River Plate y los ecos de la final perdida: una hinchada dividida entre aplausos y rechazos

Los fanáticos se expresaron en el Más Monumental, luego de la caída contra Talleres en Asunción.

EL MÁS ELOGIADO. Franco Armani se llevó todos los aplausos en el Más Monumental. EL MÁS ELOGIADO. Franco Armani se llevó todos los aplausos en el Más Monumental. Foto Carp.

El anunciado “Cabildo Abierto” en que se convertiría el Monumental en la previa al cotejo contra Atlético Tucumán no quedó en promesa: los hinchas de River Plate se manifestaron con inusual dureza contra varios de sus futbolistas, tras la dolorosa caída contra Talleres en Asunción.

Cuando por los parlantes fue anunciada la conformación del once titular y del banco de suplentes, media hora antes del pitazo inicial de Leandro Rey Hilfer, hubo aplausos y vítores, aplausos tibios, indiferencia y reprobación manifiesta.

El gran perdedor del “aplausómetro”, el principal “condenado” por la mayoría de los presentes, tal como se suponía resultó ser Manuel Lanzini, quien erró el último penal en la tanda que definió la Supercopa Internacional y cuyas fotos del festejo de su reciente cumpleaños junto a compañeros de equipo circularon en los últimos días por las redes.

En el segundo escalón de los “condenados” se contó Facundo Colidio, quien dilapidó el penal que hubiera dado a River la primera estrella del fútbol argentino en 2025. A él, los hinchas le adjudican básicamente displicencia.

Otros “chiflados” por la concurrencia fueron Maxi Meza y Miguel Borja, entre los titulares, y Federico Gattoni, Leandro González Pirez y Santiago Simón entre los suplentes.

En la otra polaridad, el más premiado por el cariño de la gente fue Franco Armani, el “casi héroe” de la noche de La Nueva Olla con sus dos penales atajados.

Gonzalo Montiel y Milton Casco, más los tres pibes de la cantera -Franco Mastantuono, Ian Subiabre y el brasileño Giorgio Constantini, en su primera convocatoria- siguieron en orden de preferencia.

Las adyacencias del estadio, las calles en torno al barrio River, lucían tranquilas en la previa del partido. Como si nada estuviera ocurriendo en el vientre de ese monstruo gigante que se suele convertir el equipo de Núñez en cada año electoral (hay comicios a presidente en diciembre próximo).

Los hinchas apenas se exaltaban un poco cuando algún movilero de canal de televisión les hacía alguna pregunta incisiva sobre el presente de su equipo. Entonces, muestras de decepción y de bronca, y un atisbo de esperanza surgían en formas de palabras. El deseo de que Gallardo le encontrara la vuelta, de que volviera a hacer el “Muñeco” de sus tiempos felices.

Ya en la cancha, a la hora de los ejercicios precompetitivos, la gente recibió al equipo en pleno con indiferencia. Una excepción: el “Pulpo, Pulpo” que bajó desde los cuatro costados cuando el gigantesco cartel electrónico mostró a Armani.

¿Y Atlético? Apenas los silbidos de rigor cuando sus jugadores pisaron el césped del Monumental. Y algunos otros también cuando fue anunciado un ex de la casa como Carlos Auzqui y un ex Boca como Adrián Sánchez. También Lucas Pusineri recibió su parte, propia de cualquier entrenador visitante.

Para Gallardo hubo aplausos lógicos, porque el público de cancha no es el mismo que lo defenestra en redes. Y después, segundos antes del inicio, se escuchó el “Muñeeeeco, Muñeeeco” y el entrenador dejó el banco para saludar con su mano en alto a los cuatro costados de un Monumental para entonces casi repleto.

El cambio drástico en las emociones de los fanáticos

A partir de entonces, el efecto “Cabildo Abierto” se potenciaría o reduciría de acuerdo con lo que sucediera en el partido. A nivel cánticos, hasta allí solo había resonado el “hoy hay que ganar”, nada en tono condenatorio o amenazador para con los propios jugadores.

Como River jugó su mejor primer tiempo en mucho tiempo -aunque con el mismo resultado, con la continuidad de su sequía de goles-, la gente básicamente se dedicó a apoyar. Ni hablar en el arranque del segundo tiempo, cuando el “Millo” le “cascoteó” el rancho. Entonces, los hinchas se entusiasmaron como en los viejos tiempos.

Pero la aguja iba y venía para ambos lados. Porque cuando Armani se quedó con el cuarto mano a mano en el partido, el “movete, River movete”, estalló. Ante la incertidumbre, la tensión en el estadio era insoportable. Y la frustración de los hinchas, ante la sexta oportunidad errada por Borja -luego agregó una más-, indecible.

Parecía que la noche moriría con un único grito de gol, el de aquel simpatizante que participó en una acción promocional de una entidad bancaria y la metió de media cancha en el entretiempo.

Pero hubo uno más: el repudiado Colidio de antes del inicio tuvo su rendición casi sobre el final.

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