Chau Francisco, nunca te olvidaremos

Chau Francisco, nunca te olvidaremos

La Plaza de San Pedro se tiñó de emoción, respeto y silencios profundos en el último adiós a un Papa que dejó una marca imborrable en la historia de la Iglesia y en los corazones del mundo.

FOTO DE @VaticanNews

Hay momentos que son muy difíciles de poner en palabras, casi imposibles. Uno de ellos fue cuando Francisco realizó su último viaje al interior de la Basílica de San Pedro. Cargaron a hombros el ataúd y lo llevaron lentamente, mientras la multitud en la plaza lo saludaba con pañuelos en alto, vítores y el grito de “¡Francesco, Francesco!”. Fue el instante más emotivo y más profundo de una mañana inolvidable en el Vaticano. Los corazones se detuvieron, las lágrimas afloraron, porque todos entendieron que era la despedida de un Papa que marcó una época. Un Papa que será muy difícil de igualar en los tiempos que vienen. Ha dejado la vara muy alta; habrá que ver quién es capaz de llenar esos zapatos.

"Esto no es una fiesta, es un funeral", advirtieron al público que fue llegando desde muy temprano. La solemnidad, el silencio, el respeto y la admiración fueron las sensaciones que dominaron en todo momento a la multitud, calculada en alrededor de 200.000 personas.

Otro de los momentos más significativos se produjo cuando el cardenal Giovanni Battista Re leyó una homilía que quedará en la historia como una de las semblanzas más simples, contundentes y profundas de Francisco. Lo describió como un hombre de paz, un hombre que puso a Cristo en el centro de la Iglesia, un hombre humilde que trabajó por los pobres, que llevó su mensaje a todos los rincones del mundo. El hombre que llegó “desde el fin del mundo”, tal como él mismo se presentó el día de su elección, y que trasladó su impronta a todos los continentes, a todas las mentes, a todos los espíritus.

Había que estar en la Plaza de San Pedro para comprobar la real dimensión del Papa que nos ha dejado. Una figura de proyección mundial que será muy difícil de igualar. Un Papa querido, un Papa que los propios italianos consideraron como propio, "el Papa de la gente", como repitieron una y otra vez.

Culminó así una mañana, prolongada hasta el mediodía, que será imposible de olvidar en Roma. Desde el primer momento, cuando el féretro salió de la basílica, hasta el final del recorrido a bordo del papamóvil —que esta vez no lo llevó de pie y sonriente, sino reposando en ese sencillo ataúd que eligió para su descanso en la basílica de Santa María la Mayor—, cada instante fue una manifestación de afecto y de reconocimiento. La multitud que colmó las calles para despedirlo se dio cuenta de la trascendencia de Francisco: ese hombre, ese Papa, que jamás olvidaremos.

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