› Mensaje
“Un ángel en mi hogar”
- Por familia Lara: madre, padre y hermanos de Mariana Lara.
Señor: tomaste su vida, su vida nueva, porque para tí ella ya estaba vieja, viajes de amor al prójimo, vieja de santidad con sus 18 años de alma misionera.
Cumplió con vos, con Cristo, con el Espíritu Santo. Fue grata a tus ojos, desde que nació fue tuya, presentada en el templo como hijo primogénito de mi familia, al igual que tu hijo Jesús.
Fue consagrada a vos por el bautismo y le pusimos por nombre Mariana de los Ángeles.
Ya era tuya, Señor, aún antes que naciera. Tus planes para con ella se cumplieron hermosamente, era una buena hija, buena hermana, buena compañera, pero sobre todas las cosas era buena cristiana. Claro que no podía ser diferente, era una de tus predilectas, Señor.
Como si todo eso fuera poco, como si tanto amor por ella no alcanzar, tú quisiste que no partiera sola, que en su camino a tu encuentro vaya acompañada de tus mejores hijos, esos, sus amigos, los más queridos, los más amados, los que sabían de sacrificios, los que tenían un corazón blando y una mirada sincera. Los que sabían compartir la carga pesada de una caminata larga, los que podían compartir en partes iguales el último trozo de pan, los que tenían en tí a su máximo ideal, los que sabían llegar a la cima de la montaña, por más alta y dura que sea, para ver tu creación todopoderosa, los que creían que cuando más alto suban, más cerca de tí estarían, Señor.
Gracias Señor por mostrarles el sendero de esa otra montaña, la que sube a tu reino.
Gracias señor por esa frase maravillosa del cartel de sus amigos: “Ellos no han muerto, van subiendo a la cumbre más alta. Cristo los espera”.
Seguro que estuvieron inspirados en el Espíritu Santo para transmitirnos ese mensaje de amor, ese mensaje de ellos, diciéndonos donde estaban y dónde nos esperarían.
Gracias Señor por haber elegido mi hogar para cobijar un ángel.
Gracias Señor por tu infinito amor, gracias.
› Mensaje II
“José María vive y nos espera en la cumbre más alta”
- Por Mariela Sánchez - Hermana de José María Sánchez.
Mi hermano menor, José María, vivió quince años. Su joven vida trágicamente truncada nos causó dolor. Un dolor incalificable. Inconmensurable. Nunca encontré palabras para describirlo.
No solamente para la familia sino también para todos los que tuvieron la dicha de conocerlo y de compartir su afecto y amistad.
A lo largo de estos años pasados, quienes fueron sus amigos más cercanos se volvieron parte de la familia. Mi madre floreció en su maternidad a través de los amigos y compañeros de José, que siempre estuvieron y aún están.
Recordarlo hoy, a treinta años de su partida, al igual que a los otros jóvenes que perdieron su vida en el Sollunko, es motivo de agradecimiento y también de tristeza.
Siempre daremos gracias por la vida compartida, por sus travesuras de niño desafiante, por su espíritu apasionado y auténtico, por su alegría y entusiasmo de adolescente que deseaba crecer y ser mejor, que anhelaba conocer el mundo y salir al encuentro de algo nuevo.
Y siempre la nostalgia por su ausencia nos traerá alguna lágrima por el desconsuelo de no tenerlo junto a nosotros. Como cada 22 de enero.
La finitud del ser humano nos ha envuelto en múltiples ocasiones buscando causas, intentando dar con una explicación racional de lo sucedido. Pero el amor de Dios puesto de manifiesto en quienes nos han acompañado en estas tres décadas nos ha sostenido.
La fe en Dios y en una vida más allá de ésta nos da la certeza de que José María vive y que nos espera en la cumbre más alta.