ORGULLO. Para Gustavo Caro, la serie demuestra que el país puede realizar ciencia ficción de muy buen nivel.
Una historieta publicada en 1957 vuelve a resonar con fuerza en el siglo XXI. El Eternauta, la emblemática obra de Héctor Germán Oesterheld, fue adaptada por primera vez a la pantalla en una producción ambiciosa que hoy es un éxito internacional: segunda en el ranking mundial de Netflix, y número uno en más de 20 países.
Pero más allá de los números, lo serie también generó un debate sobre cómo se adapta un clásico y qué se gana (o pierde) en el camino. Gustavo Caro, docente e investigador de la Escuela de Cine de la Universidad Nacional de Tucumán, habló con LG Play para aportar una mirada profunda desde el lenguaje audiovisual, el contexto político y el simbolismo de esta obra de culto popular.
Adaptar no es copiar
“La adaptación me parece muy acertada. No se trata de ser literal, sino de mantener la esencia”, dice Caro. Según él, el equipo liderado por Bruno Stagnaro supo trasladar El Eternauta al presente de manera respetuosa y eficaz. La serie actualiza elementos narrativos para conectar con una audiencia global, sin perder el corazón de la historia original: una invasión extraterrestre que transforma Buenos Aires en una zona devastada, donde un grupo de personas resiste con ingenio, solidaridad y recursos improvisados.
Esa esencia es la que convierte a El Eternauta en una obra atemporal. “Como Shakespeare, que se sigue adaptando, Oesterheld dialogaba con su tiempo. Esta serie permite que siga haciéndolo, pero ahora con un público nuevo”, agrega.
En ese sentido, una de las decisiones creativas más notorias fue “malvinizar” al personaje de Juan Salvo, ahora presentado como excombatiente. Caro no lo ve como una traición al original, sino como una forma de traer al protagonista a una historia nacional aún abierta. “Es una serie llena de guiños a la argentinidad, y eso ya estaba en la historieta. Oesterheld toma el género de la invasión alienígena, tan común en EE.UU., y lo resignifica desde una perspectiva local”, dice
De esta forma, cada detalle suma: desde el uso de locaciones reconocibles hasta el acento de los personajes, la serie respira Buenos Aires. Incluso las decisiones visuales (como el uso de CGI para mostrar la nevada mortal) dialogan con un imaginario nacional, sin perder calidad técnica. “Demuestra que podemos hacer ciencia ficción desde Argentina con muy buen nivel. Es una obra bisagra”, afirma.
Caro, finalmente tiene una recomendación clara para quien se acerque a la serie: leer la historieta. “Antes o después, pero leanla. Es parte de nuestro acervo cultural”. Y también apuesta a que producciones como esta se incorporen a las aulas, no solo como entretenimiento, sino como punto de partida para hablar de historia, identidad y lenguaje audiovisual.









