
“Bergoglio vivió 76 años en la Argentina y nadie le dio mucha pelota”
Hace 60 años un grupo de chicos santafesinos recibió lecciones simultáneamente de dos hombres que se convertirían en los argentinos de mayor trascendencia global. Uno de esos chicos, Jorge Milia, registró esa experiencia en De la edad feliz y El maestrillo, libros prologados por el papa Francisco. Además es coautor de otro libro, editado cuando tenía 16 años, con un prólogo de Jorge Luis Borges. En esta entrevista, el alumno de Bergoglio y Borges, autor de la columna “El pensamiento político de Francisco” del L’Osservatore Romano y autor de uno de los 20 libros que integraron la colección La Biblioteca del Papa, rememora hechos de un pasado poco conocido del pontífice argentino.
- ¿Cómo era Bergoglio en los años en que enseñaba Literatura en el colegio La Inmaculada?
- No quiero confundir a la gente con la idea de que Jorge Mario Bergoglio hubiese estado nimbado de un aura pontificia desde su juventud o, al menos, desde que lo conocí. En 1964, con 27 años (doce más que los que yo tenía), era un hombre que aparentaba mucha menos edad. No en vano el mote de “Carucha”, por su cara de nene, como decían algunos, pero, aun así, era una persona que evidenciaba un carácter fuerte y no lo disimulaba. La diferencia con otros de sus pares era su buen humor, su disposición a contar chistes, no precisamente de salón, y la buena voluntad de asociarse a los empeños de sus alumnos, cuando eran proyectos personales fuera de cualquier exigencia curricular. Allí estaba él. Conseguir un aula y un equipo de música para que unos émulos de “The Beatles” pudieran ensayar, o la asistencia bibliotecaria para quien quería investigar algún tema, era algo habitual en él. También su empeño respecto a nuestra responsabilidad como jóvenes católicos en la idea de que fuéramos “testigos de la Fe”. Algo que para muchos se contraponía con acciones poco esperadas como hacernos ver “El séptimo sello” de Ingmar Bergman, representar “Los Justos” de Albert Camus o la lectura de “Calígula” del mismo autor. No olvidemos que estoy refiriéndome a un colegio católico - el más antiguo de la Argentina - en el año 1964.
-¿Qué autores y qué géneros le gustaban a Bergoglio?
- Como lector era demasiado amplio, al menos en aquella época. Tolstoi o Hesse podrían ser dos de los tantos nombres entre los que se encontrarían otros casi ignotos aquí, como el de Ethel Mannin. Sin dudas Borges lo fascinó dentro de lo nuestro, en un mundo en el que no faltarían ni Marechal ni Sabato. Y nos cargó a sus alumnos con esa pasión borgeana. Él apuntaba mucho a los cuentos, pero a mí lo que más me atrajo de “Georgie” fue la poesía. Él tenía especial aprecio por “Everness”.
- ¿Qué cambió en tu vida -en su momento y hoy- la experiencia de ser apadrinado por Borges y Bergoglio?
- Eso me lo preguntaron, luego de su elección, una siesta y por teléfono: “¿Hay alguien más que como usted esté prologado por Borges y por el Papa?” No siempre duermo la siesta pero, a fuer de buen provinciano, a veces celebro ese ritual. Ese día era uno de ellos y no supe qué responder, creo que dije algo así como: “Según parece he tenido esa suerte”. Respecto a Borges quizá lo que voy a contar no llene la expectativa de mucha gente. Se había publicado el libro Cuentos Originales con su prólogo y ocho adolescentes habíamos entrado a ese paraíso de “los prologados por Borges”. Terminamos el colegio, nos recibimos de bachilleres y un día, en pleno carnaval de Santa Fe, me presentaron a una chica. En todos los órdenes hay objetivos inalcanzables y en el femenino éste era uno de ellos. Me miró fijamente y con una gran sonrisa me dijo: “- ¡Así que vos sos Jorge Milia, el escritor! Me encantó tu cuento “Lavado y engrase”, pero hay muchas cosas que no entiendo y me gustaría que me explicases…” Era la primera vez que alguien me llamaba escritor y la primera vez que tenía la atención de una mujer tan bella. “Te lo contaré en una tarde tranquila…” respondí, “Mañana”, me dijo. Nunca me importó que los suecos no le dieran el Premio Nobel, ni lo que pudieran decir quienes no lo querían, para mí siempre será el más grande, aquel a quien debo el inolvidable otoño del ‘66. Respecto al Papa todo ha sido mucho más complejo. En 2013 la editorial Mondadori me ofrece escribir un libro sobre los dos años de Jorge Bergoglio como profesor del Colegio de la Inmaculada. La llamada llega cuando terminaba mi segundo Camino de Santiago y volvía a la Argentina. Tenía mis dudas. “Mondadori es un tren que si no lo tomás, no vuelve a pasar”, dijo un colega. Lo tomé, pero agarrado del pasamanos. Comenzada la segunda semana de noviembre me dieron como deadline el 31 de diciembre. El libro se titula El Maestrillo pero en Italia salió como Maestro Francesco. Más tarde se editó en España con el título original y no sé aún qué pasó con una edición coreana.
