Compartido o no, el lomito

Había una vez una sanguchería de milanesa en Tucumán, cuyo nombre era el de un famoso dibujante argentino. Después de oficiar de hombres básicos y elementales (jugar al fútbol 5) caíamos ahí. Y no digo “caer” solo para representar el verbo “llegar”, sino que también había caídas literales por los esfuerzos físicos que habíamos realizado una hora antes. Después de tropezarnos en una mesa con una combinación de manteles de plástico y tela, pedíamos los sánguches. Con uno sólo no nos bastaba y con mi amigo Alejandro, pedíamos otro para compartir entre los dos. Habíamos encontrado nuestra “media milanesa”, decíamos y jodíamos una vez más descansados. Después solían jodernos a nosotros por tratarnos de “media milanesa”, pero la saciedad justa de medio sánguche valía la pena. Hasta ahí pensé que esa era la mejor manera de compartir un sándwich, pero no.

Desde hace un tiempo, admito que he abandonado un poco al sándwich de milanesa y las porciones pasadas (un sándwich y medio). La fritura, más si es de noche, no es una buena compañera. El lomito a la plancha, abandonado en la adolescencia, parece un mucho mejor partido ahora. La vida misma. Pero la sangre y el aceite hirviendo tiran así que actualmente me encuentro agremiado a la nueva mejor manera de compartir un sándwich: pedir un lomito y una milanesa y comer “cruzado”. Nada he de descubrir con esto, de hecho en el tiempo que se toma usted para leer estas líneas, decenas de sándwiches “cruzados” se están comiendo en Tucumán. Parejas, amigos y si existiera una aplicación de citas sangucheras hacen posible esta modalidad.

Hedonismo gastronómico

Todo se remonta, claro, a la necesidad ancestral de comer del plato del otro. Elegir un solo plato puede ser difícil, ¿por qué no mejor pedir varios y que todos puedan comer todo? Con el sándwich está más calculado, aún dentro de ese hedonismo gastronómico que se desata con probar comida del otro plato: la mitad es la mitad. Dame tu mitad, tomá mi mitad.

Pero si no hay posibilidad de mitad (no hay pareja ni amigos o hay, pero no quieren entrar en razón) yo ya elegí al lomito como mi sándwich de cabecera. Concepción suena, entonces, como un gran lugar para irse a vivir. O al menos para ir a jugar al fútbol y tropezarse luego en una sanguchería de las que LA GACETA visitó. Mucho más sabiendo que son más grandes que los de Capital y entonces se prestan para más situaciones de compartición.

Porque si Santiago del Estero tiene su lomito con pan hojaldrado y mayonesas caseras, si Córdoba saca chapa con el suyo, si San Juan tiene su “lomipizza” y si Uruguay tiene su chivito canadiendse, Tucumán tiene que tener el suyo.

Comentarios