Maradona, el bilardismo y las ñoñerías republicanas

“LA MANO DE DIOS”. ¿Qué habría pasado si Maradona hubiera aplicado el fair play a su gol a los ingleses? “LA MANO DE DIOS”. ¿Qué habría pasado si Maradona hubiera aplicado el fair play a su gol a los ingleses?

Los dos goles de Diego Maradona a Inglaterra en el Mundial 86 reflejan dos caras de la argentinidad. El talento que sorprende al mundo en el segundo tanto –para muchos, la mejor exhibición de calidad en la historia del fútbol- y la viveza asociada a la trampa en el primero. No forman parte ambos de un combo inescindible; criticar un aspecto no implica desconocer las virtudes del otro.

Podemos preguntarnos qué podría haber pasado, más allá de lo deportivo, si en los segundos posteriores al gol con la “mano de Dios”, Maradona se hubiera apartado de nuestra tradición de quiebre de reglas –y de su celebración- con una muestra de fair play. ¿Cómo hubiéramos reaccionado los argentinos en ese momento si hacía lo que hizo, por ejemplo, el alemán Miroslav Klose hace unos años, al reconocer que había metido un gol con la mano ante el árbitro, después de que éste lo convalidara, en un partido de Lazio contra Nápoli?

La pregunta puede exceder el marco temporal de un encuentro deportivo, inevitablemente teñido por las pasiones de los aficionados ¿Qué pensamos casi cuatro décadas más tarde de lo que pasó ese 22 de junio en el Estadio Azteca y en los días posteriores? ¿Cambiaríamos ese instante, ese resultado, o incluso ese campeonato, ese sostén de nuestra autoestima, el recuerdo de ese éxtasis, esa felicidad, por un gesto de lealtad deportiva? ¿Lo haríamos por la sola posibilidad de ser mejores?

La respuesta a ese tipo de preguntas define a las sociedades.

Números y letras

La reciente circulación de videos manipulados con Inteligencia Artificial en los que imágenes de Mauricio Macri y Silvia Lospennato aparecen anunciando una inexistente renuncia de la principal candidatura del Pro en las elecciones porteñas reinstala una discusión análoga.

“¿Qué importa, si no tuvo incidencia en el resultado?” “Los K hacen cosas peores”. “Hay que usar las mismas armas de los enemigos”. “Es cosa de llorones”. “Nadie podía creer que era cierto”. “Era una broma”. “Hablar de esto es hacerle el juego al populismo”.

Estas son algunas frases que circularon en las redes y resumen una concepción arraigada en buena parte del oficialismo nacional y de sus seguidores. Repasemos algunas. ¿No incidió? Los videos falsos tuvieron 14 millones de impresiones en una elección en el que el candidato ganador sacó 41.000 votos de diferencia sobre el segundo. ¿Era tan obvia la manipulación? Es discutible. Para muchos, con conocimiento claro de los candidatos o de los usos de IA, probablemente. Para otros, no. La viralización de un falso artículo del diario La Nación ratificando la versión de los videos fake evidencia una intención de dar verosimilitud a las imágenes. ¿Era una broma? Requeriría una interpretación muy laxa de la naturaleza del humor.

Veamos otro planteo. La postulación de la necesidad del uso de los mismos métodos que un rival al que se descalifica acarrea la contradicción de que esas acciones que cuestionamos en otros terminan definiéndonos si nosotros también las adoptamos. Finalmente somos la suma de nuestras acciones.

Fondo y forma

En la catarata digital de reacciones, entre los militantes oficialistas, parece predominar una subestimación de las preocupaciones éticas y estéticas, opacadas por las técnicas, por la contundencia de los resultados. Una entronización de la aritmética y una simultánea desvalorización de las estructuras sociales que regulan nuestra convivencia. Las normas, la justicia, la tolerancia ante la diversidad de opiniones.

