
Para Leila Luque, el nombre de Tucumán resonaba con fuerza desde sus primeros pasos en el competitivo mundo del mountain bike. Desde Córdoba, su provincia natal, identificaba al “Jardín de la República” como el epicentro de sus más fuertes rivales. Aquí estaban las corredoras que marcaban el pulso de las competencias a nivel nacional. Ese fue su primer recuerdo imborrable de esta tierra, mucho antes de que una ley —la N° 26.848— la declarara oficialmente “Capital Nacional del Mountain Bike”.
“Lo que más recuerdo es haber escuchado hablar de Tucumán porque ahí estaban mis rivales”, rememora la cordobesa, que hace ya 18 años está radicada en la provincia. La invitación de amigos para desafiar el mítico Trasmontaña fue la chispa que encendió un vínculo que superó lo deportivo. Las clases de historia le habían dejado imágenes difusas de la “Cuna de la Independencia”, pero fueron las competencias las que imprimieron a fuego el nombre de Tucumán en su memoria a partir de 2001. Fue entonces cuando el lazo comenzó a fortalecerse, de la mano de los rostros que veía en cada línea de largada y que pronto se convertirían en amigos, invitándola a recorrer los senderos tucumanos.
Además del afecto, fue una sed insaciable de superación deportiva lo que terminó por sellar su destino en esta tierra. La razón era clara: “En Tucumán había un muy buen nivel de corredoras, eran con quienes normalmente me enfrentaba”, afirma. En Córdoba, aunque había carreras, el circuito femenino era limitado. Las mismas caras se repetían, y eso le impedía elevar su nivel. Leila necesitaba roce, desafíos constantes, ese ritmo vertiginoso que encontraba cada vez que cruzaba hacia el norte. Y fue en Tucumán donde vio la oportunidad de forjar todo su potencial.
La distancia física nunca atenuó los lazos familiares. Por eso, tras casi dos décadas fuera de su hogar natal, el desarraigo aún le duele. “Se me hace un nudo en la garganta cuando me preguntan si extraño. Lo que más extraño es a mi familia: mis padres, mis hermanos, mis tíos, mis primos. Siempre fuimos muy unidos, de compartir los fines de semana. Mi papá me llevaba a las carreras todos los domingos”, relata, con la voz quebrada por la emoción. “Trato de ir seguido. A veces se puede por una cuestión económica, y a veces no. En un momento pasé un año sin ver a mi familia. Es difícil, más allá de la tecnología y las videollamadas que hoy te permiten sentirlos más cerca”.
Aunque su arraigo tucumano es fuerte, su tonada la delata. “Cada vez que me escuchan hablar me dicen: ‘pero vos no sos de acá, sos cordobesa’”, cuenta entre risas. Incluso se permite bromear con las diferencias culturales: “Yo gasto a mis amigos por cómo hablan acá. Entonces digo: ‘menos mal que soy cordobesa’”. La melodía de su acento parece caer más simpática que la tucumana.
Las diferencias también afloran en su rol de madre. “Me río con mi hija Martina, que tiene 6 años. Ella me pregunta: ‘Mamá, ¿vos sos cordobesa o tucumana?’ Le digo que soy cordobesa. ‘¿Y yo?’, me dice. ‘Vos sos tucumana’, le contesto. Y ella responde: ‘Ah, no. Yo quiero ser cordobesa, como vos’”, cuenta entre sonrisas, revelando con ternura el lazo que su hija ya forja con los orígenes maternos.
La maternidad, un sueño cumplido para Luque
La llegada de “Marti” transformó su vida, sin apagar su pasión por el deporte. En el corazón de Leila siempre latió el deseo profundo de ser madre. “Hice inseminación. Desde muy chica tuve el anhelo de ser mamá”, revela. El deseo persistió a pesar de los desafíos personales y de su carrera deportiva. “Siempre lo quise, pero no quería dejar de hacer mi carrera”, aclara.
Ya instalada en Tucumán, tomó la decisión de encarar la maternidad. “Me puse en pareja con una chica de acá. Siempre decía que cuando llegara a los 34 o 35 años quería tener un hijo”, cuenta. Pero el camino no fue sencillo: “La persona que estaba conmigo me acompañó en la decisión. Me hice todos los estudios y salió que tenía las trompas tapadas, así que debía hacerme una inseminación in vitro”.
El tratamiento fue una verdadera prueba de paciencia. “La primera no funcionó. Esperé un tiempo, me relajé y lo volví a intentar. Me puse dos embriones unos seis meses después”, recuerda. “‘Marti’ se aferró fuerte, porque tuve una pérdida. Estuve en cama, cuidándome por un desprendimiento del saco embrionario. Dios quiso que conociera el verdadero amor”, relata con emoción.
Luque tiene una nueva meta en el horizonte
Hoy, Leila se prepara para un nuevo desafío: el Mundial Máster de 2026, que se disputará en Chile, una plaza accesible desde lo geográfico y motivante desde lo emocional. “Estoy entrenando bastante. En una carrera a principios de año me di cuenta de que venía muy liviana. Entonces decidí comprometerme de nuevo, conmigo misma y con el deporte”, sostiene. Cada pedalada en los circuitos tucumanos la acerca un poco más a ese sueño mundialista.
Su presente también la encuentra compartiendo todo lo que aprendió. “Tengo mi escuela, Luque Team, y soy preparadora física del plantel superior de hockey femenino de Natación y Gimnasia”, cuenta con orgullo. Incluso en lo futbolístico su corazón se volvió tucumano: “Soy muy hincha de Atlético y Martina va conmigo a la cancha. Le encanta”, dice entusiasmada.
Aunque Córdoba siempre ocupará un lugar especial en su vida, Tucumán es el escenario donde floreció su madurez deportiva y personal. Aquí encontró la competencia que la desafió, el entorno que la sostuvo y el amor que la transformó. Leila Luque, aquella cordobesa que llegó buscando superarse sobre una bicicleta, construyó en el norte una vida plena, cargada de afectos, desafíos y pasión.