Por Javier Cercas
Todo empezó el 21 de mayo de 2023, en Turín. Aquella tarde estaba firmando ejemplares de mis libros en el Salone del Libro que cada año se celebra en esa ciudad, tras haberme pasado una hora hablando en público sobre la maldita figura del intelectual, cuando mi editora italiana me advirtió que un representante del Vaticano estaba aguardando para hablar conmigo. «¿Del Vaticano?», pregunté, extrañado. Mi editora se encogió de hombros y señaló a un hombre que aguardaba a su espalda. De golpe recordé.
Dos semanas atrás había recibido una llamada desde un número de teléfono oculto y, llevado por mi afición a la ruleta rusa, la había contestado. Una voz cavernosa sonó en mi móvil. Dijo que llamaba desde el Vaticano, se presentó como oficial del Dicasterio para la Cultura y la Educación de la Santa Sede, explicó que el 23 de junio iban a cumplirse cincuenta años desde la apertura de la colección de Arte Moderno y Contemporáneo en los Museos Vaticanos y que, para conmemorar la efeméride, el papa Francisco deseaba reunir a un puñado de creadores en la Capilla Sixtina. Crecí en un país católico, una familia católica y un colegio católico, de modo que, por muy descreído que sea, una invitación semejante es casi irresistible; pero, mientras la voz de ultratumba del oficial del Vaticano seguía sonando en mi móvil y yo hojeaba mi agenda, pensé que me iba a resistir a ella: me pareció excesivo viajar hasta Roma solo para escuchar unas palabras del papa Francisco. Ya tenía en la punta de la lengua la negativa cuando -¡oh, milagro!- descubrí en mi agenda que el mismísimo 23 de junio debía volar a Roma de camino a Pescara. Derrotado por la coincidencia, le aseguré al emisario del Vaticano que haría lo posible por asistir a la reunión con el papa y acto seguido escribí a mi editorial italiana para adelantar mi vuelo a Roma al día 22, de tal manera que el 23 por la mañana pudiera participar en la recepción papal y luego desplazarme hasta Pescara. Así que aquella tarde, en el Salone del Libro de Turín, pensé que el hombre del Vaticano quería hablar sobre el encuentro con el papa en la Capilla Sixtina.
Error. El hombre se llamaba Lorenzo Fazzini, se presentó como responsable de la Libreria Editrice Vaticana (LEV), la editorial de la Santa Sede, y me soltó a bocajarro que el papa Francisco viajaba a finales de agosto a Mongolia y que en el Vaticano habían pensado en mí para que escribiera un libro sobre el viaje, sobre el papa, sobre la Iglesia, sobre el Vaticano, sobre lo que yo quisiera. Por un segundo pensé que era una broma. Miré al tipo: no era una broma. Más tarde Fazzini me contaría que mi primera reacción a su propuesta fue soltarle: «Pero, oiga, ¿se han vuelto ustedes locos o qué?». La verdad: no lo recuerdo. Lo que sí recuerdo es que, apenas conseguí reponerme de la sorpresa, le hice una pregunta parecida:
-Pero, oiga, ¿no saben ustedes que yo soy un tipo peligroso?
*Fragmento.






