Byung-Chul Han, Premio Princesa de Asturias
El filósofo alemán de origen surcoreano es un fenómeno comunicacional. Sus obras, que suman una treintena, han vendido más de 2 millones de ejemplares. Acaba de ganar el Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025, concedido a “la labor de cultivo y perfeccionamiento de las ciencias y disciplinas humanísticas y de lo relacionado con los medios de comunicación social”.
LA DISGREGACIÓN. Byung-Chul Han dice que la revolución digital genera un enjambre de individuos aislados.
Crítico del neoliberalismo, las ideas de Byung-Chul Han sobre la sociedad actual y el impacto de la revolución digital son referencia insoslayable en los debates sobre la contemporaneidad. Particular impacto ha tenido La sociedad del cansancio (2012) y su denuncia contra la tiranía de la productividad y el rendimiento, que genera individuos exhaustos, incapaces de tejer redes de relaciones sociales y propensos a patologías psíquicas.
Huelga decirlo, así como es leído por multitudes, Han también es pasión de detractores. Sus críticos han reverdecido ahora: los premios tienen los celos y las envidias como contraprestación. Por ello ha merecido desde discriminaciones positivas (lo tildan de “filósofo pop”) hasta desprecios manifiestos, que califican su tarea como “filosofía para ‘dummies’”, en referencia a los muñecos de los test de colisión de automóviles.
Reparos
Ahora bien, cuando se barre la hojarasca de las miserabilidades (plenas en generalidades como “falta de consistencia” o “escasa profundidad” del pensamiento del autor), subyacen un par de objeciones atendibles respecto la obra de Han. Una primera serie hace referencia a que su obra se limita a constreñirse a marcos teóricos de la filosofía europea, pero sin llegar a desarrollarlos. En definitiva, el reproche consiste en que nada nuevo hay en sus formulaciones. Por caso, ya en El hombre unidimensional, Herbert Marcuse postulaba en 1964 la “ideología de la sociedad industrial avanzada” reducía la existencia humana a la mera esfera del trabajo y el consumo, reprimiendo las dimensiones de las emociones y de lo espiritual, con lo cual obturaba todo pensamiento crítico y, por ende, todo germen de cambio profundo.
Un segundo grupo de reparos se da en torno de que su abordaje de temas complejos finalmente no llega ni al fondo de las cuestiones, ni gesta una teoría, ni mucho menos una escuela. Esa carencia es cubierta por el tono pesimista, propio de un posmodernismo que (en términos de Fredric Jameson) ha reemplazado las profecías milenaristas por una suerte de conciencia del final: el fin de las artes, de las ideologías, de la comunicación, de la historia…
Párrafo aparte merece el capítulo de los cuestionamientos ideológicos. En Argentina se publicó el libro ¿Por qué (no) leer a Byung-Chul Han? (UBU Ediciones, 2018), autoría de cinco filósofas y prologado por Ricardo Forster. Las disimuladas correspondencias con el espíritu neoliberal y el rescate de una tradición filosófica puesta al servicio de una política de la resignación son, por ejemplo, algunos corolarios de este trabajo colectivo.
La idea de “Shanzhai”
Para el jurado del premio Princesa de Asturias, en cambio, Han es “uno de los filósofos contemporáneos más destacados”. Subraya que “ha dedicado sus reflexiones a la ‘sociedad del cansancio’ y a la ‘sociedad de la transparencia’, así como al concepto de ‘Shanzhai’, con el que identifica los modos de la deconstrucción en las prácticas actuales del capitalismo chino”.
