Héctor Zaraspe: “En Tucumán aprendí a amar el baile y la música”

Héctor Zaraspe: “En Tucumán aprendí a amar el baile y la música”

El gran maestro tucumano fallecido en 2023 fue homenajeado, el pasado martes, en la Juilliard, la mayor academia de artes escénicas del mundo, de la que fue uno de sus más destacados profesores.

FACTORES. Dios, mi madre, Eva y la generosidad de ciertas personas se combinaron para que se abriera mi camino, dijo Zaraspe.

- ¿Cuáles fueron las personas y los momentos clave en su carrera?

- Aprendí a bailar y cantar en Tucumán. En la escuela y en mi casa conocí y aprendí zambas y chacareras. La muerte de mi padre y la necesidad nos llevaron a Buenos Aires. Y fue mi madre la que apostó a lo que todo el mundo consideraba una locura. Un día me vio llorar y dijo: “Mi hijo va a estudiar baile porque no me gustaría que un día, viendo un ballet, piense que él podría haber sido uno de ellos”. Limpiaba pisos para pagarme mis clases de baile. También las pagaba con gallinas y huevos. La suerte me cruzó, mientras vendía caramelos en la calle, con Elisa Duarte, la hermana de Eva Perón. Le dije que era pobre y que era un artista. Así llegué a Eva, quien me consiguió un trabajo y la inscripción a la escuela de danzas del Teatro Colón. Luego me subí a un barco que me dejó en España; solo, sin nada, volviendo a empezar de cero. En Madrid fui a pedir trabajo a San Cayetano. En la iglesia le pregunté a una mujer si conocía una guardería infantil para dar clases de danza. Esa mujer era dueña de una guardería y alguien muy influyente que se codeaba con mujeres de la clase real, a quienes terminé dándoles clases. Así las cosas se me fueron dando y, sin darme cuenta, terminé siendo maestro de Nureyev y Margot Fonteyn o haciendo coreografías para Hollywood. Nureyev, por ejemplo, cuando un experto lo cuestionó por no haber elegido a un maestro ruso o francés, que hubiese parecido natural, dijo que no buscaba un maestro por su nacionalidad sino por su sensibilidad. Cuando me ofrecieron enseñar en Juilliard, dije que no tenía el currículum que tenían allí los docentes. “Usted es el maestro de Nureyev, ¿qué mayor currículum puede tener un maestro de ballet?”, me contestaron. Dios, mi madre, Eva y la generosidad de ciertas personas se combinaron para que se abriera mi camino. Ahora quiero devolver parte de todo lo que he recibido a través de mi fundación, para que otros chicos tengan oportunidades como las que yo tuve.

- ¿Cómo descubrió a Paloma Herrera?

- La vi por primera vez en una audición en el Teatro Coliseo, en Buenos Aires, donde yo presidía un jurado. Apenas empezó a bailar, dije en voz alta: “esta niña tiene un ángel adentro”. Tenía 14 años y le dije en broma a la madre: “yo a esta niña me la robaría para llevarla a Estados Unidos”. ¿Por qué no se la roba?, me contestó. Llevé un video y le dieron media beca. Cuando llegó y la vieron en vivo le dieron una beca plena. Así, a los 15 años, se convirtió en el miembro más joven del American Ballet Theatre. Luego sería también la primera bailarina más joven de su historia y desarrollaría una carrera extraordinaria, sin perder la sencillez y el agradecimiento.

- Entrevistamos a Paloma Herrera en este suplemento, el mes pasado, y deslizó una crítica a los concursos televisivos de baile, como el de Marcelo Tinelli. Hernán Piquín, por su parte, dijo que la televisión ayudaba a popularizar el baile. ¿Usted qué opina?

- Estoy con Paloma. Ella defiende los años de esfuerzo, ensayo y sacrificio que implica la vida de un bailarín contra la imagen del éxito fácil. Esos programas premian el escándalo y lo acrobático por encima del talento, banalizando la compleja construcción cultural que hay detrás de un bailarín profesional. Pero tengo que decir algo más. Julio Bocca tuvo un ángel especial, Maximiliano Guerra tenía las condiciones físicas pero Hernán Piquín era el bailarín argentino que tenía más talento. Es completísimo. Baila tango, moderno, clásico. Leonardo Favio pudo exhibir su talento en su película Aniceto. El decidió aprovechar la veta televisiva y abrazar la fama que concede la televisión con un formato exitoso en todo el mundo.

- ¿Cuánto es innato y cuánto adquirido en un bailarín?

- El gran bailarín nace. Sobre esa base, la formación será fundamental para que pueda alcanzar su destino. Alrededor de los siete u ocho años los niños suelen dar sus primeras audiencias en los conservatorios de danza. En esa etapa todavía no puede saberse si serán grandes bailarines pero sí se pueden detectar ciertas condiciones. El arco del pie, la flexibilidad, el empeño, el oído musical. A partir de allí, los cuidados físicos, la formación cultural, la pasión y el talento serán claves. Muchos quedarán en el camino a pesar de las ganas. Pero formarán parte de un público que aprecia las artes y, en las distintas etapas de su vida, aprovecharán la riqueza que implica la práctica o el mero contacto con cualquier disciplina artística.

- La película Cisne negro, protagonizada por Natalie Portman, enfoca un supuesto lado oscuro del mundo del ballet. La competencia, las obsesiones, las miserias. ¿Refleja adecuadamente lo que ocurre en ese ámbito?

- Es una visión exagerada. Es una buena película pero el mundo del ballet no es eso. Hay casos en que los padres exigen desmesuradamente a hijos que no tienen condiciones o vocación suficientes. Es cierto que muchos bailarines suelen sufrir, no reciben las pagas o el reconocimiento que merecen, etc. El lago de los cisnes se pensó originalmente para que una bailarina interpretara el rol del cisne negro y otra la del cisne blanco. Luego, para demostrar aptitudes, aparecieron bailarinas que interpretaron los dos roles.

- ¿Cómo ve a la Argentina después de haberse ido hace más de medio siglo?

- Amo mi país. Su cultura, sus talentos. Han surgido creadores destacados en todas las artes. Y el mundo se asombra al detectar esos talentos surgidos de la Argentina. En España me formé y en Estados Unidos logré consolidarme como maestro. Pero en Tucumán, en la escuela, aprendí a amar el baile y la música, y Buenos Aires me abrió la puerta que me llevó al ballet.

PERFIL
Héctor Zaraspe nació en 1930, en Aguilares, y murió en 2023, en Nueva York, a los 92 años. A los ocho años se acercó a las danzas folclóricas y luego a la danza española. Logró llegar a Eva Perón, quien consiguió que ingresara al Colón. En 1954 viajó a España, donde bailó, enseñó y realizó coreografías durante once años. Luego lo contrató el American Ballet Center de Nueva York como primer ballet master. Fue maestro de algunas de las más grandes figuras de la danza, como Rudolph Nureyev, Margot Fonteyn y Carla Fracci, y descubrió talentos como el de Paloma Herrera. Durante 35 años desarrolló una carrera como destacado maestro de la Juilliard School. Esa institución instituyó el Premio Zaraspe, al mejor coreógrafo, en su honor. Fue coreógrafo de grandes producciones de Hollywood, como Espartaco, y creador de exitosos espectáculos a nivel internacional, como Tango passion. En 2003 ganó un Grammy por la producción de María de Buenos Aires.

© LA GACETA

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