Del retiro a la Liga Tucumana: se consagró en Uruguay, jugó la Libertadores y ahora recorre las canchas de la provincia

A sus 37 años, Sandoval se siente vigente y defiende los colores de Graneros.

Foto: gentileza Jonathan Sandoval Foto: gentileza Jonathan Sandoval

Por las calles de Tafí Viejo camina un hombre que, casi sin proponérselo, carga una historia de fútbol profesional, copas internacionales y estadios repletos. Lo hace sin apuro, sin esconderse detrás de anteojos oscuros, con la paz de quien vive en donde eligió. Apenas lleva una gorra, una sonrisa abierta y la costumbre reciente de saludar a todos. Jonathan Sandoval, uruguayo de nacimiento y tucumano por elección, encontró en esta provincia su hogar.

Llegó en julio de 2023, tras una carrera extensa que lo llevó a vestir camisetas pesadas en Uruguay y Argentina. Jugó la Copa Libertadores con Peñarol y Argentinos Juniors, y también pasó por Colón y Atlético Tucumán, entre otros clubes. Con ese currículum, podría haberse alejado del fútbol o haber optado por algo más cómodo, pero eligió el barro, literalmente: se sumó a Deportivo Graneros para jugar el Torneo Regional Amateur y, más tarde, la Liga Tucumana de Fútbol.

Del retiro a la Liga Tucumana: se consagró en Uruguay, jugó la Libertadores y ahora recorre las canchas de la provincia

Lo que podría parecer un descenso deportivo fue, en realidad, una elección de vida. La vida tranquila de los entrenamientos locales, las caminatas por el barrio, la cercanía con los vecinos y el afecto genuino de un entorno que todavía cree en el “buen día”. “Acá volví a disfrutar de las pequeñas cosas”, repite seguido. “Me recuerda mucho a mis inicios, me encanta”, le cuenta a LA GACETA.

Sandoval se sorprendió desde el primer día. Venía de un fútbol profesionalizado al detalle, donde ningún jugador llegaba al entrenamiento sin auto propio. Aquí, compañeros en bicicleta o caminando, como quien va a la escuela. Esa postal no lo incomodó: lo reconectó con sus orígenes, con el fútbol de barrio, con lo que vivió en Uruguay de chico. Lejos de mirar desde arriba, se sintió parte desde el inicio.

La adaptación fue natural. Su forma de ser, cercana y horizontal, facilitó el vínculo con los nuevos compañeros, incluso si al principio le pedían fotos con timidez. Pero él se encargó de acortar las distancias, bromear, integrarse, ser uno más. Pronto dejó de ser “el que jugó Libertadores” para ser simplemente “el ‘viejo’ Sandoval”, cuenta entre risas. Aunque agrega: “también soy el que deja todo en la cancha y fuera de ella, como siempre”.

El fútbol en la Liga Tucumana le mostró otro paisaje. Distinto al del Regional: rivales más heterogéneos, canchas más complicadas y partidos donde el contexto pesa tanto como el talento. Lejos del césped parejo y los horarios televisados, el barro, el calor y los terrenos irregulares se volvieron parte del nuevo desafío. Aun así, no hubo quejas. Se adaptó como alguien que no se siente más que nadie, aunque haya jugado contra figuras internacionales.

“Hoy mido más, voy con otra prudencia”, reconoce sobre su forma de competir. Pero sigue disfrutando cada vez que se pone los botines. “No se trata solo de fútbol. Mi vida en Tucumán va más allá de la cancha”. La experiencia urbana también le resulta distinta. “En Buenos Aires vivía en una zona cómoda, pero la gente era distante. Nadie saludaba. En Tucumán, la amabilidad es algo que valoro muchísimo. El saludo, la sonrisa, el ‘¿cómo estás?’ sin apuro me parecen gestos que no deberían perderse”.

En el vestuario, comparte espacio con jóvenes que lo admiran y con rivales que, muchas veces, lo miden como si quisieran demostrar algo más. “Hubo partidos donde algunos delanteros me llegaban fuerte, como para probarme”, cuenta, sin resentimiento. “Yo también fui joven y quería medirme con los grandes. Después cambiás la manera de ver el fútbol”.

El presente lo encuentra feliz. Deportivo Graneros se armó bien y, aunque el sistema los obligó a empezar de nuevo tras un buen torneo anterior, el grupo mantiene la solidez. “Nos habíamos ilusionado mucho. Ahora hay que arrancar otra vez, pero con las mismas ganas. Tenemos un buen equipo y estamos para pelear arriba”, dice con convicción.

Sabe que la vara está alta. “Nos pusimos un objetivo, y eso genera responsabilidad. Pero es una presión linda. A mí me encanta competir. El día que no tenga más esa adrenalina, cuelgo los botines”, admite. Cada partido, dice, lo vive como una final. “Sabemos que todos nos quieren ganar. Nos ven como el equipo fuerte, y eso nos obliga a no relajarnos nunca”.

Lejos de sentirse solo un refuerzo de jerarquía, se involucra con la identidad del grupo. “Lo que más destaco es el compromiso de todos. Hay chicos que laburan todo el día y vienen a entrenar igual. Eso te motiva. Hay hambre de crecer, y eso se contagia”. También se toma el tiempo de aconsejar a los más jóvenes. “No me creo un referente, pero si puedo dejar algo, lo hago. A veces una palabra alcanza para cambiarle el chip a un pibe”.

Fuera de la cancha, Tucumán le ofreció una rutina que disfruta. “Acá me siento cómodo. La gente es cálida, te saluda, te hace sentir parte. En Buenos Aires todo es más frío, más apurado. Acá hay otra energía, y eso lo valoro muchísimo”.

La gastronomía local también lo conquistó. “El asado de acá es buenísimo, y las empanadas… tremendas. Pero lo que me sorprendió fue la achilata. No la conocía. La probé con mi pareja y me encantó. Ahora la pido cada vez que puedo”, dice entre risas.

No todo es perfecto. Hay una sola cosa que le molesta: el tránsito. “Las motos son un peligro. Van sin casco, con tres personas, se meten por cualquier lado. Es una locura. No se respetan las normas viales. En eso estamos mal”, admite, sintiéndose ya un tucumano más.

Pero incluso con esos detalles, la balanza se inclina hacia lo positivo. “Tucumán me dio tranquilidad. Acá bajé un cambio. Me reencontré con cosas simples que había dejado de disfrutar. Estoy más presente, más conectado con lo que me rodea”, reflexiona. Y cuenta un detalle que lo vuelve aún más tucumano: “te puedo decir que lo mejor que tiene la provincia son los paisajes y ahora mi hijo, una bendición que tenemos con mi señora Jessica”, dice sobre el nacimiento de Yamir, hace apenas dos meses.

Sandoval no necesita levantar copas para sentirse realizado. Ya fue campeón en la cancha, y hoy lo es en la vida cotidiana. Encontró en Tucumán un espacio donde ser él mismo, sin presiones ni cámaras. “Cuando decidí dejar el fútbol estuvimos a punto de vender todo con mi señora e irnos a Estados Unidos. Pero elegimos la tranquilidad de Tucumán. Y ahora, con el bebé, seguramente tengamos para varios años más acá”, cierra.

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