Crónicas del viejo Tucumán: Eustoquio Díaz Vélez, el salvador de la provincia
El Dr. Bernardo de Yrigoyen manifestaba: “Se recuerda como héroes y como grandes en aquella edad de grandes y de héroes, a Monteagudo y a Bernabé Aráoz, a Lamadrid y al general Díaz Vélez, considerado con justicia el salvador de Tucumán”.
Por José María Posse
Abogado, escritor, historiador.
Desde su juventud, Eustoquio Díaz Vélez se jugó la vida por la causa revolucionaria. Peleó en las Invasiones Inglesas, comandó la guardia de los Patricios durante las jornadas del 22 y 25 de mayo de 1810. Estuvo en la batalla de Suipacha, Huaqui, Nazareno y Las Piedras, donde quedó al mando de la retaguardia patriota. Estuvo en la reunión en la que Manuel Belgrano se dejó convencer por Bernabé, Pedro Miguel y Cayetano Aráoz, para presentar batalla a los realistas en Tucumán. Fue segundo de Belgrano en la batalla de Tucumán y Salta, en la cual resulto herido. La Primera Junta lo comisionó para proteger el pronunciamiento vecinal en La Colonia, lo que Díaz Vélez realizó con la misma determinación con la que abrazó la causa revolucionaria. Fue Gobernador Intendente de Salta en 1813; Teniente Gobernador de Santa Fe entre 1814/15 y gobernador de Buenos Aires en 1819.
Familia heroica
Eustoquio Antonio, era nacido en Tucumán, 2 de noviembre de 1782, hijo del acaudalado comerciante español don Francisco José Díaz Vélez; por su madre, doña María Petrona Aráoz, era miembro de esa histórica familia tucumana, cuyo aporte resultó esencial en los aprestamientos para la batalla del 24 de septiembre de 1812. Era primo hermano del coronel mayor Bernabé Aráoz y nació en la casa materna de calle Congreso 36; allí don Bernabé, años más tarde fijara su residencia. Los hermanos Díaz Vélez Aráoz fueron doce, algunos de ellos fallecidos infantes. Uno de ellos, Manuel, se alistó en el recientemente creado regimiento de Granaderos a Caballo al mando del luego Libertador don José de San Martín. Durante el combate de San Lorenzo, que significó el bautismo de fuego del destacamento, recibió heridas que provocaron su muerte. Su nombre aparece junto al del valeroso sargento Juan Bautista Cabral, en la lista de héroes fallecidos aquel día de gloria. Otro de sus hermanos, llamado José Miguel, participó también en las guerras por la independencia y posteriormente en las guerras civiles. También cabe destacar al sacerdote patriota Francisco José Díaz Vélez.
Invaciones inglesas
Eustoquio Díaz Vélez tuvo tempranamente su bautismo de fuego durante las invasiones inglesas, combatiendo en el Regimiento de Blandengues, al que se había unido en tiempos donde ejercía el comercio en la frontera con el indio en la provincia de Buenos Aires. Desembarcó junto a Santiago de Liniers en el Puerto de las Conchas, desde donde marcharon a Buenos Aires; participó en los cruentos combates que culminaron con la Reconquista de la Capital. De inmediato se sumó al Regimiento de Patricios, con el grado de Teniente, cuando ocurrió la segunda Invasión, estuvo bajo las órdenes directas de Cornelio Saavedra, donde peleó con bravura y determinación, ganándose el aprecio y respeto de sus camaradas. En 1809, cuando la asonada de Álzaga, luchó junto a las fuerzas de Liniers, y fue herido en defensa del Virrey, lo que le valió su ascenso a capitán. Por sus servicios distinguidos recibió cuatro medallas, de las tantas que obtendría en más.
Revolución de Mayo
Poco se conoce su rol durante los sucesos de Mayo de 1810 en Buenos Aires. Díaz Vélez apoyó en forma directa a los sublevados contra la autoridad del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros. Fue uno de los protagonistas de la histórica jornada del 20 de Mayo, cuando Cisneros intentó influir sobre los comandantes del Fuerte de Buenos Aires. Ante esta situación, el tucumano se reunió con los comandantes del cuerpo de Patricios y convino con ellos apoderarse de todas las llaves de entrada y de la sala de armas y el polvorín. Ante esto, el Virrey decidió finalmente llamar a Cabildo abierto para ese día. Hombre de confianza de Saavedra, al frente del Ejército, este lo designó como jefe de guardias de Patricios que custodiaban las asambleas.
