Los libros

Hoy se celebra el día del libro en la Argentina. En esta edición compartimos algunas miradas sobre sus virtudes, su vigencia y sus perspectivas.

Los libros
15 Junio 2025

Una invención insuperable

El libro es una invención que quizás la humanidad use siempre, como la cuerda, la rueda, el cuchillo, el tenedor, la cuchara, el vaso, el cinturón, la escalera, la mesa, la silla, la botella, la manta y el bastón.

La relación entre el orador y quienes lo escuchan tuvo cambios con la aparición del libro. Tzvetan Todorov escribía: “... En tiempos de Sócrates, el orador solía preguntar al auditorio cuál era su modo de expresión o género preferido: ¿el mito, o sea el relato, o bien la argumentación lógica? En la época del libro, no se puede dejar esta decisión al público: ha sido necesario hacer una elección previa para que el libro exista, y uno se conforma con imaginar, o desear, un público que respondiera de tal manera con preferencia a tal otra; y uno se conforma, también, con escuchar la respuesta que sugiere o impone el tema mismo”.

Con la difusión del libro hubo cambios también en las maneras de alardear. Séneca, que criticaba a los romanos que presumían de cultos exhibiendo muchos libros que nunca leían, escribía en “De la tranquilidad del ánimo”: “¿Para qué sirven los libros y bibliotecas innumerables, de los que su dueño apenas si puede leer su título en toda su vida? Esa cantidad cansa al que está aprendiendo, pero no le enseña y es mucho más interesante que te dediques a unos pocos autores y no que andes perdido entre muchos. En Alejandría ardieron 40.000 rollos. Alguno lo alaba como hermosísimo monumento de la opulencia de los reyes, como por ejemplo Livio, que dice que esto fue obra egregia de la elegancia y preocupación de los reyes. Pero ni aquello fue elegancia ni preocupación, sino lujoso deseo de aprender, mejor, ni deseo de aprender, porque no se compraron para el estudio sino para el espectáculo, como para muchos ignorantes también los libros de letras infantiles no son instrumentos para el estudio sino adornos para sus cenas. Adquiramos, pues, cuantos libros sean necesarios, pero no por el espectáculo”.
Últimamente, el uso del libro digital se extiende rápidamente reemplazando al de papel, pero su relación con el funcionamiento del cuerpo es menos directa y más compleja. 

El libro impreso y el libro digital son objetos diferentes cuyos empleos son también diferentes. En el de papel uno escribe en sus márgenes, donde a veces hay anotaciones de otros lectores, pero no hay lugar para muchas palabras. Tampoco se puede borrar fácilmente lo que alguna vez anotamos, obligándonos a recordar pensamientos que a veces preferimos dejar de lado.  

Aunque es opinable, el libro impreso en papel parece más acorde a nuestra escala corporal. Algo en él es inmejorable, en lo que guarda parecidos con el tenedor, cuya utilidad es difícil de separar de su forma. Escribí por ahí una ironía sobre un novedoso tenedor que “consistía en una variante de cuchara que permitía trinchar la comida cruda mediante un reducidor de volúmenes laser de haz amplio que hacía innecesario el cuchillo y que, gracias a unos emisores laterales de microondas focalizadas, la cocinaba en el trayecto hacia la boca”. Claro que mientras la utilidad del libro digital no es comparable a la de ese absurdo tenedor, sí lo es la del libro impreso y la del tenedor común, resultados ambos de desarrollos que parecen haber llegado a sus puntos de acabamiento final.

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Raúl Courel - Psicoanalista tucumano, ex decano de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

La memoria vegetal

Afirma Umberto Eco que con la invención de la escritura asistimos al nacimiento de la memoria mineral. Y la llama mineral porque los primeros signos se  graban en tablas de arcilla, se esculpen en piedra. Los ideogramas, las runas, los caracteres cuneiformes tenían soporte mineral. Luego -dice- “fue naciendo poco a poco otro  tipo de memoria, que he decidido llamar vegetal porque, aunque el pergamino estuviera hecho con piel de animales, vegetal era el papiro y, con la llegada del papel (desde el siglo XII) se producen libros con tejidos de lino, cáñamo y tela; y, por último, la etimología tanto de biblos como de liber remite a la corteza del árbol.”

Un tema constante de Eco, en su libro La memoria vegetal, es el de la memoria: “La memoria cumple dos funciones. Una, y es la función en la que todos piensan, la de retener en el recuerdo los datos de nuestra experiencia previa, pero la otra es también la de filtrarlos, la de dejar caer algunos recuerdos y conservar otros.”  Y a continuación nos remite al cuento de Borges “Funes el memorioso” en el que el protagonista: “Ireneo Funes es un personaje que todo lo percibe sin filtrar nada, y sin filtrar nada, todo lo recuerda.”  Hoy tenemos una importantísima memoria social a través de la web y ante este inmenso almacén interactivo de memoria dice Eco, nos sentimos como Ireneo Funes “Obsesionados por millones de detalles” y con frecuencia perdemos el criterio de selección.

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Elena V. Acevedo - Doctora en Letras, profesora de Italiano de la UNT.

