Carlos Duguech
Analista internacional
Seguramente los especialistas en el análisis de las personalidades podrán acercar evaluaciones que definan aquellas que les deben ser asignada a las personas bajo estudio. En esta columna solamente podremos esbozar -a la luz de las actuaciones del presidente de EEUU, Donald Trump- de sus actuaciones anteriores, sus expresiones altisonantes y sus caprichos personalísimos en el ejercicio del poder. Particularmente en aquellos asuntos relacionados con la política internacional de los EEUU. cuya relevancia merecen y exigen otro tratamiento.
Singular gestión política
Eran tiempos de Barack Obama cuando se constituyó uno de los emprendimientos internacionales colectivos de mayor relevancia en la historia de las armas nucleares, desde las pruebas de campo de Hiroshima y Nagasaki en 1945. En su tiempo lo abordamos en una columna por considerar un caso único en la historia de las relaciones internacionales. Particularmente en aquellas en las que tuvo injerencia ese singular régimen de una Persia remanente de un imperio, devenido -tras una revolución que acabó con la dinastía Pahlevi- un país teocrático centrado en la cultura islámico-chiita. En los comienzos de los 90 del siglo XX este columnista tuvo oportunidad de participar en esta ciudad de una charla que ofrecía el por entonces (1990) agregado cultural de la embajada de Irán en nuestro país, Mohsen Rabbani. Era, entonces, una oportunidad periodística única. La respuesta fue tan inocua, vaga e inconsistente, que de nada sirvió preguntarle ¿Cómo se desenvuelve un sistema democrático en un estado teocrático? Tal vez, pensé entonces, el secreto estaba en la “no-respuesta”. Lo decía -mejor, lo callaba- todo.
Si, en su momento, alguien hubiera afirmado que con el régimen de la República Islámica de Irán se podía acordar -en un documento específico- para que no iniciara un programa de armamentismo nuclear, seguramente le esperaría por respuesta una observación sobre su ignorancia respecto del asunto. Porque, a decir verdad, haber logrado la conformación del “Plan de Acción Integral Conjunto” (PAIC, o Jcpoa por las siglas en inglés) era, desde haberlo ideado, una fantasiosa aspiración de los cinco integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU. Y para más, con el agregado en su integración nada menos que la muy acertadamente denominada locomotora de Europa: la Alemania de la Merkel. Una integración de los cinco más uno que incorporaba al “Plan” a Irán. No es difícil que se nos ocurra “un helado de dulce de leche con limón” para objetivar esa expresión algebraica “5+1 e Irán”. Y, en la firma de los acuerdos, la mismísima UE (Unión Europea). Y más aún, en este tiempo del “reinado” de Donald Trump, volver la vista a una foto icónica en la sede de Viena de la OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) revela cuánto se perdió con la solitaria y unilateral traición de los EEUU a sus socios en el emprendimiento pro “Irán no nuclear bélico”. Además de una cachetada insólita al propio gobierno de Irán, ¡nada menos! Es de interés tener en cuenta que con el acuerdo del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) suscripto el 14 de julio de 2015 en Viena el gobierno de Barack Obama alcanzó un laudable calificativo en tanto se valoró el exitoso resultado de una gestión de la diplomacia esa como valiosísima herramienta para moderar y pacificar las relaciones internacionales.
Un modo no exagerado lo “del siglo” para estos tiempos de tantas convulsiones y apreciaciones erróneas, ora apocalípticas, ora direccionadas maliciosamente, todas de ningún valor para la Humanidad. En esa órbita en la que se despliega un andar no siempre armonioso de las relaciones internacionales en lo que va del siglo XXI el acuerdo con la República Islámica de Irán consolida un hito de singular relevancia. Frente al justificado temor que suelen despertar las disposiciones gubernamentales del Irán islámico en el mundo -se enfatiza esa condición teocrática- haber logrado un acuerdo multilateral que restringe muy especialmente su programa nuclear es de invalorable trascendencia. Único, si cabe.
Conociendo a Trump, se puede afirmar -con algún mediano convencimiento- que no exagera ni enmascara nada al decidir dar un portazo al acuerdo con Irán del grupo P5 +1. Estaba ejerciendo, en el inicio de su segunda presidencia su condición indisimulada de emperador. En todos los campos geográficos. En los ámbitos que requieren pronunciamientos precisos de las relaciones internacionales. En los que se empeña, sin disimulo, en plantear originalidades que evidencien el ejercicio del “Imperium absolutum” de United States of América. No otra interpretación se infiere de aquella malhadada determinación hecha conocer con bombos y platillos, propios del estilo trumpense, cuando el 8 de mayo de 1918 -transcurridos ya casi tres años de vigencia del acuerdo- anuncia erga et omnes que los EEUU abandonan ese acuerdo. Dijo: “fue tan mal negociado (presidencia de Obama) que si Irán cumple con todo, el régimen estaría al borde de conseguir armas nucleares en un corto período de tiempo”. No exhibía fundamentos sino suposiciones que, pese a la omnipotencia de su verba, eran una nublada y no querida expresión de un cápitis deminutio. “Traición del inconsciente”, dirían los expertos en las indagaciones de los brotes incontrolados que tiñen y destiñen el comportamiento humano.
Sanciones a Irán
De resultas de la decisión intempestiva del presidente Trump en su primer mandato (2018) reanudó la vigencia de las sanciones impuestas por EEUU las que se habían suspendido por la vigencia del tratado de 2015. Lo de Trump fue una cachetada a sus coequipers en la gestión del tratado (los otros cuatro del Consejo de Seguridad de la ONU y de Alemania). Y para la UE (Unión Europea). Y, naturalmente, para Irán. El PAIC alimenta el derecho internacional y lo hace con la resolución 2.231 del CS. Uno de los aspectos del acuerdo formalizaba la decisión de levantar las sanciones económicas en contra de Irán por la ONU. Debía Irán concretar expresamente que el desarrollo y utilización de su capacidad nuclear estuvieran restringidos estrictamente a la utilización civil.
Además, el tratado PAIC programó un mecanismo de vigilancia que pudiera advertir en tiempo real posibles incumplimientos de Irán. Era natural que ese mecanismo estuviera diseñado y operado por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). Vale destacar que su director general por un segundo período y por elección de los miembros del organismo es el diplomático argentino Rafael Mariano Grossi. Hace poco se manifestó interesado en su eventual postulación para secretario general de la ONU, a partir de 2026. Ningún otro candidato existe ni con sus méritos ni con sus capacidades en la cuestión nuclear en un tiempo en el que los arsenales de tales recursos bélicos se mencionan con frecuencia y temor ante una escalada bélica mundial.
Proeza diplomática
No podría calificarse de mejor manera el acuerdo PAIC. No hay sin embargo forma de calificar a Israel y a Estados Unidos que en su tiempo (2018) se manifestaron contra el acuerdo, a dúo. Pese a ello y a partir de 2018, en una casi conjunta acción los EEUU de Trump y el Israel de Netanyahu se consagraron a demonizar absolutamente a Irán, cuestionando el PAIC. Una comparación necesaria: Irán sí firmó el TNP (Tratado de no Proliferación Nuclear) en 1968 y lo ratificó en 1970. Israel, no lo firmó nunca.
Amenazador
“Nunca abandonaremos nuestro programa nuclear pacífico y, no importa lo que hagan, no cederemos”. Tal la afirmación de ayer del presidente iraní Masud Pezeshkian en la sexta edición de Diálogo de Teherán. Irán asegura que no renunciará a su programa nuclear pese a presiones y amenazas de EEUU. Ayer mismo se conoció esta determinación.