Escapó del golpe de estado en Bolivia, fue limonero y hoy juega en la Liga Tucumana

Escapó del golpe de estado en Bolivia, fue limonero y hoy juega en la Liga Tucumana

Lucas Andrada tiene 28 años, es defensor y nació en La Ramada de Abajo. Su historia está marcada por el sacrificio: trabajó en panaderías, fincas y atravesó una crisis política en el exterior. Hoy, vuelve a soñar en Ateneo Alderetes.

Lucas Andrada llegó a Ateneo en el último mercado de pases. DIEGO ARÁOZ/LA GACETA.

Las oportunidades siempre generan un debate en torno al azar y al esfuerzo. Algunos creen que aparecen por casualidad y que el dilema es si aprovecharlas o dejarlas pasar. Como dice el refrán, “el tren solo pasa una vez”, y es el protagonista quien decide subirse o no. Sin embargo, hay historias que demuestran lo contrario: las oportunidades no llegan solas, sino que se construyen con esfuerzo, sacrificio y perseverancia.

Esa fue la fórmula que adoptó Lucas Andrada. Es defensor, tiene 28 años y es oriundo de La Ramada de Abajo. Hizo de todo para jugar al fútbol: viajes solitarios para entrenar en Sportivo Guzmán, madrugadas en la panadería, jornadas en las fincas limoneras, frustraciones deportivas e incluso un golpe de Estado en Bolivia que paralizó su carrera. Andrada se cayó muchas veces, pero siempre supo cómo levantarse.

Hoy, con una sonrisa, disfruta de su presente en Ateneo Parroquial Alderete, donde compite en la Liga Tucumana y en el Torneo Regional Federal Amateur 2025.

Los inicios

Los botines, las canilleras, los cordones ajustados, las camisetas embarradas… El fútbol fue la gran pasión de Andrada desde chico. Pero sabía que, para conseguir su lugar, debía superar muchos obstáculos. En un mundo donde las oportunidades no se regalan, el primero fue la falta de clubes con divisiones inferiores en su localidad. Sportivo Abella, el equipo del pueblo, solo contaba con Primera y Reserva, y competía en la Liga Departamental de Burruyacú, sin afiliación a la Liga Tucumana.

Sus opciones eran dos: Garmendia FC, que había crecido en los 2000, o probar suerte en la capital tucumana. Eligió la segunda opción: probar suerte en la capital tucumana, confiado en la frecuencia de los colectivos. Se anotó en las inferiores de Sportivo Guzmán. A los 13 años, ya tenía una rutina rigurosa: las mañanas en la escuela Agrotécnica Mariano Ramos; las tardes, en el estadio Humberto Rizza.

El siguiente reto fue aprender a moverse en la ciudad. Andrada no sabía manejarse en colectivo, y su punto de referencia era una heladería ubicada en la intersección de avenida Gobernador del Campo y Juan José Posse. Desde allí, caminaba una cuadra hasta la cancha del “Juliano”. Pero más de una vez tomó la línea equivocada y terminó en barrios que no conocía.

“Mis viejos tenían miedo de que viajara solo. Después entendieron que era lo que quería hacer, que me gustaba jugar… Fue un esfuerzo gigante, y muchas veces me perdí. Tenía que preguntarle a la gente para saber dónde estaba”, cuenta. Las lecciones no solo estaban en la cancha: también había que aprender a adaptarse, a insistir, a no bajar los brazos.

Su paso por Sportivo Guzmán se extendió hasta los 16 años. Una de las anécdotas que más recuerda es la del primer “incentivo” que cobró: recibió alrededor de $100 y, apenas tuvo el dinero, se compró un sánguche de fiambre y una gaseosa de litro. El resto lo usó para comprar un asado para su familia. “No me alcanzó para mucho más”, dice.

La necesidad económica lo obligó a trabajar en una panadería de su localidad. Se levantaba a las cuatro de la mañana y era el encargado de hornear. Así logró mantenerse y seguir vinculado al fútbol.

Un cambio

En ese tiempo, San Jorge lo convocó. Andrada negoció que el club le cubriera los viajes desde La Ramada a Tucumán y le ofreciera un sueldo mínimo para poder sostenerse. El “Expreso”, en ese entonces, era una de las novedades del fútbol tucumano: jugaba el Federal A y tenía aspiraciones de seguir ascendiendo.

El defensor, sin embargo, asegura que no tuvo demasiadas oportunidades, ya que el plantel estaba repleto de nombres con trayectoria.

“Era difícil si no tenías un buen currículum. La prioridad la tenían los que venían de otros clubes o ya estaban en San Jorge desde chicos. Además, si no tenías representante, no tenías voz para encontrar un lugar en el equipo. En mi caso, era imposible jugar porque tenía que pelear un puesto con César More, que venía de Atlético, que estaba en la B Nacional”, recuerda.

El paso por Bolivia

Entonces decidió probar suerte en Bolivia, en busca de una mejor situación económica. Fue contactado por Universitario de Tarija, un club que disputaba la segunda división. El primer año transcurrió sin sobresaltos, pero todo cambió con el golpe de Estado y la renuncia de Evo Morales.

“Fue de las peores cosas que me tocó vivir. El país estaba partido: mucha gente no lo quería a Evo, y otra lo apoyaba. Prendían fuego vehículos, tenías que andar con el DNI en la mano, había militares por todos lados, enfrentamientos en cada rincón… Me acuerdo que el color del club era azul, el mismo del partido de Evo Morales. Entonces teníamos que andar con cuidado. A un compañero mío lo retuvieron por no llevar los papeles encima mientras iba al entrenamiento. Estaba sin hacer nada, hasta que los dirigentes fueron a buscarlo”, cuenta.

Más problemas

Esa mala experiencia lo empujó a armar el bolso y regresar a Tucumán para continuar su carrera. El inicio de 2020 trajo otro obstáculo: la pandemia. Andrada quedó sin club y se vio obligado a buscar trabajo en el campo. Se dedicó al cultivo de limón en una finca cercana a su hogar.

“Estaba frustrado. Nadie me llamaba y tenía que laburar en el limón para ganarme un par de pesos. Incluso pensé que no iba a jugar más. Me sentía mal. Entrenaba solo, salía a correr por las fincas, pero necesitaba la competencia. Además, quedaba cansadísimo después del laburo”, confiesa.

Recién en 2021 volvió a jugar, primero en Garmendia FC y luego en Sportivo Abella, donde disputó la Primera B la temporada pasada. En todo ese período, sin embargo, siguió trabajando como limonero, ya que lo que ganaba en el fútbol no le alcanzaba para vivir.

Una nueva oportunidad

Andrada fue contactado por Ateneo para sumarse como refuerzo en esta temporada.

“Como no tengo hijos, solo pensé en mis padres y mis hermanos. Lo que ganaba en la finca dependía del tiempo: si llovía o no. También teníamos mucha inestabilidad por los paros de limoneros o camioneros. Perdía un día de trabajo y eso repercutía en el bolsillo. Cuando apareció esta posibilidad en Ateneo y me ofrecieron un acuerdo económico que me convenía, decidí aceptar”, explica.

Así, el defensor busca relanzar su carrera. Y volver a construir -como lo hizo siempre- nuevas oportunidades que lo mantengan ligado a su gran pasión.

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