- ¿Qué fue de la vida de los otros autores del libro prologado por Borges?
- Como buena noticia diré que los ocho coautores de Cuentos Originales estamos vivos. José Cibils es músico y director sinfónico, vive en Berlín; Sereno Oscar Grassi se dedicó en un tiempo a montar obras de teatro en Estados Unidos y hoy tiene una acreditada empresa de catering con clientes de perfil muy alto dentro de la política americana; Orlando Peña trabaja en un museo de Paraná y tiene una orientación hacia la arqueología; Julio De la Torre es ingeniero agrónomo y vive, o sobrevive, en Venezuela, ha tenido premios por sus ensayos literarios, y es un runner de campo. Carlos Ghiara, es abogado, empresario y marchand de arte en Punta del Este, donde tiene una acreditada galería, “Settemari Arte”. Ubaldo Pérez Paoli es filósofo, profesor universitario, escritor de cuentos y ensayos y cantor de tangos, vive en Brunschweig, Alemania. Rogelio Pfirter, es abogado, diplomático de carrera con una trayectoria de excepción que lo llevó a dirigir en dos períodos la OPAQ, tras lo cual debió volver al país y fue raleado del servicio por el kirchnerismo hasta su jubilación prematura; fue embajador argentino ante la Santa Sede.
- Tuviste un encuentro, muchos años después, con Borges. ¿Cómo fue?
- En 1965, cuando nos dio clases en La Inmaculada, al verlo mirar la hora en su reloj de bolsillo, que apoyaba, casi, en el párpado inferior - no estaba del todo ciego entonces-, cometí la torpeza de decirle que lo suyo era algo así como un reloj de contacto, en referencia a esas lentes que entonces eran una novedad. Bergoglio me miró amenazante como queriendo comerme el hígado, pero Borges apoyó su mano en mi hombro y me dijo: “Pero mire qué interesante… Un hombre al que le ponen un reloj dentro del ojo, un reloj que ve aún cuando cierra el párpado. ¡Tiene que escribir ese cuento! ”. Habían pasado ocho años cuando volvimos a encontrarnos. Le comenté cómo y dónde lo había conocido, la anécdota del reloj y quedé estupefacto cuando me preguntó: “¿Escribió ese cuento?” ¿Cómo podía Borges acordarse de la frescura de un adolescente que él había transformado en una posible historia? Hablar sobre un supuesto cuento que me había encargado que escribiera fue también algo singular pero lo importante, sobre todo, fue que me dijera respecto al cuento: “Si lo termina, lo trae y me lo lee… Si he muerto, bueno, entonces publíquelo, tal vez yo lo encuentre y lo pueda leer”. No sé si él creía en una vida después de la muerte y si, en ese caso, incluía recuperar la visión.
- Cuando Benedicto XVI anunció su retiro, intuiste que Bergoglio podría no volver de su viaje al Vaticano y se lo insinuaste en una charla. ¿Qué te contestó?
- Hacía 20 minutos que se había dado la noticia de la renuncia de Benedicto XVI y lo llamé para suspender una audiencia que me había dado para el 22 de febrero de ese 2013, porque no podría estar. Me dijo que se tendría que ir a Roma pero que me llamaría cuando volviera así arreglábamos cuándo encontrarnos. Como siempre nos hemos hecho bromas, más en solfa que profético le dije: “¿Y si no volvés?” Y él me respondió: “Dejate de embromar. ¿Cómo arreglo a la distancia los despelotes que tengo aquí?”.
- ¿Cómo es ser amigo de un Papa?
