AMIGOS. Alejandro y Michael compartieron y coincidieron en varios viajes.
Alejandro Armanini es uno de esos viajeros que se mueve por impulso: el impulso de la aventura, del viento en la cara y del misterio que se abre después de cada curva. Junto a su grupo de amigos, tres, diez, depende del viaje. “Lo que nos impulsa, creo, es la aventura. Eso es lo que nos mueve a todos los que amamos las motos”, reflexiona.
Aunque el sur los desafió con su geografía inhóspita, los vientos intensos y las rutas sin pavimentar, hay una certeza que repite con entusiasmo: “A mí me gustó más la Ruta 40 del norte. Es imparable: los paisajes, los pueblos, los colores”, dice. Un tramo que lo marcó especialmente fue el que hizo desde nuestro Tucumán hasta La Quiaca. “Fue tremendo. Hay una parte de la ruta que va por un cañadón, por donde antes corría un río. Es una cosa fantástica”.
Pero si algo transforma el viaje en algo más profundo que una postal, es la gente. “Te cambia la mirada sobre el país. Los paisajes son una cosa, claro. Pero la gente es maravillosa. En los pueblitos más aislados, donde vive poca gente, son súper hospitalarios. Y uno se pregunta cómo viven, qué hacen. Y te enterás que crían ganado, ovejas… pero en el camino no ves nada. Solo tierra. Y aun así, están ahí, ocupando el territorio, viviendo con dignidad”.
Impulso necesario
Alejandro lamenta que muchas de esas comunidades no reciban el impulso necesario para potenciar el turismo. “El potencial es enorme, pero falta inversión. El turismo podría ser una gran fuente de ingresos para esa gente”, considera.
De todos los lugares recorridos, uno le quedó pendiente: El Chaltén. “Nos quedamos con ganas de recorrerlo mejor. Veníamos con el tiempo justo, haciendo el sur en 15 días. Pero es una zona a la que sin dudas volvería”, indica.
En cada kilómetro recorrido, Alejandro fue encontrando más que paisajes: historias, rostros, silencios. Y aunque los viajes terminan, el espíritu de la Ruta 40 late en quienes, como él, no buscan sólo llegar, sino experimentar.