“Muy crítico con el neoliberalismo, para Han vivimos en la edad de los trastornos neuronales (depresión, síndrome de fatiga crónica, de déficit de atención, hiperactividad…) causados por un exceso de positividad en una sociedad que ha abandonado la reflexión, el retiro, la meditación y que, por tanto, no valora la individualidad -reseña el pronunciamiento-. Defiende que se trata de una sociedad cada vez más dominada por el narcisismo y enferma de pérdida del deseo, en la que nos volvemos progresivamente incapaces de relacionarnos con los demás. E insiste en recobrar la capacidad de poder decir que no, que no todo es posible, que no todo se puede hacer, que ni siquiera se debe poder intentar”. Y concluye: “Está considerado como un sucesor aventajado de filósofos como Roland Barthes, Giorgio Agamben y Peter Sloterdijk”.
Aptitud de diagnóstico
A medio camino entre el infierno de los objetores y el paraíso de las condecoraciones surge una suerte de punto de tregua: la capacidad de diagnóstico de Han no está en discusión.
De allí que, en lugar de un ejercicio caleidoscópico de intentar reseñar toda su obra en pocas líneas (30 títulos seguidos de una oración que jibarice el contenido de un ensayo terminará mereciendo, irremediablemente, el título de la poesía “Setenta balcones y ninguna flor”), un desafío válido es elegir una obra, en esa mar de publicaciones, por dónde empezar a leer a este pensador marcado por la interculturalidad de Asia y Europa.
Puestos a elegir, un buen inicio se halla, en la línea cronológica, justo en la mitad de la línea de tiempo de sus producciones más publicadas. Equidistante de la inicial Sobre el poder (2005) y de la postrera El espíritu de la esperanza (2024) se encuentra En el enjambre (2014).Ese ensayo tiene muchas virtudes. Es un elogio de la capacidad de síntesis de las tradiciones orientales, a la vez que aborda una coyuntura occidental que ha sobrevivido indemne a la pandemia: la indignación. Aquí reaparecen cuestiones abordadas en trabajos anteriores, como la mencionada La sociedad del cansancio, pero también en El aroma del tiempo y La sociedad de la transparencia. De igual modo, se advierten, embrionarias, ideas luego desarrolladas, por ejemplo, en Psicopolítica, en Infocracia y en No-cosas. Por sus páginas pasan Barthes, Carl Schmitt, Gustave Le Bon y Marshall McLuhan.
En el electoralísimo año que atraviesa la Argentina, además, En el enjambre resulta un libro de abordajes oportunos. El ensayo analiza la manera descomunal en que la era digital ha cambiado a la sociedad, sólo comparable a lo imperceptible que esos cambios parecen ser para el común de sus miembros. “Somos programados a través de este medio reciente, sin que captemos por entero el cambio radical de paradigma. Cojeamos tras el medio digital que, por debajo de la decisión consciente, cambia decisivamente nuestra conducta, nuestra percepción, nuestra sensación, nuestro pensamiento, nuestra convivencia. Nos embriagamos hoy con el medio digital, sin que podamos valorar por completo las consecuencias de esta embriaguez. Esta ceguera y la simultánea obnubilación constituyen la crisis actual”.
Sociedad sin respeto
“Sin respeto” es el capítulo inaugural de En el enjambre y comienza por un análisis etimológico: “respeto”, explica Han, significa literalmente “mirar hacia atrás”. En latín, “respectare”, mirar de nuevo. Esa mirada presupone una distancia y es distinta del mirar curioso, típica del “espectáculo”: el “spectare”. Una sociedad sin respeto, y sin distancia, conduce a una sociedad del escándalo, concluye.
El respeto, razona el pensador, es la pieza fundamental para “lo público”. En la decadencia de lo público, en la que reina la falta de distancia, lo privado se hace público. Así que sin distancia tampoco hay decoro. La comunicación digital, justamente, deshace las distancias. Y fomenta “esta exposición pornográfica” de la intimidad. “También las redes sociales se muestran como espacios de exposición de lo privado. El medio digital, como tal, ‘privatiza’ la comunicación, por cuando desplaza de lo público a lo privado la producción de la información”, explica.
