

Hoy será la entrega de los premios Oscar y como todos los años habrá todo tipo de opiniones. Puede ser útil comenzar desde la economía con una clásica dicotomía, que vaya uno a saber qué vigencia real tiene, entre cine serio y comercial, con un tratamiento usualmente despectivo de este último. Inmerecido, por cierto.
Lo que hacen estas producciones es entretener. Y no es fácil. No cualquiera entretiene. Que es satisfacer una necesidad y hay que saber cómo hacerlo. En general, quien lo logra puede ganar dinero con ello, lo que es un incentivo para la industria en ese campo. No quiere decir que el cine “serio” es aburrido. Se esté de acuerdo o no con el mensaje que los realizadores pretendieron transmitir (si bien cualquiera puede encontrar cualquier “mensaje” en cualquier obra) hubo grandes filmes profundos que fueron también dinámicos y de relativo éxito de espectadores. De todo tipo, como “Jesucristo Superstar” (1971), “Avatar” (2009) o “No miren arriba” (2021), por mencionar unos pocos.
Por cierto, influyen muchas cosas, como el contexto político y la cultura audiovisual de la época. Difícilmente “Z” (1969) estaría hoy en una sala. De la misma manera, las películas “comerciales” no tienen por qué carecer de calidad superior. Es cuestión de gustos, pero “El resplandor” (1980) o “Pollitos en fuga” (2000) claramente son de gran nivel (al contrario de “Alerta roja” -2021-). Sin olvidar, claro, las buenas comedias con Leslie Nielsen o Anna Faris.
¿Por qué importa el atractivo? Porque hacer películas consume recursos que podrían haberse asignado para otra cosa. Un filme sin público es un desperdicio de recursos, es ineficiencia, son otras necesidades desatendidas. Que se satisfacen necesidades lo muestra la disposición a pagar, en este caso la entrada. Obviamente número de espectadores no es sinónimo de calidad, pero qué es la calidad es discutible, si bien luce razonable no comparar Richard Wagner o Atahualpa Yupanqui con L-Gante. Lo mismo vale para el cine, pero la consideración del público, el voto con el bolsillo, debe respetarse.
Entonces, ¿sólo debe hacerse lo que es negocio? No. Las externalidades positivas existen, esto es, actividades que generan beneficios pero los beneficiados no pagan por recibirlos. Si quien los produce no puede al menos recuperar los costos de su actividad ésta se desarrollará menos de lo socialmente óptimo. La conclusión clásica es otorgar subsidios; el problema es advertir cuándo se pretende esconder como externalidad el mero vivir del Estado.
Algo así pasa con el cine argentino. Mucho se habla de la cultura nacional, pero para que haya aporte la película debe verse. No hay contribución a la cultura si no hay espectadores. Sólo habrá aporte público a los ingresos de los actores y realizadores. O sea, un subsidio a un estilo de vida privado.
Es el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales el que provee los subsidios y no parece hacerlo bien. Como no todos los datos están su página web “Infobae” hizo algunas preguntas al organismo el año pasado y averiguó que hasta septiembre de 2024 se estrenaron 117 películas con apoyo del Incaa y 43 sin él. En promedio, las primeras tuvieron 2.336 espectadores y las segundas 4.507. Las películas sin subsidio fueron el doble de rendidoras que las subsidiadas. Y de los balances surge que hasta 2023 el Incaa gastaba más en su personal que en apoyo a las películas (y tuvo gastos por más de 42 millones de pesos en mensajería y taxis).
Los defensores del Incaa dicen que se financia con un impuesto a la entrada y además el subsidio se otorga por concurrencia, por lo tanto no perjudica el resultado fiscal. Pero, primero, si el gasto atiende más a la estructura que al arte es desperdicio. Segundo, el gobierno también aporta mediante el impuesto a la publicidad en radio y televisión. Tercero, el Incaa anticipa subsidios para concluir la película. ¿Qué pasa si el público no cubre el monto? El actual gobierno puso límites a los subsidios a otorgar y exige financiamiento propio por al menos el 50 por ciento del presupuesto. Ya se verá cómo funciona.
En el número de espectadores también influye la distribución. Tres cuartos de los estrenos no llegaba al Interior porque la tarifa del Incaa para certificar exhibición más que se duplicaba por cada vez que se duplicaba el número de pantallas utilizadas. Así, no convenía una distribución amplia, y menos para salas pequeñas. Eso fue derogado este año. En esta línea está la cuota de pantalla, la obligación de exhibir filmes nacionales. Pero si la película es buena no necesita la cuota y si es mala perjudica al público al privarle de tiempo que podría usarse para los filmes preferidos. Pasa con casi cualquier barrera proteccionista: si el producto nacional es bueno es innecesaria y si es malo es perjudicial.
Y si hay suficiente público y la película es un éxito económico ¿necesitaba el subsidio? Tal vez para arrancar sí, pero en general con cualquier emprendimiento para eso están los créditos. ¿Por qué no tomar uno en un banco? Por supuesto, hacen falta personas que sepan del negocio para calificar los proyectos y seguramente los bancos hoy no los tienen. ¿Acaso los tiene el Incaa? Discutible, dados los resultados. ¿Son analistas serios cuyos ingresos dependen del éxito de las decisiones o sólo una burocracia de colegas?
Habría que explorar alternativas, tal vez no prometedoras en la Argentina de hoy, tal vez sí en un país con crecimiento consolidado y estabilidad de precios. Por ejemplo, algo similar a las Sociedades de Garantía Recíproca que avalan créditos a Pymes. O pólizas de seguros por obras fracasadas. ¿Habría mejor criterio que hoy? No importa mucho. En el peor de los casos sería dinero particular.
Ser responsable con los subsidios no es censura ni ataque a la cultura, es cuidar el dinero ajeno. Y la cultura no es antitética del éxito comercial. El público responde cuando se ofrecen buenos productos.







