2010, el Concejo Deliberante le confirió un tratamiento exprés a la iniciativa del entonces intendente Domingo Amaya. La ordenanza reemplazó a Roca por Kirchner en la nomenclatura de la avenida que todos conocemos y los carteles se cambiaron a la máxima velocidad. Más que un tributo al ex presidente fallecido representó un mensaje de incondicionalidad a su viuda, cuyo primer mandato había entrado en la recta final. Nobleza obliga: esta clase de “homenaje” se repitió a lo largo y a lo ancho de la Argentina. La cuestión en Tucumán es que, de paso, sirvió para castigar a Roca, foco en ese momento de una intensa campaña de revisionismo histórico.

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La figura de Roca sigue -y seguirá- generando un encendido contrapunto en todo lo referido a la “Campaña del Desierto”. Porque de su obra de gobierno, desarrollada durante los 12 años que ejerció la Presidencia de la Nación, hay demasiados hitos indiscutibles. La cuestión es que para algunos su nombre representa la consolidación del Estado nacional en el territorio patagónico, y para otros simboliza la violencia sistemática contra los pueblos originarios, a los que se sometió, desplazó y diezmó en el avance militar hacia el sur. Este es el nudo de la discusión que no se dio en Tucumán.

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Nicolás Avellaneda era el primer mandatario y Roca su ministro de guerra -dupla cien por ciento tucumana- cuando en 1879 se inició la acción en la Patagonia, cuyo objetivo declarado era terminar con los malones y asegurar el dominio del Estado sobre amplias regiones controladas por diversas comunidades indígenas. Ahí se abren las interpretaciones:

- Para historiadores como Ricardo Levene, uno de los grandes referentes de la escuela histórica tradicional, esta ofensiva fue un paso necesario y estratégico para lograr la unidad territorial del país, garantizar la seguridad de las poblaciones y abrir tierras a la explotación agrícola-ganadera. En esta línea, Roca aparece como un constructor de la Nación, un modernizador que supo imponer el orden en zonas que escapaban al control estatal.

- Las posturas revisionistas y críticas lo analizan con un enfoque totalmente distinto. Investigadores como Osvaldo Bayer, autor de “La Patagonia rebelde” y ferviente defensor de los derechos de los pueblos originarios, sostienen que la campaña fue un acto de exterminio planificado. “Fue un genocidio, según los términos actuales del derecho internacional. Se exterminó una cultura, se mataron miles de personas y se redujo a servidumbre a las mujeres y niños sobrevivientes”, declaró Bayer en reiteradas oportunidades.

- La polémica se intensifica al considerar las cifras y los métodos. Diversos estudios estiman que fueron asesinados entre 1.300 y 1.500 indígenas durante la avanzada, y que cerca de 10.000 fueron capturados, despojados de sus tierras y enviados a centros urbanos como mano de obra servil. Para quienes sostienen la tesis del genocidio, como el historiador Walter Delrio, se trató de una política de “limpieza étnica” encubierta por el discurso del progreso y la civilización.

- También hay posiciones intermedias. El historiador Luis Alberto Romero, por ejemplo, reconoce el carácter violento de la campaña y la injusticia cometida contra los pueblos originarios, pero advierte sobre el riesgo de juzgar los hechos con criterios anacrónicos. “Fue una guerra de conquista, sin duda. Pero no puede aplicarse directamente el término genocidio como si se tratara del Holocausto. Es importante entender el contexto del siglo XIX”, señala Romero.

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El pasado sigue siendo un territorio en disputa, y para enmarcar esas disputas hay ámbitos, hay estudios y estudiosos, hay oportunidades. Nada de eso se tuvo en cuenta en 2010, cuando la urgencia por homenajear a Kirchner se llevó puesta la avenida Roca sin que la sociedad tuviera voz ni voto al respecto. No se trataba de organizar un plebiscito; más bien de invitar a un grupo de profesionales calificados -incluyendo vecinos- para que expresaran sus opiniones y surgiera una conclusión colectiva. ¿Existe entre los tucumanos la certeza de que Roca fue responsable de esa “limpieza étnica” de la que habla Delrio? ¿O lo que perdura es la convicción de que los gobiernos de Roca fueron decisivos para la consolidación y el desarrollo del país, incluyendo los efectos de la “Campaña del Desierto”? Estas preguntas ni siquiera llegaron a la opinión pública en aquellos afiebrados días de noviembre de 2010. Pero nunca es tarde.

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Si de los nombres de las calles, de las avenidas y de las plazas se trata, lo que prima son los contextos históricos, los usos y costumbres del momento, también las conveniencias políticas y hasta los caprichos de algún gobernante de turno. San Miguel de Tucumán proporciona muchos ejemplos en ese sentido. Uno de ellos corresponde a una arteria del microcentro, troncal para el flujo del tránsito: ¿por qué merece Crisóstomo Álvarez semejante honor?

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Sobrino del general Gregorio Aráoz de La Madrid, rosista de joven y unitario de no tan joven, el mérito de Álvarez fue haber pertenecido al bando ganador de la guerra civil. De él se alababa su valentía para la batalla, aunque no contra enemigos de la Patria. No fue un guerrero de la independencia (nació en 1819), tampoco gobernó la provincia ni se le recuerdan aportes significativos al desarrollo institucional, social o económico de Tucumán. Tuvo la mala suerte de que Celedonio Gutiérrez lo hizo fusilar cuando la caída de Rosas era un hecho después de Caseros, pero la noticia no había llegado aún al norte. ¿La heroicidad de Álvarez consiste entonces en ese trágico destino? Si Álvarez hubiera sido un federal fusilado por un comandante unitario, ¿llevaría su nombre una calle?

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Hay mucho de aleatorio en esta cuestión y lo de la antigua avenida Roca fue totalmente aleatorio. Por eso se renueva la inquietud de definir qué pensamos y qué queremos los tucumanos en relación a Roca. Si fue un genocida, como sostuvieron Amaya y los concejales en 2010, se quedaron a medias porque le quitaron la avenida pero lo mantuvieron en el bronce. Y si no lo fue, es tiempo de devolverlo a la ciudad. En todo caso, y para no profundizar esta grieta que nos carcome, que la avenida siga llamándose Kirchner. Hay calles de sobra que bien pueden reacomodar su denominación.

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