“Pinocho” y su bicicleta: el tafinisto que hace mountain bike con turistas

“Pinocho” y su bicicleta: el tafinisto que hace mountain bike con turistas

La historia de Cristian Mamaní sobresale por lo que tuvo que pasar y por lo que atraviesa ahora: vive feliz y del turismo, haciendo conocer las maravillas de Tafí del Valle.

TRAVESÍA EN ‘BICI’. “Pinocho” y un grupo de turistas pasean por los cerros de Tafí del Valle en medio del verde y de los animales.

Uno de los primeros caminos que tuvo el Valle Calchaquí todavía existe. Unía antiguamente San Miguel de Tucumán con El Mollar hasta llegar a Tafí del Valle. Por esa senda de tierra, entre Ojo de Agua y San Cayetano, al pie del cerro “El Pelao”, hay una pequeña casa en un sitio que guarda una particular historia. El lugar es conocido como “El Viejo Petaquero”, y se debe al relato popular que contó en uno de sus libros la escritora tucumana Mercedes Chenaut. Justo ahí, espera con mates, Cristian Mamaní, más conocido como “Pinocho”.

A un costado de su casa, bajo la sombra amplia de un algarrobo, se ve un carrete de madera que funciona como mesa con asientos alrededor, que son troncos en realidad. Cristian, señala hacia una pirca que está a pocos metros, casi destruida y cuenta que ahora es parte de un corral pero también, esas piedras apiladas, son los restos de lo que otrora fue la vivienda de un señor casi ermitaño que confeccionaba valijas y baúles de cuero, llamadas petacas.

El petaquero fue usado como punto de referencia durante muchos años atrás por los lugareños que recorrían el camino hasta el cementerio para el Día de los Fieles Difuntos y hoy es el lugar donde el hombre de 42 años vive junto a su pareja, Jéssica Barroca, y su hija, Alfonsina, de tres meses.

Pinocho

El apodo no tiene un gran trasfondo, se lo puso un amigo cuando era chico y le quedó para siempre. “¿Será que tengo el corazón de madera?”, se pregunta Cristian entre risas y cuenta que a los ocho años empezó a trabajar cocinando para una señora anciana que se llamaba Anita. “Me fui de mi casa muy temprano, siempre fui ‘pata y perro’”, dice, porque no se quedaba con su familia.

CLIENTES SATISFECHOS. Mamaní y los turistas que guía en Tafí.

Habla sobre su vida como si fuera todavía ese adolescente que se paseaba haciendo jardinería por los barrios del valle: “Somos siete hermanos, mi papá trabajaba en la zafra y mi madre hacía algunas changas. Vivíamos en La Ovejería, caminábamos cinco kilómetros para ir a la escuela, llegábamos empapados hasta El Churqui”, recuerda y señala, a lo lejos, la distancia que solían recorrer.

Cristian tuvo una vida muy complicada: solo pudo estudiar hasta séptimo grado, se alojó en casas de patrones y amigos, pero volvió a su hogar a los 18 años, cuando su madre murió de cáncer de mama cuando tenía 43. “Estuve un año penando”, rememora con tristeza mientras ceba otro mate.

Bicicleta por rifle

“Me gustaba mucho cazar perdices, como a todo chico en esa época. Un buen día fui a la capital a comprarme un rifle, pero terminé comprando una bicicleta. ¡Nada que ver!”, se sorprende y ríe. Lo que sucedió después se fue dando naturalmente. Junto a su primo, Luis, comenzaron a recorrer en bici los cerros que lo rodean y a participar en carreras de otras ciudades. “Nos íbamos pedaleando hasta Santa María a correr”, cuenta.

Era tanto el entusiasmo que tenía que empezó a invitar a otros chicos y chicas a andar en “bici” y así formó un grupo que se llamó “Pinocho y su grupo de amigos”. “Solíamos inventar nuestras propias competencias. Poníamos $3 cada uno y comprábamos trofeos para premiarnos. Algunas personas nos regalaban infladores y una madre nos fabricaba nuestros números con papel para envolverlos con cinta y que no se mojen. Esas eran las placas que ahora llamamos dorsales”, relata.

EN KAYAK TAMBIÉN. Los paseos de “Pinocho” incluyen de todo.

Eran un grupo de adolescentes improvisados pero entusiasmados por el deporte y enfrentaban las dificultades con los recursos que tenían en Tafí. “Usábamos el correón de la cincha de los caballos como un refuerzo en las cubiertas para evitar pinchaduras. Funcionaba increíblemente entre la cámara y la cubierta de las ruedas”, explica Cristian sobre un trozo de cuero ancho como un cinturón usado en las monturas. Al final de cada travesía, la parada obligada de los muchachos era para merendar galletas con una gaseosa antes de volver a sus casas.

El danés

Cierto día de 2002, un turista danés vio su bici en la puerta del cyber donde “Pinocho” trabajaba y le preguntó si él practicaba mountain bike. “¡Yo no sabía lo que era eso!, solo andaba en bici”, exclama con picardía.

Ese extranjero, al que poco le entendía el idioma, le pidió un recorrido guiado hasta la cumbre del cerro El Pelao. Fue su primer cliente y quien lo incentivó a vivir de su pasatiempo hasta hoy.

El Aconcagua

Pinocho, que además es rescatista, creó su emprendimiento, “Aire de Montaña”, de trekking, excursiones guiadas en bicicleta y salidas en kayak. “Se puede vivir del turismo”, remarca y agrega que sus amigos todavía lo acompañan cuando tiene excursiones en cada puesto de control.

22 años después y una hija recién nacida, sigue haciendo lo que un día empezó como un juego. “Soy el tafinisto que casi hace cumbre en el Aconcagua”, comenta entre risas. Cuatro años atrás, apenas le faltaron 1.000 metros para conquistar el punto más alto de América cuando las tormentas de nieve le impidieron continuar.

FAMILIA. Cristian junto a su esposa Jéssica y su hija Alfonsina.

Las sendas que se ven marcadas sobre las montañas desde la mesa bajo el algarrobo fueron marcadas por Pinocho con una pala. “Soy un apasionado por lo que hago”, exclama y cuenta que recibió propuestas para ir a Europa a trabajar con una fundación que ayuda a los jóvenes en situación de adicciones, pero no dudó en quedarse en su tierra. “Tafí es un tesoro”, suspira y ceba otro mate.

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