- La elección de Jorge como Papa me produjo una fuerte conmoción, un sentimiento de pérdida. Quizá lo mío fuera una actitud egoísta, pero sabía que ya no tendría aquellas llamadas telefónicas de sábado o domingo por la tarde para hablar de lo que se nos ocurriese sin pensar que del otro lado de la línea estaba el Cardenal Primado de la Argentina sino un amigo. Cuando en septiembre de 2013 fui a verlo por primera vez a Santa Marta tenía el temor de que Francisco fuese otro, pero Jorge estaba allí. Luego de saludar a mi familia que me acompañaba, les dijo: -Si me permiten un momento, me llevo a este hereje, porque debo hablar con él. No tengan miedo que no lo voy a confesar, si fuera así estaríamos días… La hora de charla que me dedicó no fue diferente a las de otras ocasiones. Me regaló una lapicera “Aurora”. “Pensé que era lo mejor para un escritor, por más que uses la computadora”, dijo.
- Analizaste los abusos de los presuntos voceros del Papa. ¿Cómo crees que deben interpretarse las visitas de los personajes que recibe? ¿No hay en ellas un mensaje que el Papa, o el Vaticano, debería cuidar más?
- Sabía que es un tema que me da bronca y me dijo que no podía hacer nada. Si salía a desmentirlos les daba credibilidad. La gente se saca la foto y luego se siente Papa, o al menos vocero. Algunos son amigos, como Vera, que se inspira y comienza a delirar, pero siempre en provecho propio, sin importarle el mal que pueda hacer. Otros ni siquiera eso, como Carlotto, para quien Bergoglio fue “lo peor de la Iglesia durante la dictadura” y hoy en su hipocresía lo trata de amigo, de Santo Padre, y busca la foto de forma permanente, para luego llegar aquí y parangonar el gobierno de Macri con el de Maduro, como si esto fuera una opinión o un gesto que le hizo conocer el Papa. Lo lamentable de todo esto es que no es bueno para los argentinos. Aquí nadie espera la palabra del Nuncio Apostólico, ni de la CEA, ni siquiera lo que pueda decir la versión local de L’Osservattore Romano. La gente ve una foto y toma como cierto lo que el felón de turno quiera decir. Estuve con él media hora después de haberla recibido a Cristina Fernández y a la cáfila de 42 ejemplares de La Cámpora que se compraron Roma a pura tarjeta de crédito oficial. ¿Te parece que no podría yo pararme ante un micrófono, mostrar mi foto con él y decir: “Me dijo el Papa que…”? No lo hago porque es mi amigo. Lo increíble es que quienes se comen crudos a estos logreros que van a buscar la foto con el Papa, les creen cualquier cosa que puedan decir sin necesidad de que sea autenticada. Pegarle al Papa se ha vuelto un deporte nacional…Lo cierto es que al 99% de los que van a verlo y luego hacen su presentación en cámara con la foto, les importa un comino la Iglesia Católica… La política del Papa, ha sido la de recibir a todos dentro de las posibilidades de su agenda. Hay quienes pretenden una fecha determinada y quienes se allanan a cuando pueda ser. No creo en una política o mensaje de a quién se recibe o no, lo que no debemos olvidar es que muchos van a verlo con una previa organización de la difusión de la visita. No olvidemos que Jesús hablaba con los doctores de la Ley, pero también con los publicanos, con los invasores romanos y si eso fuera poco, con las putas y los ladrones. Sólo quienes no están seguros de ser lo que son tienen miedo de ser confundidos con otros…No sólo creo que el Papa debería ser políticamente prescindente en la relación con los argentinos sino que los argentinos deberíamos de dejar de esperar del Papa soluciones milagrosas para los desórdenes que creamos. Jorge Mario Bergoglio vivió 76 años en la Argentina y nadie le dio mucha pelota. Ni los que ahora dicen quererlo ni sus detractores. Tiene sobre sus espaldas la labor descomunal de conducir la Iglesia. Pretender que ponga su empeño en solucionar los problemas que no queremos solucionar los argentinos es bastante patético.
© LA GACETA
*Este es un fragmento de una entrevista publicada originalmente en estas páginas en 2018.
Perfil
Jorge Milia, periodista y escritor, nació en Santa Fe, en 1949. Fue alumno de Bergoglio en el colegio La Inmaculada Concepción, de Santa Fe, entre 1964 y 1965, y luego amigo durante el resto de su vida. Fue coautor de Cuentos originales, prologado por Jorge Luis Borges. Autor de La edad feliz y El Maestrillo (editado por Mondadori y traducido a varios idiomas) en los que recrea los años en los que fue alumno de Bergoglio. Fue director del diario Castellanos, de Rafaela, y miembro del consejo ejecutivo de Adepa. Tuvo a su cargo la columna “El pensamiento político de Francisco” en L’Osservatore Romano.