Defensa de la Universidad
25 Mayo 2025

Gracias al apoyo de mi maestro Alejandro Llano y a la supervisión del profesor Hilary Putnam, pude estar en la Universidad de Harvard como «visiting scholar» los veranos de 1992 y 1993. Fueron unos meses maravillosos de estudio y de investigación académica: libre exploración de las inmensas bibliotecas, largas conversaciones con personas cultivadas, visitas a los magníficos museos, etc.

Desde entonces, a lo largo de estos 30 años, he reiterado mis visitas —más breves— a Harvard para estudiar el legado documental de Charles S. Peirce. Incluso el pasado julio pude estar allí trabajando con Sara Barrena y nos asignaron la ilustre Bechtel Room, del departamento de Filosofía, rodeados de los cuadros de Josiah Royce, William James, George Santayana y otras luminarias de la filosofía estadounidense.

En estas semanas la administración Trump está acosando a diversas universidades privadas con el pretexto de luchar contra el antisemitismo —me dicen que quizá sería más exacto anti-sionismo— que afloró en muchos campus ante las terribles represalias del ejército israelí en Gaza después del mortífero ataque de Hamas del pasado octubre. Parece cierto que varias universidades no supieron gestionar la libre expresión de sus estudiantes en un tema tan delicado y controvertido y eso de una manera u otra llevó al relevo de sus equipos directivos.

Sin embargo, el tema de fondo es probablemente que para la administración de Trump —y para buena parte de los votantes republicanos— las prestigiosas universidades privadas de la Ivy League son «nidos de izquierdistas»; en todo caso, es obvio que buena parte de su profesorado no apoya a Trump ni a lo que Trump significa.

He prestado particular atención al conflicto de la administración Trump con la Universidad de Harvard. En la carta del 11 de abril 2025 —suscrita por tres altos directivos del gobierno estadounidense— se llega a pedir incluso una participación directa en la contratación del profesorado y en el proceso de selección de alumnos. El presidente de Harvard, Alan M. Garber, afirmaba en una declaración que «como judío y como estadounidense, sé muy bien que existen preocupaciones válidas sobre el aumento del antisemitismo». Sin embargo, añadió, el gobierno busca controlar «a quién contratamos y qué enseñamos».

La respuesta oficial del 14 de abril por parte de la Universidad —a través de sus abogados— me pareció admirable. Decía entre otras cosas: «Es lamentable, por tanto, que su carta [...] presente exigencias que, contraviniendo la Primera Enmienda, invaden las libertades universitarias reconocidas por el Tribunal Supremo desde hace mucho tiempo». Y unas líneas más abajo: «La universidad no renunciará a su independencia ni a sus derechos constitucionales. Ni Harvard ni ninguna otra universidad privada puede permitirse ser intervenida por el gobierno federal». Me sentí orgulloso de esta valiente actitud de la corporación académica: me parece que defender la legítima autonomía de Harvard es defender la institución universitaria.

De hecho, el 19 de abril el New York Times decía que, al parecer, la carta oficial del día 11 contra Harvard había sido «enviada sin autorización». De todos modos, no ha sido retirada. El lunes 21 de abril Harvard presentó una demanda legal de 51 páginas contra la administración estadounidense por la congelación de la ayuda con cargo a los fondos federales, saltándose —según los demandantes— los procedimientos administrativos legalmente establecidos. Entre otras cosas, se argumenta en esa demanda que el gobierno «no puede identificar ninguna conexión racional entre las preocupaciones por el antisemitismo y la investigación médica, científica, tecnológica y de otro tipo que ha congelado y que tiene como objetivo salvar vidas estadounidenses».

En todo caso, me parece que pleitear como hace Harvard contra la intervención de la administración Trump es defender la institución universitaria.

© LA GACETA

Jaime Nubiola - Profesor emérito de Filosofía en la Universidad de Navarra (jnubiola@unav.es).

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