Los modales de Milei: sin apego a lo formal, a las bases del edificio se le inyecta gelatina

Se sabe que el Presidente cree que un elefante en el bazar es lo mejor para seguir adelante, es decir romper todo para construir.

Javier Milei y Victoria Villarruel Javier Milei y Victoria Villarruel
31 Mayo 2025

Por Hugo E. Grimaldi

Es verdad que a Javier Milei se lo monitorea y se lo compara hoy desde un mundo distinto, el mismo que observa cómo los regímenes corridos hacia la derecha se están asentando en el péndulo de la política, realidad que tiene una media docena de representantes bien radicalizados que están a las trompadas para luchar contra el pasado y para imponer un cambio drástico no sólo de estilo, sino de concepciones. Figuras como Donald Trump (EEUU), Viktor Orban (Hungría) o Nayib Bukele (El Salvador), por ejemplo, son pateadores de tableros como él, impredecibles y a veces también irresponsables, pero ninguno tiene por detrás una sociedad tan necesitada de oxígeno como la Argentina.

Se sabe que el Presidente cree que un elefante en el bazar es lo mejor para seguir adelante, es decir romper todo para construir. Pero, hay un detalle: ocurre que el país ya estaba todo roto y que, por sus debilidades, hay demandas radicalmente diferentes a la de los otros. La realidad local de salir de la pobreza y la marginalidad a través de la inversión y el crecimiento necesita un poco más de cabeza fría y eso no se puede traspolar a ese mundo, donde hay otros puntos de partida para intentar hacer cambios. Se sabe que el Presidente deplora el gradualismo quizás con razón, pero aplicar un shock a medias es también peligroso. Una red de contención debería ser, por ejemplo, darle al mundo certidumbre de que esta vez no se va a ir todo al tacho y para eso, el Gobierno debería cuidar la institucionalidad como un tesoro.

Ante un tema tan crítico, el ejemplo que sigue puede parecer banal pero no resulta para nada descolgado, ya que leerlo como se debe no dinamita el Programa económico del gobierno nacional, sino que hasta puede ser un aporte para fortalecerlo. Si Milei no concuerda sobre la importancia que tiene no devaluar la solidez y, a la vez, la estabilidad de las instituciones haciendo chapuzas dialécticas y dice que los alegatos al valor de las formas son ñoñerías, vale hacer una mención que sale de memoria en ese sentido, ya que los inversores se fijan en esas cosas y cómo.

El cuento de los tres chanchitos, aquel que relata cómo cada uno construye su casa de diferentes materiales para escaparle al lobo es una fábula tradicional que ha sido transmitida oralmente durante siglos. La primera versión escrita apareció en el siglo XIX, aunque su origen exacto es difícil de determinar. Luego, la historia se masificó con el cortometraje animado que produjo Walt Disney en 1933. La alegoría no sólo es un paradigma de la perseverancia, sino que ejemplifica también sobre la importancia del esfuerzo, de la planificación y de la previsión frente a los peligros, de la inteligencia para resolver los problemas y del aprendizaje a través de la experiencia.

Sin embargo, ante tantas cosas positivas, lo más importante sería observar cómo el cuento del trío de hermanos es la muestra cabal de cómo las formas de las que abjura el Presidente para hacerse notar en papel de niño terrible están directamente relacionadas con el fondo de la cuestión y que esos no son elementos separados, sino partes de un mismo proceso, ya que una parte de la ecuación alimenta y solidifica a la otra. No es una cuestión menor, como alegremente se cree desde lo más alto del poder, sino un punto central que engloba a todas las virtudes anteriores y que se diferencia notablemente de algunos de los caminos menos serios que ha elegido el gobierno libertario para llevar adelante, con más palo que zanahoria, el proceso de restauración que necesitaba la Argentina.

El Presidente viene dando en estos días pruebas de un proceder poco recomendable si desea seguir solidificando el edificio que se ha empeñado en construir, ya que le está inyectando gelatina al fuerte basamento fiscal y monetario que se empeñó en construir, algo como no se recuerda desde hace décadas en la Argentina, para asestarle un golpe de furca a la inflación. Y si de tomas de pelea se habla, el recorrido que hizo Milei el 25 de mayo pasado por el pasillo central de la Catedral Metropolitana fue lapidario en ese sentido, ya que recordó el desprecio que fingían, rumbo a la pelea, algunos actores disfrazados de gladiadores de cartón en el legendario “Titanes en el ring”.

Lo que ocurre es que Milei no es Martín Karadagian, sino el presidente de la Nación y en la batalla que se supone tiene que librar como prioritaria, dicen que en defensa de su cada vez más criticada hermana, le negó el saludo al alcalde porteño, Jorge Macri y no miró siquiera a Victoria Villarruel, su vicepresidenta. Negarse a estrechar la mano de un adversario político tiene, en este caso, mucho de postura imperial para mostrarse inflexible, aunque es algo que no le sienta bien al rol unificador que se espera de un conductor.