VIDEO MANIPULADO CON IA. Una desvalorización de las estructuras sociales que regulan nuestra convivencia. eterdigital VIDEO MANIPULADO CON IA. Una desvalorización de las estructuras sociales que regulan nuestra convivencia. eterdigital

El gobierno de Javier Milei ha alcanzado logros sorprendentes en un país con una incapacidad patológica para resolver problemas anacrónicos. La nueva gestión generó un declive pronunciado de la inflación después de bordear la frontera de una híper con inercia heredada. Ordenó cuentas públicas históricamente reactivas al equilibrio. Reintrodujo el orden en calles periódicamente bloqueadas por piquetes. Generó un clima de estabilidad en una nación voluble. Parece poco, algo habitual en un país medianamente normal. Pero, entre nosotros, es algo excepcional.

Dos caras

El déficit que se corrigió en el plano fiscal corre el riesgo de agravarse en el ámbito institucional. La promoción de un candidato particularmente controvertido para integrar la Corte Suprema, los insultos contra el periodismo, las muestras de intolerancia ante la discrepancia, los acuerdos parlamentarios subrepticios, la opacidad de la intervención presidencial en un negocio como el de $Libra o el uso de tácticas electorales sucias son aspectos que evidencian una vocación, cuando menos frágil, por la transparencia y los mecanismos constitucionales de contrapeso. Eso conspira no solo contra las posibilidades de clarificar el horizonte político sino también el económico. Todo aquel que apueste al país, más allá de octubre y de los tiempos del carry trade, requiere algunos mojones de certeza. El que apuesta con los pies, desechando migrar; con trabajo, canjeando esfuerzo por un porvenir; o fondos en proyectos productivos cuyo retorno se mide en años o lustros.

El actual gobierno forjó un cambio cultural notable. La incorporación al imaginario ciudadano de la necesidad del equilibrio en las cuentas públicas en un país inclinado al despilfarro, a vivir por encima de sus posibilidades.

Hay otra transformación pendiente que la ciudadanía tiene la posibilidad de abrazar. Dejar de ser, en términos de Carlos Nino, un país al margen de la ley. Abandonar nuestra pulsión por la anomia requiere reconocer el valor del respeto por las normas, los límites constitucionales, la “ética de la derrota” del juego democrático, los derechos de las minorías y la voz de la disidencia propios de toda república, las formas institucionalmente saludables del debate público a través del cual decidimos nuestro destino.

Más allá

Pero una mayoría ciudadana, después de tantas frustraciones, ¿no está acaso dispuesta a canjear calidad institucional por estabilidad macroeconómica, inflación baja y dólar barato, asociados al destierro definitivo de los proyectos políticos del pasado? ¿No pretende, en definitiva, avanzar hacia lo que el politólogo Daniel Zovatto llama “eficracia”, un régimen que desmonta los engranajes republicanos, potenciando un presidencialismo duro y desprovisto de fricciones, aunque en el camino las libertades puedan debilitarse? Aunque así fuera, ¿hay allí un modelo económico sustentable, nutrido por confianza e inversiones?

El economista tucumano Juan Pablo Nicolini, cuyas opiniones son muy valoradas por el Presidente, afirma que cortar la adicción argentina al déficit, generadora de nuestra historia de crisis recurrentes, es la llave para el crecimiento. Pero la sobriedad fiscal, agrega, si queremos traducirla en desarrollo sostenido, requiere 15 años. Largo plazo.

El proclamado bilardismo presidencial corre el riesgo de todo exitismo. La preocupación por la preservación de las reglas institucionales no es fruto de una ingenuidad táctica o de superficialidad en el análisis político. Apunta a desterrar el cortoplacismo, ese otro pecado característico entre los argentinos que nos ha robado, una y otra vez, la imagen de ese porvenir tan auspicioso como reacio a convertirse en presente. Un futuro próspero es eso que diseñamos y cuidamos esforzadamente cada día. O es nada.

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