La escalera a Vespucio, lugar mágico
Un conjunto de mujeres artistas y artesanas, vecinas y amigas, decidieron intervenir y resignificar un espacio comunitario: a dos años del proyecto “La escalera” en Campamento Vespucio, sus protagonistas comparten su experiencia con el mosaiquismo y el patrimonio cultural.
Por Mario Flores
La abundante belleza natural de uno de los lugares mágicos de la provincia de Salta emplazado en la biósfera de las yungas, Campamento Vespucio, logra prevalecer por su contundencia verde y su follaje, a pesar de los recientes impactos debido a los cambios climáticos, la deforestación y la falta de conciencia ecológica por parte de las grandes empresas que supieron explotar la zona en tiempos no tan lejanos. La exuberancia de la flora nativa responde al colorido local: un domingo 30 de mayo en horas de la tarde, una caravana de vehículos y motos, gente en bicicletas o a pie, siguen una imagen del Sagrado Corazón de Jesús (santo patrono de Campamento Vespucio) que será entronizado esta fecha para dar paso a la celebraciones religiosas de costumbre, que ahora conviven con el ciclismo y el turismo natural, el avistaje de aves y el trekking. En frente de la capilla de la localidad, sobresale a la vista un fenómeno infrecuente que, sin embargo, no altera el paisaje sino que lo resignifica. Hace dos años, un grupo de mujeres lideradas por la Lic. María Brunet e integrado tanto por mosaiquistas con experiencia como artistas plásticas sin conocimiento de la técnica, además de otras vecinas y amigas, decidieron -una elección basada en el espíritu libre de curiosidad y creatividad, pero también movido por un afecto y sentido de pertenencia para con su lugar- intervenir una de las escaleras que se encuentran en el ángulo derecho de una subida lateral, que dan acceso a la calle superior. Entre charlas y limpiezas regulares, las miembros de este colectivo coordinaron una expresión duradera de una obra al aire libre, así como dieron luz y color a una de los primeros antecedentes de intervenciones en espacios comunitarios con el propósito de revalorizar el patrimonio cultural.
Esta escalinata fue construída por la empresa YPF en tiempos de la explotación petrolera que tuvo lugar en el Campamento Vespucio entre 1929 y 1990: hoy es el marco preferido para fotografías (no falta la oportunidad de ver quinceañeras con vestidos de gala, niños con globos dorados en forma de números o egresados con marcos de telgopor), ya que esta pared natural ofrece la postal ideal con el ocaso de fondo. Actualmente, cuenta con un cartel con información turística y un QR que lleva a un video, y cestos de basura apropiadamente ubicados para proteger este espacio tanto del abandono como del daño casual -ya en los primeros días de inaugurado el proyecto, el mismo sufrió una vandalización en uno de sus escalones-. Expresan Carmen Saa y Graciela Lena: “Transcurrían los primeros meses del año 2021, y tras el largo aislamiento que la pandemia nos había impuesto, empezábamos a imaginar actividades que nos unieran a la comunidad. La idea era devolverle a esa escalinata emblemática algo de ese lucimiento que el pueblo supo tener en tiempos de YPF. Pero quisimos hacerlo como una obra de arte colectivo, convocando a todos aquellos que quisieran participar en alguno de los 42 escalones dejando su huella de color en el verde profundo del paisaje. Así lo soñamos y hoy está aquí para que toda la comunidad pueda disfrutarla”.
En el caso de Miky Escobar, una de las únicas dos participantes que sí tenían conocimiento y experiencia sobre la técnica de mosaiquismo, su rol fue doble: además de diseñar e intervenir varios escalones de la escalera, se enfrentó a la experiencia de enseñar a las demás participantes el uso de herramientas y nuevos procesos creativos: “Al principio, para aprender esta técnica, el grupo inicial -unas siete personas- teníamos una profesora que venía de Salta, pero luego quedé yo junto a Carolina (Agüero) -mosaiquista también-. Soy de Vespucio, pero nunca soñé con hacer mosaiquismo aquí mismo, y ahora podemos pensar en hacer más. Siempre que viene gente (porque vivió tanta gente acá en el Campamento, que se fueron cuando se terminó YPF), se dan con la escalera y se sacan fotos”. Su colega en la docencia, Carolina Agüero, repasa el camino del proyecto: el proceso comenzó en un domicilio particular, pasando por la biblioteca popular de Campamento Vespucio, y el centro vecinal hasta el lugar de acción. “La pasábamos lindo porque era crear lo que a una le gustaba. Yo lo tomo como un juego, como si hiciera un collage”.
