ARTISTA DISTINTO. Miguel Ángel Estrella entendió la música como herramienta de transformación social. JUAN PABLO SÁNCHEZ NOLI/LAGACETA
“Él tenía alma de tucumano; se paseó por el mundo diciéndolo y así partió de esta vida, con mucha tristeza por no haber podido retornar a su tierra. Siempre su prioridad era Tucumán y le fue muy difícil ser entendido acá; lo vivía con una mezcla de enorme alegría y de terrible decepción”.
De ese modo, en diálogo con LA GACETA Paula Estrella evocó a su padre, Miguel Ángel Estrella. Ayer se cerró un círculo: el pianista fue homenajeado en el patio del Rectorado de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) y sus cenizas fueron llevadas luego al cementerio de Vinará (departamento Río Hondo, Santiago del Estero), donde vivió de niño y después desarrolló buena parte de su intensa gestión cultural y humanitaria (ver “Arte...”).
La ceremonia en la UNT reunió a familiares, a autoridades de la casa de Terán y a personas que lo conocieron en distintos momentos de su trayectoria. La vicerrectora de la UNT, Mercedes Leal, resaltó el compromiso y la vocación del artista que se plasmó en la Fundación Música Esperanza, “una propuesta internacional para pensar cómo podemos transformar el mundo”. “Era un visionario, un hombre de la paz perseguido, que revalorizó las artes”, agregó.
A su vez, la decana de la Facultad de Ciencias Naturales, Virginia Abdala, lo recordó como “una gran persona que se ha preocupado y ocupado de todos los marginados y los desposeídos de nuestra tierra”. “Es un honor para nosotros como comunidad hacer este homenaje a un humanista de esta talla. La Universidad, de nuevo, reafirma su compromiso con los derechos humanos”, remarcó.
Jorge Ruiz de Huidobro (director de orquesta, docente y flautista) resaltó la importancia de la existencia de Música Esperanza, “que es bandera y acción frente a la crueldad que baja desde el poder de manera implícita, explícita, declarada y en acción contra la población argentina”. “Hoy se hace necesario e imprescindible construir esperanza, pero no una que espera sino la que hace, que acciona, que trabaja particularmente en los barrios populares”, agregó, con citas al pedagogo Paulo Freire y al filósofo Byung-Chul Han.
Luego de esta instancia, siguió el viaje a Vinará, a una de las sedes de la Fundación Música Esperanza, desde donde se reivindica el poder transformador del arte en la sociedad. Allí, Augusto Ávila, primo de Estrella, resaltó la identidad del músico: “fue un habitante y un ciudadano de muchos lugares; el primero fue Tucumán; luego Vinará, donde pasó sus primeros años; después Buenos Aires y más tarde su país de adopción, Francia, donde trabajó en los guetos de inmigrantes, con su mirada solidaria y sus manos extendidas, que se transformaron en pájaros que volaban en el teclado llevando mensajes de esperanza y solidaridad”.
En ambos actos, hubo presentaciones de los alumnos de los talleres gratuitos que dicta la institución.
La sonrisa permanente
“Es imprescindible este homenaje para un grande que le tocó fallecer en el extranjero. Mucha gente me ha dicho cómo él les ha transformado su destino; algunos son profesores y artistas que se acercan a hospitales, comedores y centros de ayuda, sin perder la humildad que lo llevó a caminar al lado de quienes lo necesitaban”, aseveró Paula Estrella.
Como aspecto central de la personalidad de su padre, reivindicó la alegría que lo caracterizó: “siempre decía que al mal tiempo había que ponerle buena cara y hasta en la cárcel los militares le preguntaban si había ido a estar preso o a reírse, porque vivía con una sonrisa”. “Es un momento triste, pero él está volviendo desde Francia al lugar donde quería descansar”, agregó la cantante, y resaltó la presencia de Antonia Estrella, hermana del músico.
La emoción le dejó espacio a los recuerdos: “lo mejor que me ha dejado fue la música y la obsesión y la certeza de que es hermoso compartir el arte social con la gente que lo necesita, más que con quien paga una entrada en los grandes teatros”. Por su labor, “la comunidad indígena de Tucumán lo nombró como su referente, lo que fue algo importantísimo que llevó con orgullo a todos lados”.
“Mi papá estaba muy desesperado porque el pueblo tucumano comprendiera lo que es la justicia social, que no siempre fue evidente. Fue preso y estuvo desaparecido por tocar el piano y tocar Bach, Mozart o Beethoven en las villas miseria. Ese fue su pecado y por el que fue reconocido en el resto del mundo. No pudo hacer todo lo que quería, pero hizo muchísimo. Tenía la sensación de que Tucumán expulsa a sus mejores hijos, porque no es el único que ha muerto lejos. No puedo creer que, siendo Tucumán la provincia más castigada por la dictadura, persista el bussismo que tanto daño hizo y hace y que borra la memoria de lo que pasó para que se repita. Si estuviese viviendo lo que está pasando hoy en el país, hubiera sido terrible pero él. Ya hubiera estado en la lucha, en la resistencia”, sostuvo.
Además le salió al cruce a las viejas versiones de que había militado en Montoneros, como se afirmó desde el poder: “Los militares uruguayos le decían en la tortura: ‘con tu piano y tu sonrisa, sos peor que un montonero con un arma’”. “Hasta el final, él nunca dejó de contar la verdad de lo que vivió. Toparme con negacionistas de las violaciones a los derechos humanos que se sufrieron en el país es terrible”, se lamentó.
La historia de su padre es inescindible del trayecto personal. “El exilio no es joda, nos cambió nuestro destino como familia, porque tuve que crecer en Europa y me hubiera gustado hacerlo en mi país. Pero hay que seguir para adelante y por suerte tenemos el arte”, finalizó.






