
PERDURAR. A casi 50 años de sus primeros pasos como artista, Eduardo Albarracín continúa desplegando sus habilidades en la vía pública.

Caminar por la calle Congreso, en lo que se conoce como el Paseo de la Independencia, es una experiencia que todo tucumano o turista nunca debería dejar de realizar. Un camino peatonal rodeado de artesanías, museos, galerías de arte, iglesias llenas de historia y callecitas de adoquines que decoran los alrededores de la Casa Histórica. Un recorrido lleno de identidad y cultura que se vuelve crucial visitar. Sin embargo, las atracciones no se detienen ahí. Si prestamos atención al entorno podremos ver a una persona muy llamativa en el lugar. “Lalo” (como lo conocen en la calle) es un jubilado de 72 años que pasa mañanas y tardes bailando, cantando y zapateando canciones clásicas del folklore argentino, a la gorra (o al sombrero en este caso) frente a la icónica Casa de la Independencia.
“Amo el folklore... Zamba, chacarera, lo que sea. Bailo, zapateo, canto y toco el bombo. Y así me gané el cariño de la gente, que es lo más importante. Si no vengo a la mañana, vengo a la tarde porque no quiero quedarme solo en casa. Vivo solo y no me gusta, acá soy feliz”, sostiene el protagonista de esta historia.
El show debe continuar
Eduardo Albornoz es el nombre real del gaucho, nombre que conocen sólo sus amigos y el que eligió su madre. Nacido, criado y viviendo actualmente en Villa Alem, Eduardo ya lleva siete años viajando cada día en colectivo para llegar a la ciudad y brindar su show habitual.
El sur de San Miguel de Tucumán ha sido desde siempre el lugar que ha visto cómo la pasión de Eduardo por el folklore ha ido creciendo. Lo extraño es que, contra todo pronóstico, su amor por la tradición creció en una familia que renegaba de sus gustos, como si fuera una flor que crece con fuerza atravesando el pavimento.
“Mi familia siempre fue pobre. A mi mamá y a mis hermanos no les gustaba mucho la idea de que me dedique al folklore, ellos decían ‘te vas a morir de hambre’, ‘no vas a llegar a nada’, ‘dedicate al trabajo’. Pero a mí me gustaba tanto que siempre me esforcé para hacer lo que me gusta”, mencionó.
Las complicaciones por la situación económica se hicieron presentes a lo largo de toda la vida de Eduardo y así lo reveló: “lo peor fue la falta de plata. ¿Sabés lo que sufría cuando iba a los certámenes a bailar? Me moría de hambre para pagar la inscripción, me costó mucho y la remé demasiado”. “Recuerdo que usaba unas botas superviejas y rotas, pero que siempre estaban lustradas, siempre brillando”, dijo Lalo, recordando con nostalgia sus comienzos como artista.
Pero no todo era un martirio para él, pues había alguien que apoyaba su pasión; esa persona era el padre de Eduardo.
“Mi papá era todo lo contrario a mi madre, él me apoyaba y fue mi primer maestro. ‘Si es lo que a él le gusta, tenés que dejarlo’ le decía a mamá. Se pasó toda su vida tratando de convencer a mi mamá de que lo que yo estaba haciendo era algo bueno, hasta que un día la llevó a verme bailar en un festival. Eso lo cambió todo, me aplaudía y se emocionó tanto que al fin entendió que el folklore era lo que yo amaba”, agregó el gaucho entre risas.
Con el pasar del tiempo fue perfeccionando su técnica y, según sus propias palabras, llegó a bailar en decenas de escenarios en toda la provincia.
“Antes tenía un solo par de botas viejitas, ahora tengo siete pares. Antes era mi sueño tener un bombo y ahora tengo cuatro. Hace poco vino un chico que me contó que se iba a ‘sombrerear’ a Las Termas de Río Hondo y no tenía la ropa necesaria, entonces le regalé una bombacha, una faja y una camisa blanca. Eso me hizo sentir bien porque me hizo acordar a cuando yo no tenía nada; a mí también me hubiera gustado recibir esa ayuda”, recordó Eduardo con cierto orgullo en su mirada.
La razón de ser y bailar
“Me paro aquí porque me cansé de que se aprovechen de mí. En las peñas y espectáculos la gente me aplaudía a mí, pero la plata se la quedaban los organizadores de las peñas y los eventos. Yo soy pobre, fui pobre y lo sigo siendo. Tengo mi jubilación porque trabajaba en la construcción, pero sigo siendo pobre. Toda mi vida laburé y después del trabajo me iba a bailar”, renegó “Lalo” al recordar sus antiguos momentos en los escenarios.
Respecto a su elección de cantar sobre la calle Congreso, Eduardo confesó que tuvo problemas con un comerciante de la zona, hasta que la directora de la Casa Histórica fue la que le dio el permiso de bailar frente al icónico solar.
La Casa Histórica es la cuna de la independencia, el crisol de nuestra argentinidad y el espacio donde la cultura y la tradición de la provincia y el país entero siguen vivas al día de hoy. La tradición nos mueve como argentinos y Eduardo no queda fuera de esa regla.
“Elegí la Casa Histórica porque es un lugar por el que pasa mucha gente y habla de nuestra tradición. Hay un problema con eso, están queriendo desaparecer nuestras raíces. Yo vengo acá y canto con mi traje de gaucho porque es la verdadera esencia del folklore y de la historia de nuestro país. Voy a seguir luchando porque siga vivo el sentido de ser argentino y de ser gaucho. Este traje no me lo voy a sacar nunca”, manifestó.
“Hace siete años que vengo a bailar aquí, es lo que me gusta y lo que le gusta a la gente. Siempre trato de darles alegría a los que pasan por el lugar. Ya ni miro el sombrero para ver si me pusieron plata, solo me paro acá y hago lo que me gusta hacer. El único que puede detenerme de bailar es Dios, nadie más. Tengo la suerte de hacer lo que me gusta y creo que todos deberían luchar por aquello que los hace felices”, advierte Eduardo.
A tan solo unos días de su cumpleaños número 73, cuando promete hacer un “superfestejo” en su lugar habitual de trabajo, “Lalo” no parece pensar en el retiro y afirma que seguirá yendo a la calle Congreso a brindar su granito de arena para mantener viva la cultura y la tradición de todos los tucumanos. (Producción periodística: Leandro Díaz)







