El caso de Pelicot ha roto un silencio histórico que ha protegido más a los abusadores que a las víctimas. Al exponerse públicamente y señalar a su agresor, Pelicot desafía un sistema donde la vergüenza ha recaído de manera desproporcionada sobre quienes sufren el abuso. Más que contar su historia, está reconfigurando las dinámicas sociales y emocionales que rodean estos casos.
Gisel Pelicot descubrió, casi por casualidad, que durante años habia sido víctima de múltiples violaciones cometidas por más de 90 hombres, instigadas por su propio marido, Dominique. En su hogar, en un pequeño pueblo de la Provenza francesa, Dominique la drogaba y grababa los abusos sin que ella lo supiera. Actualmente, 51 de los agresores están siendo juzgados, y la fiscalía del tribunal de Aviñón ha solicitado penas de entre 4 y 20 años de prisión para ellos.
La práctica de proteger la identidad de las víctimas nació con la intención de evitar su revictimización. Sin embargo, también ha tenido un efecto secundario: permitir que los abusadores operen sin consecuencias mientras las víctimas enfrentan aislamiento y culpa. Este pacto implícito de silencio ha sostenido las estructuras de poder que perpetúan la violencia. Esta mujer rompe este círculo al reclamar su narrativa y dirigir la vergüenza hacia quien corresponde: el abusador.
El impacto de esta decisión trasciende lo individual y se convierte en un fenómeno social disruptivo. Los grandes cambios suelen surgir de figuras o eventos que obligan a la sociedad a reevaluar sus valores. Pelicot está acelerando esta transformación al exponer las complicidades estructurales que sostienen la violencia de género, iluminando también cómo estos sistemas de poder afectan los procesos judiciales y sociales.
Casos como el de Pelicot también plantean preguntas cruciales sobre la complicidad cultural y digital en la perpetuación de estas violencias. Un ejemplo claro es el caso de “Los Magios” en Tucumán, un grupo de Telegram con miles de integrantes que compartía imágenes íntimas no consentidas de mujeres y niñas. Este entorno de violencia digital expone cómo la tecnología amplifica las dinámicas de poder detrás del abuso sexual, dejando a las víctimas expuestas al daño emocional y social.
Enfoque educativo
La respuesta a estos desafíos debe incluir un enfoque educativo que aborde el respeto y el consentimiento en el ámbito digital. La educación sexual integral (ESI) necesita incorporar una dimensión tecnológica para enseñar la importancia de la privacidad y el impacto de las acciones en línea. Asimismo, el activismo en torno a las masculinidades juega un papel vital. Iniciativas como “Privilegiados”, lideradas por Andrés Arbit, buscan abrir espacios de reflexión para que los hombres cuestionen las prácticas que perpetúan la violencia. Este diálogo interno es fundamental para construir una sociedad más justa.
El caso Pelicot es mucho más que una denuncia individual. Es un llamado a la sociedad para revisar sus prioridades, sus valores y sus instituciones. Su decisión de hablar, de no esconderse, abre un camino para otras víctimas, y obliga a la sociedad a mirar de frente las complicidades y las omisiones que han permitido que estas violencias prosperen. Pelicot no es solo una víctima; es un agente de cambio que, con su valentía, está ayudando a construir un futuro donde la vergüenza recaiga únicamente sobre quienes la merecen.