A dos años de esta intervención, que consiste en 42 diseños por parte de mujeres artistas y sus familias, vecinos y algunos encargos especiales, como por ejemplo un escalón hecho íntegramente por alumnos de primaria, este proyecto continúa siendo independiente y autogestivo, en lo que implica sostener y mantenimiento: se hicieron cargo de colocar cestos de basura, plantar laureles y lapachos y cortar maleza, además de solicitar el arreglo de luminarias. Para María Brunet es interesante cómo se da este desplazamiento por diversas áreas de la comunidad a partir de una obra: “Ha sido interesante ver cómo nosotros le hemos dado ese valor artístico, una nota artística, y todo empezó a movilizarse: el arte también presiona”.
La locutora radial y periodista Milagro Diarte remarca la necesidad de acentuar la educación de una conciencia ecológica a través de la educación para el responsable manejo de la basura, e insiste en la importancia de instalar bancos: “Cuando pasaron sesenta días de lluvia, vimos una filmación lo horrible que estaba. Entre todas, en menos de una hora, dejamos la escalera hermosa nuevamente. Está iluminado ahora, por suerte”. Entre sus pasiones y locuras de Milagro -además de su larga trayectoria en radiodifusión- están la música y el fútbol. Así que aunque los requisitos básicos que hubo a la hora de idear los diseños de cada escalón (sin firmas ni nombres, sin cuadros de fútbol, sin ideologías políticas) discutían sobre cuestiones de hinchada, el escalón que corona la escalera muestra la copa del mundo junto con tres estrellas. El primero, tiene como centro un pentagrama con la clave de sol. El próximo proyecto que el grupo ha ideado, o más bien la siguiente etapa de lo que podemos entender como un sólo gran proyecto de intervención y revalorización del espacio público y el patrimonio cultural, consistirá en la reparación artísticas de las veredas.
Entre los diversos mundos de cada una de las participantes, se destaca Ana María Pellanda, de profesión veterinaria: “Mi diseño presenta una rama de lapacho con un ave. Cuando me contaron que tenían ganas de hacer esto, me encantó: me llamó la atención porque yo soy cero arte, cero creatividad y cero paciencia. Así que me enseñaron la técnica para darle forma a cada pétalo. Hoy por hoy paso por ahí, y es linda la sensación”. Por su parte, Nancy Banzer representó uno de los elementos más preponderantes en el turismo local (interurbano): una bicicleta sobre un fondo azul. “Como soy deportista e hice ciclismo en mi juventud, mi infancia era salir en bici con todas mis amigas. Mi premisa fue plasmar algo que me trajera recuerdos, porque cuando no estemos aquí, quién se acordará de nuestra infancia”. Cada escalón y su diseño comprende relatos internos: de hecho, en los créditos de este proyecto figuran entre paréntesis hijos y nietos, ya que en las tardes de cerámicas, pegamentos y herramientas, se construyeron narrativas de tópicos tanto mágicos como humanas para inventar un trasfondo a cada pieza, a cada ensamblaje de color. Por ello, cada una de las entrevistadas, a la hora de responder sobre cómo fue su experiencia, hablan en plural.
“Uno de los primeros que hicimos fue uno de flores, una guarda de flores, cuando todavía estábamos experimentando porque nadie conocía la técnica y era lo más fácil. Es una hermosa experiencia no solo por el aprendizaje, cuando aprendemos una técnica nueva, sino por el compartir: cada una en lo que hizo, colaboró y aprendió, convivió en nuestras casas”, resalta María José Suárez, quien hasta hace poco tenía un taller de arte en Campamento Vespucio -sitio que también sirvió como sede de las primeras reuniones de este proyecto-.
María Brunet profundiza sobre la importancia de trabajar artísticamente en los espacios comunitarios: “Lo que más nos atravesó de este proyecto, han sido las relaciones. No nos conocíamos, y a través de esto fuimos colaborativas e incondicionales para formar esta comunidad y sentir cómo se caen las barreras y las grietas, es unirse desde otros carriles, relacionarnos a través de otros lugares por los que uno no está acostumbrado. Desde lo profesional, es también haberle encontrado el sentido a por qué yo estudié esta carrera: quizás muchas veces me había arrepentido de haber estudiado algo que no sabía cómo plasmarlo en una sociedad en la cual no se consume arte porque básicamente está pensando en lograr comer. En esto encontré el sentido, la potencia y me di cuenta del placer estético, el disfrute relacional: no hay límites”.
El montaje multicolor que conjuga diversas texturas y simbolismos, sobre el ascenso meticuloso de la escalera en medio del verde natural, parece estar en su momento justo para reafirmar su sentido de propiedad: “Salir de golpe al espacio público e intervenirlo, hacerlo tuyo, convocar al pueblo, te muestra que si arreglaste una escalera podés arreglar el pueblo. Cruzar una barrera me movilizó mucho a la hora de comprender Vespucio mismo”. Finaliza Diarte: “El trabajar en conjunto es amor y sentido de pertenencia”.