Ocurre que, a veces, al Presidente lo supera el personaje y en el caso de la CABA, ese personaje se dedicó a actuar en el templo principal de la ciudad donde nació lo que lo sitúa en una actitud beligerante y triste pero, por sobre todo, de falta de respeto flagrante hacia los votantes que eligieron tan democráticamente como a él al actual Jefe de Gobierno porteño, por ejemplo. Villarruel obtuvo sus mismos votos, desde ya.

En tanto, desde el púlpito, el arzobispo Jorge García Cuerva habló de la necesidad de buscar entre todos una salida al laberinto de la Argentina, con la pobreza como enemigo principal a combatir de la mano del diálogo. El sacerdote pegó fuerte en el hígado presidencial, aseguró que se han “pasado todos los límites” en materia de “descalificación, difamación y agresión constante”, señaló que hay que “frenar urgentemente el odio” y agregó una descripción que le viene como anillo al dedo a las posturas beligerantes del Presidente: “destrato”.

Al no respetar las formas adecuadas, el modo de gobernar disruptivo y seductor de jóvenes de Milei está debilitando toda la estructura de la institucionalidad que se necesita para construir con seguridad el andamiaje que soportará el ritmo de construcción, algo esencial a la hora del resultado, ya sea para no poner cimientos de gelatina (algo que el Programa no tiene por cierto) o para convencer a quienes pueden ser potenciales inversores que el edificio entero será realmente sólido.

Lo cierto es que la Argentina de hoy tiene que “vestir a la novia” rápidamente para presentarle la carpeta de crédito no a un banco sino a quienes tienen que arriesgarse y traer inversiones directas del exterior. El país no puede darse el lujo de espantar a nadie, ni mucho menos de perder tiempo aullándole a la Luna o construyendo con paja o con madera las paredes. A la planificación, la picardía oficial debería subir a todos al mismo bote, tal como hizo el hermano mayor del cuento, dándole elementos de fortaleza y no cerrándoles la puerta a los otros dos, tras identificar cuál era el verdadero problema: el hambre del agresor y no la periferia egocéntrica de ver quién lo hacía mejor.

La fábula es un buen ejemplo de cómo la preparación y la estrategia pueden marcar la diferencia y es igual en los países, ya que los inversionistas suelen evaluar una combinación de factores antes de tomar decisiones y aunque la eficiencia económica y el modelo de crecimiento son fundamentales, la forma en que un gobernante maneja su liderazgo también influye, sobre todo cuando no se lo observa con la cabeza fría.

En general, quienes hunden su plata en un negocio o en un país no hacen caridad y buscan un retorno apetecible, pero quieren estar protegidos por la estabilidad, la previsibilidad y la confianza, lo que significa que un liderazgo desordenado podría generarles incertidumbre, aumentar el riesgo y afectar la toma de decisiones de inversión. Es verdad que si el líder demuestra que, a pesar de su estilo poco convencional, es capaz de generar buenos resultados, algunos inversionistas podrían priorizar los datos sobre la percepción, pero nunca serían mayoría o exigirían retornos complicados. El balance entre la forma y el fondo sin generar riesgos innecesarios es crucial en el mediano y el largo plazo.

Más tarde, a la hora de justificar sus modos, el Presidente refunfuñó al voleo que el 25 de Mayo representaba “un día glorioso” para observar “cómo lloran los imbéciles de las formas” que prefieren a un “hipócrita” antes que a un “honesto”. La siguió tres días después con “Ricardito” Darín a quien le dijo “ignorante” y “operador berreta”, tal como había disparado su ministro, Luis Caputo –arquitecto de la construcción, pero en plan de autoboicot- en relación al precio de las empanadas, tema importante si los hay.

El Presidente también explicó que el “zoológico” que le advierte sobre los riesgos de sus arranques lo componen desde “periodistas corruptos hasta ñoños republicanos”. Por suerte, la ñoñería propia no incluyó al arzobispo García Cuerva quien le pidió exactamente lo mismo desde el púlpito y que instó a que en la Argentina no se mueran los valores como “la fraternidad y el respeto” ni tampoco la “tolerancia”, bastión central del liberalismo por otra parte. Milei parecía estar en otro lado.

Peor que serlo es parecer un maleducado, porque actuar como tal no sólo le baja el prestigio al rol presidencial, sino que implica un vaciamiento de la democracia, reduce la institucionalidad a un mero papel secundario, va a demorar seguramente cualquier construcción y probablemente la hará inconsistente de toda inconsistencia. 

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