Basuras humanas

¿Con qué sueña alguien dormido en un contenedor, inmune a las bolsas de basura que no dejan de lloverle? ¿Le alcanzará ese paréntesis de desconexión con la realidad para no sentirse suprimido, como esos desechos que lo rodean? En la pestilente profundidad del contenedor, devenido hogar transitorio, ¿por qué negarle el derecho a soñar a quien se ha convertido en material de descarte social? Esos sueños, a fin de cuentas, pueden ser el último refugio. Después sólo queda la oscuridad.

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“Es recurrente que las personas duerman en contenedores”, advierte un vocero de la empresa 9 de Julio. Podría agregar: ¿de qué se sorprenden? O, con una merecida cuota de cinismo, ¿recién se dan cuenta? Si los tucumanos que viven de la basura y en la basura están a la vista, todos los días, a toda hora, ¿no termina siendo inevitable que elijan meterse a un contenedor si les hace frío, se están mojando o, simplemente, quieren echarse una siesta?

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“A veces la vida lleva a la gente a esas situaciones”, le dice el ministro de Desarrollo Social, Federico Masso, a LA GACETA. ¿Qué quiere decir eso? ¿Qué vendría a ser “la vida”? Cuando las abstracciones le quitan historicidad a los cuerpos empieza a perderse el foco, por ejemplo de un caso tan concreto como el registrado el jueves en Tucumán. “Vida” tenemos todos; ¿usará el ministro el concepto como sinónimo de “decisiones”? Nadie decide dormir en un contenedor, se cae de maduro que lo hace porque no le queda otra en el marco de su permanente interacción con la basura (el frío, la lluvia, el sueño).

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La cuestión es que fueron los recolectores los que alertaron la presencia del durmiente y le salvaron la “vida”. El filósofo Zygmunt Bauman considera a los basureros una suerte de héroes olvidados de la modernidad. ¿Por qué? “Un día sí y otro también, vuelven a refrescar y a recalcar la frontera entre normalidad y patología, salud y enfermedad, lo deseable y lo repulsivo, lo aceptado y lo rechazado (...), el adentro y el afuera del universo humano”, sostiene Bauman. A ese contenedor que alberga lo patológico, lo enfermo, lo repulsivo, todo eso que metemos en una bolsa por inservible, también van a parar cuerpos que la sociedad descarta. Como si fuera basura, claro.

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Justamente en un país que, al decir del inolvidable Marcos Mundstock, hay tanta pobreza e indigencia que mucha gente no saca la basura, sino que la entra.

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De personas tratadas como basura Tucumán puede dar cuenta. Al caso emblemático, fijado en el imaginario colectivo y próximo a cumplir medio siglo, lo expuso en detalle el periodista Pablo Calvo. Por orden de Antonio Bussi -entonces gobernador de facto- la noche del 14 de julio de 1977 a 25 mendigos los subieron a un camión y los arrojaron fronteras afuera de la provincia, en Catamarca. Tomás Eloy Martínez había narrado ese episodio en numerosas ocasiones y Calvo -fallecido en 2021- lo investigó durante siete años hasta llegar al fondo. El resultado, un libro llamado “Los mendigos y el tirano”, brinda tantas precisiones que no hay forma de refutarlo, desarmando así a quienes adjudicaban el tema a fantasías propias de los adversarios de Bussi. Calvo cuenta el antes, el durante y el después, incluyendo quiénes eran las víctimas y qué sucedió con cada uno de ellas. “Basuras humanas”.

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Ahí aparece la basura como calificativo, denigración que apela a lo más execrable de nuestra naturaleza. “Sos una basura”, como sinónimo de “no servís para nada” y, por consiguiente, no tenés otro destino que el descarte. La persona transformada en desecho, con el marco de una metáfora tan macabra como esa transición entre contenedor (ataúd)-camión recolector (carroza fúnebre)-basural (cementerio de las almas excluidas). Salvo que un recolector, el héroe moderno de Bauman, interrumpa el circuito.

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En su texto “¿Quién mató a Diego Duarte? Crónicas de la basura”, Alicia Dujovne Ortiz cuenta la historia de un chico que murió mientras buscaba zapatillas para su hermano en un basural. Estaba en plena tarea cuando le cayó encima el contenido de un volquete. Falleció aplastado. La autora exploró ese universo, tan común a todos los conurbanos de la Argentina, y en uno de los capítulos propone unos “elementos de basurología”, que no es otra cosa que la imbricación entre el basural y quienes lo habitan, viviendo de los descartes de la sociedad de consumo y quedando atrapados en la lógica de esos espacios. Dormir en un contenedor puede sumarse a la lista de “elementos de basurología”.

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¿Con qué sueña alguien dormido en un contenedor? Podría conjeturarse: mínimamente, con no ser considerado una basura. Pero a veces ni en los sueños es posible huir de semejante dolor.

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