Anonimato e insultos
El respeto, además, va unido al “nombre”, dice Han. “Anonimato y respeto se excluyen entre sí”, determina. Consecuentemente, “la comunicación anónima, que es fomentada por el medio digital, destruye masivamente el respeto”. Advierte también que las “shitstorm” (literalmente, “tormenta de mierda”), que aquí podrían traducirse como las “campañas de odio” o las “operaciones” de críticas violentas y ofensivas, con aluviones de insultos humillantes, también son anónimas. Y por ello son un fenómeno genuino de la comunicación digital. Por un lado, porque las secciones de “Cartas de Lectores” propias de los diarios impresos no admiten anónimos. Por otra parte, porque sentarse a redactar un texto, a mano o a máquina, “evapora la excitación inmediata”. Por el contrario, la comunicación digital hace posible el “transporte inmediato del afecto”. La publicación instantánea del estado de ánimo.
Olas de indignación
Este devenir argumentativo desemboca en “La sociedad de la indignación”, un instrumento de ensueño para la política. “Las olas de indignación son muy eficientes para movilizar y aglutinar la atención. Pero en virtud de su carácter fluido y de su volatilidad, no son apropiadas para configurar el discurso público. Para eso son demasiado incontrolables, incalculables, inestables, efímeras y amorfas. Crecen súbitamente y desaparecen con la misma rapidez”.
El razonamiento de Han nos coloca entonces frente a una situación consumada: la política ha mutado y devino arte de indignar. La cuestión, entonces, es indignar todo el tiempo. Es más: mucha gente, en términos políticos, ya no se define por aquellas ideas a las que adscribe sino tan sólo por aquellas cuestiones que la indignan. Y ahí, en esa escandalización constante, el poder encuentra una herramienta de movilización que luego no se convierte en asociación de personas, ni mucho menos se articula en discursos públicos de demandas. Ya no “se pide por” sino que el ejercicio consiste en “repudiar a”. Con lo cual, personas con los más diferentes intereses y las más distintas convicciones se mueven momentáneamente en espasmos indignados, pero luego se disuelven porque nada hay en común que los agrupe.
“La sociedad de la indignación es una sociedad del escándalo. Carece de firmeza, de actitud. La rebeldía, la histeria y la obstinación características las olas de indignación no permiten ningún diálogo, ningún discurso”, describe Han. “Además, las olas de indignación muestran una escasa identificación con la comunidad. De este modo, no constituyen ningún ‘nosotros’ estable que muestre una estructura del cuidado conjunto de la sociedad -esclarece-. Tampoco la preocupación de los llamados ‘indignados’ afecta a la sociedad en conjunto. En gran medida, es una ‘preocupación por sí mismo’. De ahí que se disperse con tanta rapidez”.
“Enjambre digital”
Ahora bien, así como la Revolución Industrial generó “las masas”, la revolución digital no engendra una masa como tal, sino un enjambre. Específicamente, un enjambre digital. La “masa” es congregadora y unificante, distingue Han. El enjambre digital, en cambio, sólo consta de individuos aislados. En la “masa”, los individuos se funden en una nueva unidad: ya no tienen perfil propio: los fusiona un espíritu común. Al enjambre digital, en cambio, no le es inherente ningún alma. No es coherente en sí ni se manifiesta en una voz. “Por eso - define el filósofo- es percibido como ruido”.
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Perfil
Byung-Chul Han (Seúl, República de Corea, 1959) estudió Literatura Alemana y Teología en la Universidad de Múnich, y Filosofía en la Universidad de Friburgo, donde se doctoró en 1994 con una tesis sobre Martin Heidegger. Ha sido docente en la Universidad de Basilea (Suiza, 2000-2012) y profesor de Filosofía y Estudios Culturales en la Universidad de Bellas Artes de Berlín, después de haber ejercido en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe, al lado de Peter Sloterdijk. Ha publicado más de 30 libros, traducidos a una decena de idiomas. El último de ellos es El espíritu de la esperanza (2024).







