Los secretos familiares del talentoso Paul de Man

Los secretos familiares del talentoso Paul de Man

03 Septiembre 2023

Por Walter Gallardo

Para LA GACETA - MADRID

El nombre del profesor Paul de Man aparecería en la portada de The New York Times dos veces en un lustro: la primera, en diciembre de 1983, para lamentar su muerte, en la cúspide de su carrera académica. Destacaba la crónica su aporte a la teoría y crítica literarias, su brillante paso por las prestigiosas aulas de Johns Hopkins o Cornell, la excelencia alcanzada en Yale, el pesar que esta pérdida causaba en cientos de alumnos, convertidos en hechizados seguidores, y en colegas rendidos a su magnetismo e inteligencia. La segunda vez sería por un motivo muy distinto: revelaría bochornosos detalles de su pasado de engaños, fraudes, robos y traiciones. En particular, sacaría a la luz su colaboración periodística con los nazis durante la ocupación de su país, Bélgica, en la Segunda Guerra Mundial. Eran decenas de artículos escritos en el diario Le Soir, conocido entonces como Le Soir Volé por su sometimiento a la censura.

Ante esto, nadie podía negar lo que algunos sabían y callaron o lo que la mayoría ignoraba: Paul de Man había sido un genial impostor. De un solo golpe, todos se enterarían, por ejemplo, de su huida a Nueva York para evitar una condena por estafa, el abandono de su mujer y de sus hijos en Argentina, su condición de bígamo al casarse con una alumna, Patricia Kelley, sin haberse divorciado de su esposa Anaide Baraghian y de su enfermiza propensión a no pagar las deudas.

Entre todo este material, los secretos familiares ocupaban un espacio oscuro y turbador, y permitían observar el mapa moral, con cumbres, desiertos y abismos, de su juventud; y con ello, descifrar sus comportamientos indolentes e inescrupulosos, en los que la arbitrariedad de los deseos anulaba su conciencia.

Podríamos comenzar con su tío. ¿Por qué a lo largo de su vida mentiría que Hendrik de Man, y no Robert de Man, era su padre? Quizás lo explica la admiración que sentía por él y su afán de parecérsele. Su tío era una personalidad insoslayable en la política belga. Ostentaba el don de la persuasión y una inteligencia aguda y veloz, además de una instintiva sagacidad para moverse en los laberintos del poder. De hecho, ejerció una activa influencia en el joven rey Léopold III y en la reina madre, Elisabeth, con quien tuvo un romance. Ese conjunto de habilidades y privilegios, le serviría para escalar posiciones hasta llegar a viceprimer ministro durante la guerra. A la vez, lideraba a su antojo el Partido Obrero Belga, tanto que lo hizo pasar sin escalas de un ideario socialista al fascismo para luego disolverlo. En definitiva, el partido era él. Se consideraba a sí mismo un asceta, aunque no se abstuviera de los lujos de las clases altas, como esquiar en los Alpes, practicar equitación cada mañana en el Parque del Rey o vivir en un exclusivo barrio de Uccle, en Bruselas. Al acabar la contienda, sería juzgado por traición a la patria. Pero no cumpliría ninguna condena. Por entonces residía en Suiza, donde en el verano de 1953 decidió quitarse la vida estrellando su automóvil contra un tren en marcha.

Otro antecedente traumático sería su hermano mayor. Rik era el preferido de su madre, un chico algo inmaduro, travieso y con dificultades de aprendizaje. A los 18 años violó a su prima Minime y a raíz del escándalo familiar y público que esto provocó, otras jóvenes se animaron a denunciarlo por lo mismo. Para el apellido de Man sería sólo una mancha más. Todos estaban al tanto de otras historias con su sello: desde el abuelo Joseph que golpeó a un cura casi hasta matarlo por haberle exigido a su esposa que respetara la cuaresma hasta el enredo indisimulado de romances e infidelidades entre parientes. Como su tío, Rik moriría atropellado por un tren mientras montaba en bicicleta.

Esta desgracia socavaría aún más la convivencia familiar. Bob, su padre, había renunciado a los asuntos domésticos hacía ya mucho tiempo. El trato hacia Paul era distante y esporádico, y nulo hacia su esposa. Muchas noches no volvía a dormir. Solía mostrarse en público con sus amantes, incluso las llevaba en ocasiones a casa para presentarlas como amigas. La situación condujo a Paul a acentuar su retraimiento, a adquirir un aire de permanente desconfianza que algunos confundían con timidez. Fuera del infierno hogareño, destacaba como estudiante en el Royal Athenaeum, el colegio más exclusivo y exigente de Amberes. Era su remanso. Al acabar el secundario, a los 18, sería el alumno más premiado. Hablaba ya cuatro idiomas. Sin embargo, a su brillantez se oponía una necesidad elemental: conquistar el cariño de su madre, Madeleine, depresiva, con continuas y prolongadas crisis que la aislaban del mundo y mostraban un rostro que ella ya no habitaba. La muerte de Rik, su debilidad, había acelerado el declive. Sus caricias ahora estaban cada vez más lejos. Por encargo de su padre, Paul cuidaba de ella. Debía estar alerta a que no repitiera sus numerosos intentos de suicidio. Aun así, una tarde, al volver a casa, la encontraría colgando con una soga al cuello en el cuarto de planchar. Desde entonces, todo cambió definitivamente. Su inteligencia, refinamiento y encanto serían los rasgos que esconderían en el reverso una personalidad deshonesta, esquinada, arribista e insensible. Consideró, al parecer, que él ya no era responsable del sentido moral de sus actos sino el resultado de sus circunstancias y apremios. Desde allí creció tanto el Paul de Man admirado como el tramposo y miserable con su doble vida.

Sin ánimo de desacreditarlo, su segunda esposa, Patricia, contaría a modo de anécdota cariñosa que Paul tenía el hábito de pasar largos ratos mirándose en un espejo y que esa actitud a ella le causaba gracia. Al leer esa breve historia de la vida íntima en la preparación de este trabajo periodístico y de otro literario en marcha, encontré en ella una imagen ilustrativa de un hombre que, como Narciso, sufre “la condena” de estar enamorado de sí mismo. En la versión romana de este mito hay una referencia de Ovidio que podría ayudar a interpretarlo: la madre de Narciso, preocupada, acude a un vidente para consultar el futuro de su hijo altivo y egoísta. El vidente, Tiresias, le anuncia como un veredicto: “Vivirá hasta una edad avanzada mientras no se conozca a sí mismo”. Con Paul de Man se cumplió parcialmente, falleció a una edad algo temprana, a los 64 años, pero mientras vivió, casi nadie supo, y quizás él tampoco, exactamente quién fue.

© LA GACETA

Walter Gallardo – Periodista tucumano radicado en España.

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