El buen lector

1 - De entrada hay que decirlo: el buen lector es un ser anfibio. Como esos raros animales -ora acuáticos, ora terrestres, que necesitan de dos ambientes para sobrevivir, dos entornos vitales para subsistir- el buen lector participa, es habitante y ciudadano también de dos mundos, de dos registros de una misma realidad que lo reclaman. Convive entre dimensiones disímiles, divorciadas y contradictorias en apariencia, que debe armonizar, poner en relación simbiótica y, de ese modo, lograr que una sea de utilidad y provecho para la otra.

2 - En primer lugar, el buen lector goza con todas las cualidades sensibles de su libro: la tersura del papel, el perfume de sus hojas y su tinta, el peso y el tamaño; en fin, lo pulcro y esmerado de su edición. Pero sabiendo también que allende el libro hay un mundo, una realidad, una calle con sus durezas, sus rigores y asperezas; un mundo que se muestra indiferente hacia nosotros, cuando no poco amigable.

3 - El buen lector es el que transita, navega y se zambulle en un mundo de palabras, el de una realidad muda trasmutada por la magia y el encanto de ellas; pero el lector ideal también tiene un mundo afuera de ese libro, uno de hechos que a veces parecen torcer, oponerse y malograr los sueños y deseos inspirados por las palabras.

4 - El buen lector encuentra en un libro ese caudal de sabiduría, el acervo de conocimientos útiles para la vida de la mano de los que nos precedieron, de la humanidad toda, de aquellos que ya nos abrieron algún camino; pero fuera de esos libros nos espera siempre nuestra propia vida, nuestra realidad única, con sus datos y condiciones novedosos, sus inéditos desafíos, sus situaciones insospechadas que reclaman nuevas sendas, tallar otros caminos, adentrarse en lo desconocido.

5 - El buen lector es ese que, a través del libro, alcanza a vislumbrar esos modos y estilos de conducta del ser humano en su conjunto, del hombre en sociedad; llega a entrever la recurrencia, la repetición de esos vicios y virtudes que anidan en lo humano desde siempre; “La historia nunca se repite, el hombre, siempre”, sentenció el ilustrado Voltaire. Sin embargo, con ese ser humano individual que tiene a su lado, cotidiano y próximo, debe apostar a descubrir en él la novedad, lo original, lo irrepetible de su persona.

6 - El buen lector ve en el libro un tesoro que construye, forma y eleva su mente hasta alturas inimaginables de gozo y satisfacción, hasta logros singulares de deleite y contemplación; a mayor edad pareciera darnos ese raro y apreciado don de la sabiduría.

Del otro lado, no es ajeno a su cuerpo, que, de modo insidioso a veces, le marca esa otra realidad, la de la imperfección, la enfermedad y el dolor, con sus achaques progresivos de la mano de los años..

7 – El buen lector es también como esos insectos que transforman unos dados insumos en bien valiosos productos. Como un arácnido paciente y laborioso, va tejiendo, con cada lectura, esa trama con la cual dar cuenta de la realidad. Esa malla que arrojada al mundo, quiere atrapar su sentido, entender un poco más de sus misterios, escrutar sus entresijos más profundos. O, como una abeja hábil e industriosa transforma el néctar de un buen libro en la dulce miel de las propias experiencias.

8 – El buen lector es aquel que, cual hábil alquimista, de modo artesanal, sabe conjugar esos mundos en apariencia estancos y contradictorios; como ya se dijo antes, el mundo de las palabras, las ideas y los sueños con aquel de los hechos, lo cotidiano y la historia. Más aún, con el aliento vivificante de esas palabras, de esas ideas, sabe, con el barro, con la materia de los hechos, dar sentido a su vida y a su historia. El lector ideal convierte ideas en hechos y hechos y experiencias en ideas; da carne a las palabras y alma a las vivencias.

9 – El buen lector explora la realidad desde distintos ángulos, desde diferentes ventanas; todo libro le es útil para indagar la misma realidad, la humana, compleja, rica y multiforme; cada lectura representa un ángulo de visión diferente de esa realidad humana que es a la vez una y poliédrica, invariante y proteiforme. Cada libro nos habla a su modo de la misma y única realidad. Cada lectura implica un registro, al modo del timbre de un instrumento dentro de la gran sinfonía humana. Cada autor le presta su voz a un aspecto, a una versión del mundo. “Soy un hombre, nada de lo humano me es ajeno” expresó Publio Terencio hace más de veinte siglos. Nuestras lecturas componen para nosotros una suerte de universo semántico, inteligible; de balizas y mojones de sentido.

10 – Finalmente, un libro se gesta en unas determinadas coordenadas existenciales de su autor; su biología, su crianza, su geografía, su tiempo, todo actúa para dar forma y alumbrar una obra. Pero una vez leída deja de ser propiedad exclusiva de ese autor para ser patrimonio de la constelación de los buenos lectores; rompe sus moldes, sus variables personales para adquirir vuelo propio, de tal suerte que el sentido de una obra estará dado a la vez por la propuesta del autor y la respuesta del buen lector. Autor y lector, al modo de pescadores que zarpan de mañana, arrojan esa red tejida entre ambos al vasto mar de lo existente, intentando, cada jornada, comprender algo más de esa vida que comparten.

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Fernando Padilla - Ingeniero civil, escritor.

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