Cuando el 24 de mayo se propuso una Junta de Gobierno encabezada por el ex Virrey Cisneros, Díaz Vélez fue uno de los cabecillas del movimiento opositor reunido en casa de los Rodríguez Peña; entre otros allí se encontraban Belgrano, Feliciano Chiclana, Domingo French, Vicente López y Planes, Mariano Moreno, entre otros, quienes al día siguiente exigieron la renuncia de sus miembros, lo que consiguieron. Fue así y en base a una “petición popular”, aquel histórico 25 de Mayo se creó la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata, a nombre del señor don Fernando VII. A días de aquella fecha bisagra para nuestra historia, fue enviado a la Banda Oriental, precisamente a Colonia del Sacramento para neutralizar un foco de resistencia. Tiempo después recordaba: “Yo he sido el primer oficial que desenvainó la espada y peleó en honor y defensa de nuestra suspirada libertad, cuando en la Colonia del Sacramento hice fugar cobardemente a su comandante don Ramón del Pino, rendí su guarnición y regresé con su armamento por despojo”.
Primera expedición
Con en grado de Teniente Coronel, comandó una de las columnas del Ejército Expedicionario al Alto Perú; fue destacado por sus superiores por haber instruido sobre la marcha a los reclutas y mantener el orden y la disciplina en un ejército que para nada podía ser considerado como profesional; apenas una milicia regimentada. Luego de algunos combates victoriosos, las fuerzas revolucionarias fueron completamente derrotadas en Huaqui, iniciándose la dispersión de las tropas. Con el resto que quedaba retrocedieron hasta Jujuy a efectos de reaprovisionarse y esperar órdenes. El Triunvirato determinó enviar al general Belgrano a efectos de hacerse cargo de lo que quedaba de aquel ejército. Conocedor de los hombres y de la valía de sus subordinados, designó a Díaz Vélez como su segundo al mando.
Quedaban unos 700 soldados, heridos, desmoralizados, con poco armamento y con sus uniformes en jirones, muchos de ellos. Aún así, el tucumano conformó un cuerpo de milicias de caballería, integrada por altoperuanos y jujeños, a los que denominó “Patriotas Decididos”. Eran en su mayoría, muchachos jóvenes, algunos con 16 o 17 años, quienes aportaron sus cabalgaduras y armas.
Las Piedras
El general Belgrano, estando en Jujuy, recibió órdenes del Triunvirato de retirarse con el resto del Ejército del Norte hacia Córdoba, dejando a las provincias arribeñas que tanto habían colaborado con la Revolución, libradas a su suerte. El 23 de agosto de 1812, Belgrano ordenó al pueblo de Jujuy quemar sus cosechas, secar los pozos y arrear todo el ganado existente a efectos de evitar que cayeran en manos de ejército realista; una fuerza de 4.000 soldados debidamente regimentados los acechaba. A paso forzado, el pueblo y el ejército enfilaron rumbo a la ciudad de San Miguel de Tucumán, siendo perseguidos de cerca por la vanguardia realista. Finalmente el 3 de septiembre, fueron alcanzados a la altura del río Las Piedras, en territorio salteño. Fue allí, cuando se probaron en combate aquel grupo de milicianos gauchos que conformaban “Los Decididos”, quienes apoyados por los fusiles y cañones de su ejército, y al comando del bravo Díaz Vélez, derrotaron a los realistas en un épico combate que sirvió para retemplar el ánimo de los revolucionarios.
Tucumán
Aquella columna de esforzados patriotas llegó a Tucumán en los primeros días de septiembre, y el 10, el general ordenó acampar en La Encrucijada en Burruyacu. Previamente había mandado una comisión a la ciudad para exigir la entrega de las armas. Ante esto, los tucumanos reaccionaron, enviando una comisión encabezada por Bernabé Aráoz y algunos de sus familiares, a efectos de solicitarle a Belgrano, desobedecer las órdenes de Buenos Aires y presentar batalla. Es de imaginar el encuentro de Díaz Vélez con sus primos, los nervios de aquella jornada y sólo podemos teorizar que, de alguna manera, pudiera haber influenciado ante Belgrano para acceder al pedido, que seguramente para muchos era descabellado. Lo cierto es que al aceptar el pedido, el general iba a escribir en más, sus páginas más gloriosas.
La Batalla
Los prolegómenos de la acción del 24 de septiembre son muy conocida: la sorpresa del ejército realista al ser sorprendido por las fuerzas revolucionarias en el descampado del Campo de las Carreras; la carga de los “Decididos” quienes arrollaron a la elite de la caballería del ejército del Rey y luego saquearon todas sus provisiones, llevándose armamentos, municiones, cañones y hasta el carruaje del general realista Pío Tristán. Como vimos, Díaz Vélez ofició de mayor general, o sea era el segundo comandante. En un momento clave de la batalla, Belgrano había sido arrastrado por el desbande de un sector de su ejército fuera del escenario de las acciones; el tucumano de inmediato se hizo cargo de la situación.
