Da la impresión de que, a veces, nuestra mente archiva sensaciones que fueron generadas por angustias o por picos de estrés intenso. Los ejemplos pueden ser infinitos, pero hay algunas que seguramente muchos tucumanos identificarán fácilmente: el temor, la impotencia y la desolación que nos produce el agua cuando, en medio de una tormenta estival, irrumpe dentro de nuestras casas y nos arruina todo, los muebles, la ropa y la dignidad. Pero, como ocurre todos los años, llega el otoño con su aire seco y estos recuerdos traumáticos quedan encarpetados hasta el verano siguiente. No en todos los casos, claro. Algunos vecinos de zonas inundables que cuentan con recursos aprovechan para hacer obras que los protejan, como poner compuertas de cemento o de hierro en las entradas a sus hogares. Otros, con más suerte, quizás logran mudarse a un barrio más seco. Pero los que sí parecen olvidarse de todo esto son los políticos. Ojo: no estamos generalizando; los datos confirman lo que decimos: a pesar del crecimiento exponencial del área metropolitana del Gran Tucumán, la estructura de canales sigue siendo prácticamente la misma que se planificó en la década del 60. Es decir, hace más de seis décadas.
Este año, de todos modos, parece haber una excepción. Hace algunos días se presentó un diagnóstico que indica cuál es la situación en San Miguel de Tucumán. Básicamente, el trabajo que la Intendencia le encargó al ingeniero Claudio Bravo señala puntos en los que las inundaciones son recurrentes. Nada nuevo, en realidad: a las zonas críticas las conoce cualquier persona que haya pasado un par de estíos en estas tierras. De todos modos, el autor indica que este puede ser el primer paso para trazar un plan de obras que permita que, en el futuro, la ciudad no se inunde más o, en todo caso, que se inunde menos. Pero a no ilusionarse: si esto finalmente se concreta, faltan muchos años para que empecemos a ver resultados.
Anestesiado
Da la sensación de que nos hemos vuelto indolentes frente al deterioro constante de la infraestructura. En las últimas dos décadas, en las que el peronismo ha gobernado Tucumán de modo ininterrumpido y en las que la influencia del kirchnerismo ha sido indiscutible, todo parece haberse devaluado: el transporte público, las rutas, la provisión de energía eléctrica y de gas, las redes cloacales, los desagües y los canales que deberían evitar que el agua nos pase por encima cada vez que llueve.
Este desgaste permanente parece habernos inoculado una anestesia que hace que terminemos naturalizando condiciones de vida que están muy lejos de ser las que merecemos. Ahora, el Gobierno nacional de Javier Milei demoniza la obra pública y no le destina recursos. Pero este menoscabo general no es nuevo. Se viene gestando desde hace mucho tiempo. Y el no haber hecho trabajos de envergadura durante tantos años nos condena a la indigencia de infraestructura.
Quedados en el tiempo
El lunes se van a cumplir tres meses de aquella tormenta de 130 milímetros que un sábado por la mañana paralizó la ciudad. Y en ese contexto es bueno entender dónde estamos parados. En una nota muy recomendable que publicó en LA GACETA Alvaro Medina el 9 de abril (justo un mes después de aquella lluvia), se revelan datos como mínimo alarmantes: la estructura actual de desagües pluviales de la capital y del área metropolitana fue construida entre principios del siglo XX -el canal San Cayetano es de 1912 y el Norte, de los años 30- y la década del 70, con obras apoyadas en un plan rector realizado en 1960 que derivó en la edificación de los canales Sur, San José, Caínzo-Las Piedras y, más tarde, Yerba Buena.
En aquel entonces, las áreas del piedemonte de la sierra de San Javier estaban destinadas casi exclusivamente al cultivo de caña de azúcar, que permite una absorción del 80% del agua de lluvia. Luego, muchos de esos terrenos se empezaron a utilizar para plantar citrus, que reducen la absorción al 60%, aproximadamente. La urbanización imparable ha impermeabilizado esos mismos suelos y hoy solo absorben el 20% o menos. El uso de la superficie ha cambiado dramáticamente, pero la infraestructura sigue siendo la misma. Si partimos de esta base, es de hipócrita -como mínimo- culpar al cambio climático y a las corrientes del Niño o de la Niña por las inundaciones en Tucumán.
Hoja de ruta
Ahora bien ¿qué se debería hacer? En 2003 y en 2017 se desarrollaron dos grandes trabajos que enuncian una serie de obras para conducir el agua y evitar las inundaciones. El primero,encarado por la UNT, pone el foco en el piedemonte de la sierra de San Javier y propone, entre otras cosas, construir lagunas de laminación en la zona cercana a los barrios cerrados Alto Verde 1, 2 y 3 -que en aquel entonces no existían, obviamente- y desviar el canal Yerba Buena (el del Camino de Sirga) hacia el arroyo El Manantial. El otro, también asistido por la UNT, es mucho más amplio, porque plantea acciones para toda la provincia. De más está decir que nada de esto se hizo.
La gran duda es si en 2025 estos planes todavía esbozan respuestas adecuadas. Si tenemos en cuenta el crecimiento urbano que conlleva la impermeabilización de los suelos, todo parece indicar que necesitan al menos una actualización.
En este contexto tan desalentador existen algunas certezas. La primera: de nada sirve que un solo municipio del área metropolitana, en este caso la capital, se preocupe por hacer diagnósticos que sirvan para planificar obras de infraestructura. Sin la participación activa del Gobierno provincial y del resto de las intendencias, especialmente las de la zona oeste, vamos a seguir igual o peor hasta el fin de los tiempos.
La segunda: los responsables de esta decrepitud que se manifiesta en las inundaciones son los políticos que tuvieron la responsabilidad de gestionar las obras que hubiesen permitido evitarlas, pero que por corrupción, ineptitud o indolencia no lo hicieron. Como escribió el periodista Diego Cabot en una columna publicada en “La Nación” a raíz de las tormentas en Buenos Aires, no hay maquillaje que pueda esconder la pobreza extrema de nuestra infraestructura.










