Argentina acudió una vez más al FMI para engordar sus magras reservas y apuntalar su endeble macroeconomía. Un préstamo que requiere años de severo cumplimiento en esta Argentina habituada y familiarizada a las consecuencias políticas y económicas de una malsana y encubierta devaluación. “El dinero es el arreglador infalible de cuantas dificultades hay en el mundo”, decía el novelista español Benito Pérez Galdós. Estamos consumidos por esa eterna inercia pedigüeña de encoger los hombros y flexionar las rodillas para pedir auxilio monetario, que un día vino a vivir con nosotros y nos acompaña hasta el final. Para obtener las preciados desembolsos, el país está sujeto a exigentes disciplina draconiana; así se rige el albor de colosales intereses. Hay una célebre frase que identifica el accionar de la política con e gatopardismo: el gran teatro del mundo debe continuar. En la inmensa mayoría de los hogares administrar los magros ingresos requiere de las dotes del gran ilusionista Harry Houdini, o empleando términos marítimos, asumir el carácter temerario de un avezado piloto de tormentas. Donde la economía luce pragmática es en el ámbito de los valores cotizables, determinando el pulso y el albor de las acciones. Es allí donde la ostensible realidad de las ganancias, se fusiona con el regocijo, el deleite, dibujando una sonrisa de placer en los labios de os semidioses de la bolsa. Las letras, las artes, la pintura, la poesía, no tienen lugar en este templo del positivismo. Cotización e inversiones, es la literatura que prevalece en ese recinto de voces utilitarios y estridentes. Claro que pretender manifestaciones culturales en medio del bullicio bursátil, apartándonos de la vocación utilitaria de los bolsistas, es ni mas ni menos, como querer recitar un verso de Bécquer o Antonio Machado en la estrepitosa rueda de la bolsa. Invadidos por el optimismo y el entusiasmo, apostamos al brillo reluciente del diamante, rechazando el negro y oscuro del carbón.
Alfonso Giacobbe
24 de Septiembre 290 - S. M. de Tucumán