Momento crítico
Fue el momento más crítico. El ala izquierda española, librada de la caballería arrolló a la columna de infantes Pardos y Libertos revolucionarios de José Superí. Sobre la izquierda, formó los cuadros y atacó. El avance de caballería e infantería de los realistas fue imparable, tomando prisionero al coronel Superí. Sin embargo, la firmeza de la columna central permitió a los patriotas recuperar terreno y recobrar al oficial; pero los avances desiguales fraccionaron el frente, haciendo la batalla confusa, incomprensible para sus comandantes y dejando en buena medida las acciones a cargo de los oficiales que encabezaban cada unidad. Por su parte Tristán, quien también había sido arrollado por sus fugitivos hasta El Manantial, reorganizaba a toda prisa su tropa para embestir con la caballería; con lo cual destrozaría el centro, partiendo en dos el ejército rebelde, cuyo flanco izquierdo apenas ya se sostenía. El campo de batalla quedó momentáneamente en manos de la infantería rebelde. Entonces el mayor general Eustaquio Díaz Vélez y Aráoz, junto con un grupo de infantería de Manuel Dorrego tomó el parque de artillería de Pío Tristán, que había quedado sin el resguardo de su caballería. Así capturó treinta y nueve carretas cargadas de armas, municiones, parte de los cañones y muchos prisioneros, quienes en la confusión se creyeron vencidos. Se apoderaron además de las banderas de los regimientos Real de Lima, Cotabambas y Abancay. Apoyado por las fuerzas de la reserva y ocupándose de llevar a los heridos, Díaz Vélez tomó una inteligente decisión: sus hombres habían capturado la mitad de la artillería enemiga, tenían varios centenares de prisioneros y en su momento habían roto en tres puntos la línea española. Pero avizoraba las consecuencias que podía tener el martillo formado sobre la izquierda, y con sus catalejos; de seguro ya advertía el reagrupamiento de la caballería enemiga. Para colmo de males no podía conectarse con Belgrano. Resolvió entonces replegarse a la ciudad, para poner a buen recaudo la artillería y los presos. Confiaba en resistir desde la plaza fortificada, lo que era ajustarse al plan inicial. Como pudo, a fuerza de órdenes gritadas vigorosamente arrastró tras de sí a aquel tropel de hombres y animales que se disgregaban de sus líneas. Hizo replegar la infantería hacia la ciudad de San Miguel de Tucumán, colocándola en los fosos y trincheras que se habían abierto allí en los días previos. También reorganizó la artillería con las piezas tomadas al enemigo y apostó tiradores en los techos y esquinas estratégicas, convirtiendo a la ciudad en una plaza muy difícil de tomar. Fortalecido en ella, Díaz Vélez aguardó expectante el resultado de las acciones de Belgrano y Tristán. Los generales aún contaban con fuerzas de caballería, que aunque dispersas, pronto podían reagruparse.
Victoria
Pío Tristán, temeroso de lo que podía esperarle a sus tropas dentro de la urbe, optó por amagar un par de entradas, pero ordenó la retirada ante los primeros disparos enemigos. Luego intentó por la vía diplomática, buscando la rendición de la plaza, lo que fue rechazado con vehemencia por Díaz Vélez. Ante ello, el general realista se retiró a Salta, concluyendo así las acciones con un contundente triunfo, que selló la suerte de la revolución. Rápidamente Belgrano le ordenará Díaz Vélez picar la retaguardia del ejército de Tristán en su retirada al norte, logrando tomar muchos prisioneros y rescatar también algunos que habían hecho las tropas del Rey.
Veterano curtido
Le tocó asimismo una valiente participación en los sucesos de la Batalla de Salta, donde fue herido en el comienzo mismo de las acciones, aunque ello no bastó para aplacar su ascendiente en una tropa que había aprendido a respetar su juicio. También participó de los días aciagos en las derrotas en Vilcapugio y Ayohuma, donde su arrojo y determinación evitaron mayores males al ejército patriota. Tuvo a su cargo otras misiones de importancia: fue teniente de gobernador de Santa Fe y gobernador interino de Buenos Aires. El torbellino de las guerras civiles posteriores lo envolvió y así lo vemos del bando unitario, participando en la Revolución de Los Libres del Sur en 1839, primer levantamiento contra Rosas. Estuvo preso y luego se exilió en el extranjero, para volver recién después de la batalla de Caseros. Tenía campos en Chascomús, en la margen izquierda del Río Salado. Allí vivió con su mujer María del Carmen Guerrero y varios hijos quienes les aseguraron una gran descendencia. También en Necochea, tierras que su hija donaría al Estado. En su “Historia de Belgrano”, Mitre señala acerca de Díaz Vélez: “…era respetado, aún por los enemigos, por su espíritu emprendedor, y dominaba a los amigos por su tono enfático y por su actividad febril”. Era reconocido por su extraordinaria capacidad de mando y la rapidez en tomar decisiones precisas en momentos de infortunio, tal fue el caso del triunfo en Tucumán. Es recordado también por su temeridad, fogosidad y alma de guerrero. Falleció en Buenos Aires en 1856, rodeado del respeto por haber sido uno de los últimos generales de la guerra por la independencia. El apellido Díaz Vélez se halla radicado hace muchos años entre nosotros, en una de sus ramas familiares. Ellos y dos calles, una en la ciudad de Tucumán y otra en Yerba Buena, resultan lo único que nos recuerda el paso por la historia de uno de nuestros olvidados guerreros de la patria.