Basta de mentiras, cisne feo

Basta de mentiras, cisne feo

Basta de mentiras, cisne feo

En el lago San Miguel solía haber una gansada amiga, si es que la amistad existe. La conocí hace 20 años visitando la quinta de Don Miguel Juan Fiol, en Bajo La Pólvora. Allí escuché por  primera vez  la advertencia “¡cuidado con los gansos!”. Gente bromista los Fiol, lo de los gansos ya era mucho, así que continué mi paso. Pero no me mentían esta vuelta. Los gansos se me vinieron encima, al ataque con mas ferocidad que una jauría de dogos, con un escándalo de proporciones impresionantes, como una turba enardecida. Me salvaron sus dueños, que con esfuerzos les hablaron y gesticularon a mi favor. Sentí que había sido perdonado. Con esa gansada conviví y, si me lo permiten, aprendí de su enorme sensibilidad. Emocionaba la fidelidad de las parejas que son capaces de morir de amor (que, por otro lado, no reconocen fronteras ni géneros; este dato me lo confió el Dr. Héctor Ferrari, el etólogo mas reconocido de Argentina).

Los Fiol se mudaron y vendieron con tristeza a los gansos. Los vi tiempo después en el lago San Miguel, habían sido adquiridos para el parque o por el otrora famoso bar. Estoy seguro de que me reconocieron.

Por lo aprendido a su lado no me sorprendió escuchar la historia del día de la crucifixión de los perros. La National Geographic hace un relato excelente,

“En un día de verano en la antigua Roma, una lujosa litera es llevada con solemnidad en dirección al Circo Máximo. Su ocupante no es ningún senador ni tampoco una dama de alta cuna, pero llegados a su destino se le sienta en un lujoso cojín de púrpura. La escena podría resultar demencial a nuestros ojos, tanto por el espectador como por el espectáculo: es un ganso y lo que va a ver es la crucifixión de unos perros”.

“Este macabro ritual, llamado  suplicio canum -castigo de los perros-, conmemoraba el aniversario de un episodio traumático en la historia de Roma: el saqueo de la ciudad por parte de los galos el año 390 o 387 a.C. Según la leyenda, en aquella ocasión los gansos del templo de Juno salvaron a los últimos defensores de la ciudad de caer en manos de los galos.

Los supervivientes se refugiaron en el Capitolio, una de las colinas de la ciudad, que por su terreno abrupto proporcionaba una ventaja a los defensores. En este lugar se alzaba el templo de Juno, en cuyo interior se encontraban los gansos sagrados destinados a ser sacrificados en honor a la diosa.

Un día, al anochecer, los galos escalaron la colina con cautela y en silencio para lanzar el ataque definitivo. Los centinelas y los perros que debían vigilar el perímetro se habían dormido, pero los invasores se toparon con unos guardias inesperados: los gansos que, asustados, armaron un gran alboroto y despertaron a los romanos, que pudieron repeler el ataque. El recuerdo de aquella humillación permaneció en el recuerdo de los romanos, por lo que el supplicia canum se instituyó como un ritual expiatorio en el que los perros del Capitolio eran sacrificados por el fallo de sus predecesores siglos atrás, ante la mirada de los gansos sagrados tratados con todos los honores.

Gente rencorosa los romanos. No tiemble ningún perro, el asunto es que el ganso tiene una mala fama injustificada y no por su culpa.  Es la historia whig, torcida como la humana, ese falso esbozo del noble ganso que lo ha convertido en un insulto llamar a alguien de esa forma. Toda esta ignominia  surge del temblor de una  pluma de cisne. El cisne es su pariente, que se lleva injustificados laureles y les deja a los gansos un amargo lugar.

¿Qué tiene el cisne de manera que el hombre apenas repare en el ganso? La habilidad que se les imputa a los cisnes es ciertamente muy humana: ser mudos  durante la vida pero entonar el mas bello  y desgarrador canto sólo antes de morir. El mismo Sócrates se habría comparado con uno. En el Fedón, que es el canto de cisne del mismo Sócrates, dice:

Me juzgáis, pues, muy inferior a los cisnes en lo que se refiere a los presentimientos y a la adivinación, porque cuando sienten que van a morir cantan mejor que nunca cantaron, alegres porque van a encontrar al dios a quien sirven. Pero los hombres, por el temor que les inspira la muerte, calumnian a los cisnes, diciendo que lloran su muerte y cantan de tristeza.

Actualmente muchos de los cisnes son súbditos de la corona. Al igual que las ballenas de los mares ingleses. Ocurrió con ellos que después de haberlos cazado, comido, hecho plumeros, o en el caso de las ballenas, de estrujar a los cetáceos del mundo para llevarse el aceite (Moby dick no les daba tanto miedo como apetito en realidad), la corona los hizo sus protegidos.

Efectivamente, el cisne era de exterminio exclusivo de la corona y de sus adjudicatarios al menos desde el año 1200. De allí en más todos los cisnes son del rey. Cazar un  cisne sin la venia real tenía como escarmiento horas de sufrimiento corporal efectivo, lo que ha evolucionado a una importante multa. Ahora es ave sagrada y nadie ya los acecha, y nadan sobre las aguas del Támesis creyéndose de sangre azul.

Hemos caracterizado al cisne: un ave histérica, diezmada y genuflexa que tiene la publicidad de la literatura de las artes y hasta de la filosofía de la ciencia. Recuerden al filósofo Karl Popper, quién uso la frase “todos los cisnes son blancos” para criticar la inducción.

Los gansos del lago San Miguel ya no están, no tienen el protectorado de ninguna corona ni de nadie. El Ingeniero Roldán, otrora a cargo de los denominados espacios verdes de la ciudad, me corroboró lo que temía: “a los gansos los robaron, aunque no les fue nada fácil a esos ladrones”. En mi mente me representé la escena del crimen llena de plumas y sangre de ave y de humano.

Los gansos no son del rey. Quizás si uno escucha con atención, cuando se da muerte a un cisne de Inglaterra, avisa antes de morir que es súbdito de la corona, quizás lanza un interesado, insincero pasaje de aquel amargo himno que comenzaba “god save the queen” para que los guardias reales acudan a él. Me imagino que lo único que se llevó el ganso del lago San Miguel  cuando lo robaron, sin ningún lirismo aunque con coraje, fue el grito del ladrón al que le arrancó medio dedo.

Volverán las pardos gansos al lago

y otra vez con su graznido

jugando llamarán

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